Antigua fábrica de aceites de la familia Casanova en la Avenida del Puerto. EPDA Siempre me gustó la Historia, desde pequeño. Jugando cuando era un niño; leyendo, estudiando, escribiendo ya de mayor, la historia me pareció una manera de vencer al tiempo, una de las obsesiones del ser humano, de mis obsesiones. Tal vez por eso sea dado a recordar ciertas efemérides. Dicha metodología la he empleado también para historizar mi propia vida. El método es relativamente sencillo: consiste en vincular hechos históricos con determinados momentos vitales de uno. Es muy práctico pues apoyas tu pequeña historia en la Historia con mayúsculas.
En la particular historia de un servidor hay una fecha (entre tantas) que jamás olvidaré. Fue un 21 de agosto de 1973. El día de mi primera visita a Mestalla. Partido del trofeo Valencia Naranja. Valencia CF vs. Standard de Lieja. Resultado final: 0-1. El encuentro fue soporífero, según recuerdan los cronistas y resoplaba mi padre. Con siete años recién cumplidos, mi padre y su amigo nos llevaron a las puertas de la Avenida de Suecia a “ver el ambiente”. Allí, con arrobo casi místico, asistimos al desfilar de los Sol, Barrachina, Valdez o Antón… entrenados por el sin par Alfredo Di Stefano. Sin casi separación con los aficionados, yo asistía con ojos desorbitados a las conversaciones desenfadadas entre aquellos colosos que coleccionábamos en cromos. El equipo Che había ganado la liga dos temporadas antes, pero desde ese momento hasta la llegada del Matador Kempes y los triunfos europeos a principios de los ochenta, escaso lustre iba a sacar un equipo que entonces vestía absolutamente de blanco.
Nunca supe si fue por ese insulso encuentro por lo que no volvimos a Mestalla hasta bastante tiempo después, concretamente a un espectacular enfrentamiento entre el Valencia y la Argentina capitaneada por un jovencísimo Diego Armando Maradona. Pero Mestalla no siempre fue Mestalla. Quiero decir que no se llamó siempre Mestalla. En el imaginario valencianista, sí, pero terminológicamente, no. Así, para los de mi generación, Mestalla fue durante muchos años el estadio Luis Casanova, en homenaje a uno de sus presidentes más relevantes. Así que ya de pequeño me planteé quién era el tal don Luis y por qué era tan importante para ponerle su nombre a un estadio. A Santiago Bernabéu lo conocías porque tenía más años que Matusalén y salía por la tele. Pero… Casanova, ¿quién era? El enigma pareció resolverse hace aproximadamente una veintena de años.
Aceites Casanova
En la Avenida del Puerto, vecino a la calle de José Aguilar, existe un curioso edificio de dos plantas. En su fachada rosa y blanca destaca una placa cerámica con una sencilla inscripción: “Fábrica de aceites”. Es la fábrica de los Casanova.
Los Casanova fueron una familia de empresarios valencianos que empezó a gozar de cierto renombre en las primeras décadas del siglo XX. Dedicados a la elaboración de aceite de cacahuete, las medidas proteccionistas tomadas por el gobierno de Primo de Rivera en 1926 les obligaron a su reconversión hacia el aceite de oliva, la automoción e incluso el periodismo (fundaron La Semana Gráfica). El patriarca, don Manuel Casanova Llopis, tuvo tres hijos: Vicente, Luis y Manuel. Al parecer, don Manuel no estaba por la labor de que sus vástagos vivieran de las rentas paternas, así que intentó que se labrasen su propio camino. Casualmente, en 1932 se había constituido en Valencia una compañía cinematográfica, CIFESA (Compañía industrial Film Español, S. A.), controlada por la familia Trénor. Don Manuel no se lo pensó dos veces, invirtió en el negocio y entró de accionista mayoritario acompañado de Vicente y Luis de vocales. Los Casanova habían llegado al mundo del cine.
Cifesa, el Hollywood español
Si quieren saberlo todo de Cifesa no pierdan el tiempo y vayan al excelente libro de Félix Fanés, El cas Cifesa. Vint anys de cine espanyol (1932-1951). Allí está todo lo que deben saber sobre la que fue la gran compañía cinematográfica de nuestro país hasta los años cincuenta, momento en que entró en una fuerte crisis que acabó con más luces que sombras.
Aunque identificada en nuestro imaginario colectivo con el cine del Franquismo, lo cierto es que CIFESA comenzó su andadura en la República, consiguiendo éxitos tan sonados como La hermana San Sulpicio (1934) y Nobleza baturra (1935), ambas dirigidas por Florián Rey, quien junto a Benito Perojo (La verbena de la Paloma, 1935) compuso la dupla de directores más relevante del momento. Era un cine de corte popular, folclórico y castizo de gran éxito en todos los sectores sociales e ideologías, lo que muestra bien a las claras que la “exclusiva españolidad” de Franco fue una manipulación que le vino muy bien.
Sin embargo, no es menos cierto que los Casanova estaban próximo, ideológicamente, a la Derecha Liberal Republicana, el partido de Luis Lucia integrado en la CEDA de Gil Robles. Así que cuando en julio del 36 estalló la guerra no era de extrañar que, cuando vieron la oportunidad, pasaran a la zona sublevada. Y ahí tenemos, en plena contienda, tres Cifesa: la original valenciana, otra sita en Madrid y una tercera en la Sevilla de Queipo de Llano. Con el final de la contienda, se produjo la reunificación de la compañía y el gran despegue. Cifesa se impuso por encima de Filmófono (fundada por Luis Buñuel en 1935 y ahora exiliado) o Suevia Films (Cesáreo González) y bajo su hégira se hicieron películas de todo pelo y color.
Vicente y Luis Casanova estuvieron al frente de la compañía hasta que en los años cincuenta fueron denunciados por falsear los resultados económicos de la empresa. Las simpatías con el régimen no les libró de un juicio y condena. Aquello dejaría una honda huella en ambos que, en el caso de Luis, mitigaría su gran pasión: el balompié.
Y un equipo de fútbol
Aunque Luis Casanova Giner (1909-1999) se hiciera con la presidencia del València antes de la guerra, ésta no se oficializaría hasta 1940. A partir de ahí, diecinueve temporadas, lo que le convierten en el presidente más longevo y exitoso. De su mano vendría la década más gloriosa del equipo, la de los cuarenta, con tres ligas y tres copas, en las que a la gestión de Casanova (y sus inseparables Eduardo Cubells y Luis Colina) se uniría en el terreno de juego la eficacia de la legendaria “Delantera Eléctrica”, aquel quinteto de ensueño formado por Epi, Amadeo, Mundo, Asensi y Gorostiza que situó a los valencianistas entre los mejores de España y, ¿quién sabe?, de Europa si hubiera existido entonces alguna competición internacional de clubes. do por la contienda civil. En ese estadio han jugado grandes futbolistas (cada uno tendrá sus preferidos: Puchades, Claramunt, Kempes, Mendieta, Villa…), hemos visto partidos de un mundial (España 82) y de unas olimpiadas (Barcelona 92), grandes jornadas europeas y nacionales, pero la codicia hace años que llegó al mundo del fútbol y el dinero se ha enseñoreado de él, convirtiéndolo en un lucrativo negocio que ha hecho decrecer el entusiasmo de los aficionados más románticos al tiempo que enriquecía de manera inversamente proporcional a cuatro listos. No sé quién manda en el Valencia, prácticamente no conozco a sus jugadores, tampoco soy abonado ni aficionado che. Pero el Valencia forma parte de mí, quiera o no.
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