Carlos Gil. Habíamos
perdido la fe, o nos la
habían hecho perder, pero pocos confiaban en que el resultado
de las elecciones
del pasado domingo fuesen a dar tamaño vuelco al espectro
político de Andalucía.
Tras 36 años de ininterrumpidos gobiernos socialistas, el arco
parlamentario permite
visualizar hasta tres alternativas distintas para conformar el
Gobierno de la
Junta. El último feudo inexpugnable del Partido Socialista se
ha roto y no
parece que sea por casualidad.
Sin
duda, la corrupción, los EREs
y el estancamiento al que se ha sometido, desde siempre, a la
comunidad
andaluza tienen gran parte de responsabilidad, pero hay que
mirar un poco más
arriba y evaluar el efecto que el Gobierno Sánchez ha tenido
en el electorado
socialista desde su llegada a la Presidencia del Gobierno.
La
frivolidad en el Gobierno de
España, los continuos tirones de orejas desde Europa a la
política
presupuestaria y, sobre todo, los impagables pactos con
independentistas y
proetarras y la facilidad con que se han dejado caer en los
brazos de Pablo
Iglesias, no han contentado a su electorado que no ha perdido
ocasión de
demostrarlo a la primera oportunidad.
Pese
a las boyantes previsiones
de Tezanos y su CIS, ahora, toca lamerse las heridas y empezar
una huida hacia
adelante en la que nadie quiere asumir responsabilidades en
este pésimo
resultado. Susana Díaz se considera víctima del mediocre
Gobierno que sufrimos
en España y Pedro Sánchez pretende aprovechar la oportunidad
para aniquilar a
quien fue su rival para alcanzar la Secretaría General del
PSOE.
Eso
sí, para ambos, la última
responsabilidad es del frívolo electorado que dio su voto a
Vox que, a todas
luces, parece ser el responsable del derrumbe socialista. En
la comparecencia
de Ábalos, el pasado domingo, no pude menos que sentir
vergüenza ajena. Este
hombre nos toma a todos por tontos y no lo disimula. Su rencor
hacia todo lo
que no responda a sus intereses es tan grande que no esconde
su frustración
repartiendo estopa a dos manos. Que su primera reflexión sea
recurrir al miedo
(ese del que tanto han abusado en la campaña electoral y que
ha hecho grande a
Vox) y acusar a los partidos que pueden alcanzar un pacto
mayoritario de respaldar
políticas de “extrema derecha” solo puede demostrar el escaso
talante
democrático de este individuo.
En
un plano de simetría,
encuentro mucho más centrado a Vox que a Podemos, y el PSOE no
tuvo ningún
complejo en asociarse a estos últimos como compañeros
preferentes para la
moción de censura. No es la primera vez. ¿No nos acordamos ya
de los vídeos del
doberman en las generales del 96? Entonces, lo que el PSOE
llamaba “derechona”
era el Partido Popular que ha demostrado, en no pocas
ocasiones, ser un partido
bastante más centrado que muchos de los socios que,
continuamente, tiene el
Partido Socialista. Afortunadamente, el electorado es bastante
más inteligente
de lo que ellos consideran y, a estas alturas de la
democracia, ya no se deja convencer
entre elegir susto o muerte.
Queda
mucho por ver acerca de qué
ocurre con los potenciales pactos de gobierno, pero que nadie
se olvide que
Partido Popular, Ciudadanos y Vox están condenados a
entenderse, porque, de lo contrario, se estarán
condenando a la eterna oposición.
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