Francisco López Porcal Ni el ambiente, ni los medios de comunicación que nos envuelven, ni
tan siquiera, salvo excepciones, las Escuelas e Institutos, ¿la Universidad
crea debate? fomentan la curiosidad por el saber, la búsqueda de lo armónico como
cultivo de la expresión habida cuenta que el progreso de la humanidad radica
también generalmente en la producción
del arte en toda su amplia acepción del vocablo.
Tampoco es baladí pensar que
los años de aprendizaje no deberían finalizar en la Escuela, sino que en cierta
manera tendría que durar toda la vida, porque cualquier profesión necesita
reciclarse y ampliar constantemente sus conocimientos. Después permanece el
interés de cada cual, por completar su formación.
En este sentido el politólogo
y filósofo Daniel Innerarity afirma que en una sociedad del conocimiento, la
gestión de los procesos de aprendizaje es más importante que la administración
de los saberes. Es cierto que vivimos en
una continua lucha entre utopía y desencanto ante la falta de consenso de los
políticos que, perdidos en un bosque de teorías y conceptos, no se ponen de acuerdo
en cuestiones educativas.
El filósofo José Antonio Marina se pregunta si está
la pedagogía a la altura de los tiempos, porque sigue apelando a un hecho implacable,
el de encontrarnos en una sociedad de aprendizaje y para sobrevivir, insiste el
filósofo, las personas, las empresas y la sociedad necesitan aprender al menos
a la misma velocidad con que cambia el entorno; y para progresar, deben hacerlo
a más velocidad que el entorno. Sería necesario, pues, organizar todos los
procesos de aprendizaje en una conquista organizada del conocimiento.
Y en ese
campo inmenso del conocimiento debían armonizarse tanto la ciencia como las
humanidades porque al fin y al cabo el destinatario de ese fruto va a ser el
mismo: el género humano, sus realidades y sus hábitos. Tal vez habría que echar
mano de proyectos literarios como el de
la Comédie humaine, de Honoré de Balzac para interpretar mejor los fenómenos
sociales y entender mejor al ser humano y el contexto cultural en el que se
desenvuelve como receptor de la magnitud de mensajes que circulan por doquier.
Pero para poder descifrar esos mensajes, el receptor debe estar
preparado para ello. Como en toda obra
artística, el proceso de lectura de las obras literarias origina un inseparable
diálogo entre el texto y el lector. Por ello, como decía el filólogo Ignacio
Soldevila, “no es posible imaginar un producto cultural sin destinatario”.
El
problema radica en la clase de destinatarios disponibles para recibir el
mensaje en una sociedad como la actual cada vez más marcada por el uso de las
redes sociales, donde es muy evidente la decadencia del lenguaje y por tanto el
empobrecimiento del pensamiento, que se vuelve primario, terco y sobre todo
visceral. Basta descender a estos infiernos de la intolerancia, donde no existe
reflexión alguna ni tampoco ningún ánimo de búsqueda de un debate constructivo.
¿Pero qué es el debate? Habría que preguntarles a muchos de los usuarios de estas
redes tecnológicas que aprovechan el más nimio incidente para descargar toda su
ira, frustración, o no sabemos qué tipo de disparate lejos de contribuir al
entendimiento. Esta situación resalta todavía más la necesidad de la lectura y
su fomento, cuyos índices en España son bajos y en la Comunidad Valenciana
todavía peores. Por supuesto que una sociedad sin criterio, es una sociedad
manipulable, a merced de las recetas de felicidad ajenas, estandartes del
totalitarismo y la insensatez, que asoman por el horizonte de cualquier
ideología.
En esa búsqueda incesante del debate constructivo y razonable, mucho
tiene que ver la progresiva pérdida de influencia de los intelectuales cuando
dejan de ser independientes y comienzan a ser funcionarios más o menos encubiertos
de doctrinas y partidos. En este aspecto, no deja de ser preocupante que en
nuestros tiempos casi resulte imposible
encontrar en la política española personas capaces de pensar un poco en grande,
con sentido de Estado, dotadas de intereses intelectuales y ¿por qué no?
literarios. ¿Acaso es mucho pedir?
Carencias que resaltan de manera escandalosa
precisamente cuando comprobamos tristemente como la política que asoma por
nuestras pantallas de televisión se ha vuelto tan prosaica como esperpéntica,
tan degradante como indigna, lejos de la levedad y elegancia de políticos de un
pasado reciente. José María de Areilza, o Enrique Tierno Galván, sin ir más
lejos, aunque la mente de cada uno albergue muchos más. Con ellos sí que podía
existir un debate genuino, de altura, en toda regla.
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