FERNANDO CHIVA El llorentismo planteó la recuperación de las tradiciones, identidad y símbolos propios valencianos desde un punto de vista cultural, no desde un punto de vista político, pues nunca se quiso que la Renaixença tuviese el carácter político que tuvo en Cataluña, lo que marcó la diferencia para que en Cataluña adquiriese un cariz romántico y modernista que dio origen al catalanismo como movimiento nacionalista (además de expansionista), a diferencia del valencianismo, que fue un movimiento puramente regionalista. Desde las filas políticas llorentistas -Partido Conservador- se planteó una necesaria regionalización administrativa de España sin romper con el Estado unitario propio de la Restauración borbónica, siendo la descentralización reclamada nada más que una mera descentralización administrativa, sin llegar a una descentralización política, que se consideraba peligrosa. De esta corriente surgió la necesidad que desembocaría en la puesta de largo, en 1909, de la Exposición Regional Valenciana.
El carlismo, Aparisi y Guijarro
Más contundente en sus planteamientos se consideraba el carlismo valenciano. Su pretensión de abjurar de la Monarquía liberal, a la que consideraba revolucionaria, usurpadora y contraria a la tradición católica e hispánica, le llevaba a reivindicar la Monarquía Tradicional, Foral, Social y Representativa, contenida en su lema tradicional "Dios, Patria, Fueros y Rey". Esta fuerza, que se articulaba a través de organizaciones que se sucederán a lo largo del tiempo (Comunión Católico-Monárquica, Comunión Tradicionalista, Partido Carlista o Partido Jaimista) será la principal representante de la derecha valenciana desde finales del XIX hasta la II República, pues la división política que se daba en el país entre conservadores y liberales no se daba en el Regne de Valéncia, ni aún mucho menos en el propio Cap i Casal, sino que la división política que se daba era entre blasquistas y carlistas, siendo los primeros autonomistas y, los segundos, foralistas. La Valencia foral era la que reivindicaba el carlismo, un regionalismo foral plenamente integrado en la unidad nacional, firme combatiente por la sagrada unidad de España, que el carlismo considera como "un bien moral", y que quien atenta contra él comete "el sacrilegio de destruir la patria grande que a todos acoge". La Valencia foral que se reivindica tiene sus propias instituciones tradicionales y es garantía de defensa de manera plena la identidad, cultura y lengua valencianas. Será máximo exponente de este movimiento político en Valencia D. Antonio Aparisi y Guijarro.
De la misma manera, en las filas del carlismo de 1914 se produce la división y cisma que es provocada por el pretendiente Jaime de Borbón y Borbón-Parma tras declararse partidario de los aliados en la Primera Guerra Mundial, lo que choca con las simpatías de la militancia carlista y cuyo líder más representativo es Juan Vázquez de Mella, quienes se declaran germanófilos, pues ven en el Imperio Alemán del Káiser Guillermo II, pues representa de forma más cercana los valores de esa monarquía tradicional y católica, además de autoritaria, que ellos defienden, no casa con la monarquía liberal o democracia republicana que encarnan los aliados, a quienes la militancia carlista considera fuerzas al servicio del mal y de la masonería. De esta manera, la militancia carlista repudia a su pretendiente, a quien consideran un traidor, se organiza entorno a Vázquez de Mella en el Partido Católico Tradicionalista. En Valencia, la disidencia carlista frente al oficialismo del pretendiente se articulará en el Partido Social Popular, donde recaerá el hombre que liderará la derecha valenciana durante los años 30, Luis Lucia.
Luis Lucia y la Derecha Regional Valenciana
Es así que, en base a la unión de elementos propios tanto del carlismo, como de la democracia cristiana que representa el Partido Social Popular y de otros elementos de la Acción Católica y miembros de la burguesía agraria valenciana surgirá, de la mano del valenciano Luis Lucia, la Derecha Regional Valenciana en el año 1930, representando un regionalismo conservador y católico plenamente respetuoso con la unidad nacional, de tal manera que en 1933 se unirá a Acción Popular y otros partidos pequeños partidos regionales de la derecha para conformar la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), el gran partido de la derecha española durante la República, que dirigirá José Mª Gil Robles.
Posteriormente, la Guerra Civil y el franquismo supondrán un paréntesis en la influencia política del regionalismo valenciano, pues gran parte de la militancia de la DRV ocupará altos cargos durante el régimen franquista, de la misma manera que otra parte de la militancia de la DRV pasará a la indiferencia ante las nuevas autoridades, cuando no, al ostracismo, como así le ocurrió a Luis Lucia, por no haberse decantado plenamente por el bando nacional en la contienda que dividió España entre los años 36-39.
La autarquía: Rincón de Arellano
De un momento inicial en posguerra en que los símbolos regionales serán repudiados por la "nueva España", pues se consideraban elementos de separación y ruptura por parte de ciertos sectores del régimen, serán exaltados a partir de bien entrada la década de los 50 como símbolo de la riqueza y pluralidad de la Nación, aunque de manera más bien folklórica. Es así como en 1962 se da la eclosión de la obra cumbre del catalanismo en Valencia con la publicación del "Nosaltres, els valencians" del suecano Joan Fuster. El regionalismo valenciano se vio obligado a responder ante la provocación que para la identidad regional valenciana tuvo la publicación de la obra de Fuster, que manipula la historia valenciana al decir que Valencia tiene una problemática dual, que es la derivada de la repoblación por catalanes y aragoneses, siendo los últimos meros residuos que en nada han contribuido a la identidad colectiva del pueblo valenciano, mientras que la identidad catalana es la que ha contribuido casi en exclusividad, por lo tanto, la valencianidad no es más que un apéndice de la catalanidad y, de esta manera, el "país valenciano" -como lo denomina Fuster y a partir de él toda la izquierda pancatalanista valenciana- no es más que un mero apéndice de la entelequia nacional de los "países catalanes".
Así pues, la respuesta del entonces alcalde de Valencia, Adolfo Rincón de Arellano, fue llamar a la población a montar una falla con el ninot de Fuster, a quien Rincón de Arellano declaraba desde ese momento "enemigo de Valencia y España". Pero si, en algún momento durante el régimen franquista, la cultura valenciana se vio algo favorecida, fue durante el mandato de D. Miguel Ramón Izquierdo como alcalde de Valencia, cuando se empezaron a redactar los bandos municipales en lengua valenciana, el Ayuntamiento y la Diputación realizaron exposiciones sobre la historia y cultura del Reino de Valencia, y se empezó a enseñar la lengua valenciana en las escuelas municipales.
Así pues, tras el final de la dictadura, el pancatalanismo fusteriano era tan harto penetrante en la juventud de izquierdas salida de una Universidad de Valencia infectada institucionalmente de catalanismo hasta el tuétano, desde los últimos estertores del franquismo, y, asimismo, fue tan tan clamoroso el abandono del ideal valencianista republicano de Blasco Ibáñez por parte de la izquierda valenciana, para representar el ideal catalanista y radical de Fuster, que se dio el necesario caldo de cultivo para el estallido de la Batalla de Valencia.
De la Batalla de Valencia hasta hoy: de Giner Boira, Attard, Abril Martorell, Broseta, Manglano, Ricart Lumbreras, Ramón Izquierdo,Ramos, Lizondo, Sentandreu...AP, UCD, UV, PP, CV
Ante esa disyuntiva, la derecha valenciana no tardó en responder. Es así cómo, en 1976, nace Alianza Popular, federación de partidos de personalidades salidas de la autarquía, que en Valencia, además, integrará en su seno a un partido regionalista como es Acción Regional, presidida por el ilustre valencianista y Letrado del Tribunal de las Aguas D. Vicente Giner Boira. Alianza Popular, que desde 1979 se regionaliza y asume la denominación de Alianza Popular del Reino de Valencia, asume desde el primer momento las tesis anticatalanistas, amparada y auspiciada por el ideario del partido, pues Manuel Fraga, su líder y Secretario General, declara "Alianza Popular es una fuerza nacional, que conjuga el principio de la defensa de la sagrada unidad de España compatible con las autonomías y peculiaridades de las regiones, provincias y municipios. AP es un partido fuertemente regionalista, y en cada una de las regiones y tierras de España es un auténtico partido regional". Es así que AP respalda desde el primer momento las tesis identitarias del valencianismo y asume como denominación para la futura autonomía la de Reino de Valencia, la Senyera Coronada con franja azul como bandera y la lengua valenciana como idioma propio del pueblo valenciano independiente del catalán y normativizado por la Academia de Cultura Valenciana.
Por su parte, ante las primeras elecciones democráticas, celebradas en junio de 1977, la Unión de Centro Democrático (UCD) había dado cobijo a personalidades venidas de la democracia cristiana (sector liderado por Emilio Attard y articulado entorno al Partido Popular Regional Valenciano), el liberalismo y el sector de cuadros dirigentes del extinguido Movimiento Nacional, conocidos como los "azules", siendo que el sector socialdemócrata de la UCD no tenía a penas influencia en el territorio valenciano. Así pues, si durante un primer momento UCD mantuvo una cierta ambigüedad ante la cuestión, o bien cedió en ciertas cuestiones, como denominar al ente preautonómico Consell del País Valenciano, viró su posición tras la celebración de las primeras elecciones generales. Aprovechando la constitución de entidades de defensa de la identidad valenciana como el Grup d'Acció Valencianista y la recuperación para la defensa del ideal valenciano de entidades históricas en grave riesgo de ser pasto de las garras del catalanismo, UCD encontró en este sector el filón perfecto para poder plantar batalla a la izquierda, la cual se había hecho con la mayoría aplastante de votos de los valencianos sin ningún tipo de contestación.
Es así que UCD, ante la iniciación del proceso autonómico, desplaza de sus órganos regionales y provinciales a sus elementos más proclives al compadreo, o bien invita a marcharse a personajes indeseables, como F. de P. Burguera, dirigiendo Fernando Abril Martorell, Vicepresidente del Gobierno, la operación de valencianización de UCD, ayudando la presión del GAV en la calle a que los dirigentes de UCD acometiesen esa valencianización. Así pues, en enero de 1979, se da entrada en el partido a José Luis Manglano -actual decano de la RACV-, quien será Secretario provincial y portavoz municipal de la UCD en el Ayuntamiento y la Diputación de Valencia, y a Manuel Broseta, quien representa el prototipo de dirigente que UCD quería para liderar la Batalla de Valencia, una persona de pensamiento liberal, que si en el pasado había defendido ciertas tesis proclives al catalanismo por su lucha contra el franquismo y la militancia en la clandestinidad, en el momento de la democracia, lidera el centro-derecha valenciano y defiende las tesis regionalistas para luchar contra el catalanismo. Es decir, se quiere a un hombre al que la gente vea como una persona que experimenta una evolución ideológica hacia un valencianismo liberal y combativo, cosa que el catalanismo, furibundo y rencoroso, no le perdona. Se da entrada también a personalidades como Rafael Orellano, Presidente del Grup d'Acció Valencianista, quien irá en las listas de UCD al Ayuntamiento en las elecciones municipales de 1979, o José Manuel Ricart Lumbreras, conocido abogado ejerciente en la ciudad de Valencia, que en las elecciones municipales de 1979 participa como nº 2 en la candidatura del partido regionalista de centro Unión Regional Valenciana.
De la Unión Regional Valenciana se puede comprender que fue impulsada por los últimos Ayuntamiento y Diputación del régimen franquista, empezando por D. Miguel Ramón Izquierdo (alcalde) y D. Ignacio Carrau (Presidente de la Diputación) y que presentó como nº1 al Ayuntamiento de Valencia a Vicente Blasco-Ibáñez Tortosa, nieto del histórico escritor y político valenciano, obteniendo un concejal en el Ayuntamiento de Valencia y un diputado provincial. De entre su militancia, nutrida especialmente por militantes del GAV y personas venidas de todas las ideologías, surgió el embrión que dio origen al partido histórico del valencianismo, Unión Valenciana, del que hablaremos después.
Así pues, el resultado de la Batalla de Valencia se saldó con victoria clara para el valencianismo, pues si bien se perdió la denominación de Reino de Valencia y hubo que aceptar la transaccional de Comunidad Valenciana, se respetó la Senyera, el Himno y la lengua valenciana, siendo que en un primer momento se respetó todo el contenido de la lengua, pues UCD dictó desde su Conselleria disposiciones en defensa del idioma valenciano genuino y propio, normativizado por la ACV y oficializó los títulos de Lo Rat Penat y el GAV, además de que respetó la libertad de elección lingüística.
Todo ese trabajo se fue al traste con la llegada del PSOE a la Presidencia de la Generalitat en 1982, momento en que se deroga toda la legislación de UCD y se aprueba la Ley de Uso y Enseñanza del Valenciano, donde se impone el catalán por la vía de los hechos y se inicia un proceso de catalanización galopante que dura hasta nuestros días. Así pues, el hundimiento de UCD propicia que la nueva fuerza representativa de la derecha valenciana sea la coalición AP-PDP-UL-UV. Alianza Popular recoge todo el voto conservador de UCD, se coaliga con Unión Valenciana, y alimenta al partido regionalista desde sus filas. Manuel Fraga explicó en su día la necesidad de realizar esa coalición electoral con UV: "Valencia demanda ese partido ante los ataques que está sufriendo del imperialismo separatista catalán, y es fiel propósito de Alianza Popular juntar todas las voluntades para conformar esa mayoría natural que haga frente a la izquierda y desaloje al socialismo y al catalanismo del poder".
UV, que nace bajo el amparo de la Federación Coordinadora de Entidades Culturales del Reino de Valencia y del GAV, se crea como un partido interclasista y aglutinador de un espectro electoral de centro-derecha, con el objetivo de luchar por los intereses valencianos y defender la personalidad e identidad valenciana desde unos postulados netamente regionalistas y respetuosos de la unidad nacional. Es Miguel Ramón Izquierdo quien redacta los Estatutos y elige al alicantino Vicente Ramos, quien había formado parte de la Comisión de Bilingüismo de la Conselleria de UCD, como Presidente del partido, a Ramón Izquierdo de Secretario General y a Vicente González Lizondo como Presidente provincial de Valencia. Unión Valenciana se separa de su socia AP en 1986 y concurre en solitario, obteniendo un diputado por Valencia en las elecciones generales de 1986. Son los años en que no se conoce alternativa al socialismo, años en los que el liderazgo de AP en la derecha está discutido, y años en los que es constante el goteo de militantes que pasan de AP a Unión Valenciana, quien se perfila como principal fuerza de la derecha en territorio valenciano a imagen y semejanza de lo ocurrido con UPN en Navarra.
Es así que en 1987, UV se convierte en el 2º partido más votado en el Ayuntamiento de Valencia, con posibilidad de conformar una mayoría suficiente junto a AP y al CDS para desalojar al PSOE del consistorio valentino, cosa que no se produce por el egoísmo de una AP que exige la vara de mando municipal para evitar que una UV en trayectoria ascendente se haga con el poder y fagocite a los aliancistas, primero en la ciudad y, después, en las Cortes Valencianas. En esos años se produce el paso más significativo de AP a UV, pues Manuel Giner Miralles, que había sido Presidente Regional de los aliancistas valencianos, pasa con su acta de diputado a las filas de UV, de la misma manera que Alberto Despujol, que también había sido Presidente Regional, pasa a las filas regionalistas.
Es en ese momento cuando se produce el hecho clave que marcará el inicio del declive de Unión Valenciana, las elecciones municipales de 1991. En 1989, AP había realizado un Congreso de refundación, integrando bajo su marca a sus socios PDP y PL bajo una única marca, la del Partido Popular. Fraga declara en el Congreso "con esta propuesta, declaro que ha llegado el momento de poner fin a las coaliciones y divisiones y es momento de conformar un partido único para esa mayoría natural, por eso, os propongo que nos llamemos definitivamente Partido Popular". Fraga da el paso a un joven José Mª Aznar, quien llega con la misión de dirigir el partido al centro derecha reformista y hacer de él una alternativa clara al PSOE. De esta manera, se produce en Valencia el Congreso Regional para adoptar la nueva denominación, pasando de la marca AP del Reino de Valencia a Partido Popular de la Comunitat Valenciana. El nuevo PP empieza a orillar el conflicto lingüístico, olvidando la tradicional posición pro-valencianista de AP y haciendo guiños a las Normas de Castellón. Es cierto que el PP sigue defendiendo la independencia del idioma valenciano y que rechaza la unidad de la lengua, pero es cierto, que cuando hay que aplicar lo dicho, pone trabas a UV. Todo está dentro de una estrategia, el PP prepara desde inicios de los 90 el camino para pactar con Jordi Pujol si hiciese falta para echar al PSOE del poder. Así se desprende la conclusión de los programas electorales desde 1991, año en que se tiene la astucia de poner como rival de Lizondo para el Ayuntamiento de Valencia a Rita Barberá, siendo ambos aspirantes a la alcaldía tan populares como carismáticos, y cuya contienda desembocó en Barberá con un concejal más que UV.
Desde ese pacto PP-UV del Ayuntamiento de Valencia, el PP empieza a representar una alternativa al PSOE, quien ya gana en 1995 las elecciones generales por primera vez en la historia, al tiempo que, aunque siga orillando la cuestión lingüística, se intenta atraer al valencianismo para canibalizarlo y comprar sus voluntades. UV, además, vira al nacionalismo y empieza, peligrosamente, a filtrear con la tercera vía a través del intento de aquella Convergencia Democrática Valenciana junto a la escisión de UPV pilotada por Pepa Chesa y al Partido Socialista Independiente de Rafael Blasco. El final de la historia es bien conocido: el PP desaloja al PSOE del poder, pacta con CiU en 1996 y fagocita a UV, vendiendo un falso valencianismo mientras entrega la lengua valenciana y oficializa el catalán a través de la creación de la AVL y comprando con cargos a los cuadros de UV.
La oportunidad perdida
La oportunidad de reeditar la tradicional y secular relación entre el regionalismo valenciano – valencianismo político y la derecha resurge en 2014 con la aparición en el panorama político nacional de VOX, formación que reivindica los valores de la derecha ideológica liberal, conservadora y patriota frente a un Partido Popular desgastado, descafeinado, despersonalizado, acomplejado por las etiquetas impuestas desde las izquierdas y salpicado por cientos de escándalos de corrupción.
La determinación, valencianía y sensibilidad de la primera presidenta provincial de VOX y co-fundadora del mismo en 2014, Cristina Seguí, quien supo nutrirse intelectual y activamente de los principios del regionalismo valenciano -en absoluto confrontados con los valores rectores de VOX- contando con implicados colaboradores del valencianismo cívico y cultural (entre los cuales tengo el honor de encontrarme) auguraba un regreso del regionalismo a la primera línea política, con postulados y hechuras adaptadas a la política valenciana y española del siglo XXI.
La dimisión de Cristina Seguí y su salida de VOX supuso una rémora a esa reedición, si bien en 2017 un grupo de regionalistas decidimos retomar el contacto con la formación verde e ingresar en ella tras sondear la acogida que tendrían nuestras propuestas en su seno. Su presidente, José María Llanos, secundó con agrado nuestro aterrizaje en VOX y abrazó en un principio nuestras aportaciones. La aportación programática de los regionalistas que llegamos a VOX se materializó a finales de 2017 en el Manifest de Vilamarchant, también conocido como "Manifiesto de VOX a favor de las señas de identidad regionales valencianas", plenamente admitido y ratificado por la Ejecutiva Nacional del partido.
Lallegada del fundador de la extinta Coalició Valenciana, Juan García Sentandreu, a las filas de VOX en 2018, tras la gran manifestación del 11 de noviembre de 2017 en Valencia -a la que asistió el presidente nacional de VOX Santiago Abascal-, controversias internas aparte, también ha sido confirmación de que el encaje de las posiciones del regionalismo valenciano tienen perfecto encaje en el ideario de VOX.
Posteriormente a todo ello,por factores que en este momento decido omitir, pero que debo señalar que están más relacionados con cuestiones personales que políticas, hoy nos encontramos con una lamentable actitud rupturista por parte de José María Llanos hacia el regionalismo valenciano: ni rastro del mismo en su programa, pocas o nulas alusiones a propuestas al respecto, y cero representantes del regionalismo valenciano tanto en el organigrama provincial como en las listas electorales.Su justificación es que "algunos querían que VOX fuera regionalista, cuando VOX es un partido para las personas".La realidad es que José María Llanos ha roto con la secular integración del regionalismo valenciano y la derecha, y que ha abandonado las posiciones de la defensa de las señas de identidad valencianas para que sean tomadas libremente por PP y C's, partidos que, por sus hechos y/o omisiones, poca o ninguna legitimidad tienen para hacerlo, aunque sí van a librar esa batalla ideológica y electoral sin que nadie les enmiende la plana ni les afeela creación de la AVL, la acogida de trobades y correllengües,o su depurado uso del catalán institucionalizadofrente al valenciano genuino y normativizado por la RACV.
Oportunidad electoral perdida e injustificable actitud rupturista de las que (entre otras cosas) el militante de base valenciano de VOX tendrá que pedir explicaciones tras los comicios autonómicos y municipales.
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