Ana Gómez Hace un año, el 17 de junio, Valencia vivió con intensidad la llegada de los migrantes rescatados por el barco Aquarius en el mar Mediterráneo a bordo de tres buques. Pensábamos que la solidaridad vivida aquellos días iba a sacudir conciencias y algo iba a cambiar. Pero no. Un año después, en Europa seguimos dando la espalda a quienes huyen de la pobreza extrema, la violencia o el horror de Libia.
Cada semana, en determinadas épocas a diario, en el sur de España se producen rescates de embarcaciones con decenas de personas a bordo. No son grupos tan numerosos como el de 630 que llegó a Valencia hace un año, pero sí que son frecuentes y llevan consigo el drama de la lucha por supervivencia, la búsqueda de una vida mejor.
Pero este aniversario no sólo refleja las miserias de la política migratoria y de fronteras, también tiene una cara positiva, un rayo de esperanza, y es el poder de la Humanidad. Cuando los astros se alinean para acercar posturas, trabajar con un mismo objetivo, las personas somos capaces de trabajar por otras personas bajo el paragüas de distintas organizaciones.
Tuve la suerte de participar en la Operación Esperanza del Mediterráneo, en el equipo de Comunicación de Cruz Roja, donde la gran diferencia respecto a otros desembarcos fue el foco mediático y la cantidad de intervinientes. Fue una gran patera en el muelle de cruceros del Puerto de Valencia.
En los pasillos de la zona Cero vi los rostros exhaustos de los náufragos, sus pies desnudos, escuché los cánticos de los niños y niñas cuando el buque Aquarius atracó en el muelle, la emoción de los voluntarios que les esperaban con los brazos abiertos. Todo se desarrolló de forma ordenada, tranquila y ejemplar.
Por contra, muy cerca de allí se armó un gran revuelo mediático con periodistas procedentes de todo el mundo: Enjambres de micrófonos y cámaras, el muelle junto a los buques convertido en un gran plató de televisión. Se acreditaron 700 profesionales para la llegada de los barcos a Valencia.
Un año después tengo la sensación agridulce de que nada ha cambiado para las personas más vulnerables. Y sin embargo, la satisfacción de haber participado en algo único, una operación que puso a Valencia en el mapa de la solidaridad, y de confirmar que el poder real lo tenemos las personas. Y cuando queremos, ojalá con mayor frecuencia, tenemos en nuestras manos el poder de la Humanidad, de personas que ayudan a otras personas.
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