Huerta cultivada en uno de los pueblos del área metropolitana de la ciudad de València / M. José Ros De camino a la ciudad de València, por su zona norte, es fácil quedar embelesado por el paisaje. Extensiones de huerta cultivada con productos de temporada que confieren al espacio natural un atractivo peculiar inmortalizado por pintores como Joaquín Sorolla o admirado por poetas como Antonio Machado para quien la huerta valenciana era como “como un poco el paraíso”.
Esa estampa bucólica hace tiempo que agoniza. Uno de los estudios más completos lo publicó en 2015 el geógrafo de Alboraya Víctor Soriano. La principal conclusión de este trabajo, titulado ‘La Huerta de Valencia: evolución, influencia del planeamiento urbanístico y perspectivas’, remarca que entre 1956 y 2011 han desaparecido dos tercios de la huerta de València, lo que supone un 64% de la superficie dedicada a ella, que ha pasado de 15.000 a 6.000 hectáreas en 50 años. Desde la publicación de este trabajo “no podemos saber si seguimos con la tendencia a la baja porque no hay datos que permitan apreciarlo. Es sorprendente, pero ningún organismo público ha hecho nunca un recuento como el que yo publiqué. Ahora bien, puedo suponer que no se ha consumido más huerta, ya que no ha habido ningún desarrollo urbanístico relevante desde 2011”, señala Víctor Soriano. Este geógrafo atribuye la reducción de la huerta a varios fenómenos como son “el auge del naranjo y la urbanización. La distribución espacial de ambos es clara. En los límites más alejados de la ciudad de València, el naranjo ha consumido toda la huerta. Cerca del ‘cap i casal’ lo ha hecho la urbanización”.
Si bien es cierto que esta desaparición de una parte nada desdeñable de tierras cultivadas es uno de los principales problemas a los que se enfrenta la huerta valenciana, lo que ha encendido el semáforo rojo es el envejecimiento de las manos que la trabajan. Los datos aportados por el secretario general de la Unió de Llauradors, Ramón Mampell, son dramáticos: solo un 2 por ciento de las personas dedicadas a la agricultura es menor de 30 años y más de un 50 por ciento de los trabajadores del campo tiene más de 65 años. “Es una situación muy preocupante en una provincia con una dilatada historia vinculada a la huerta, con una Real Acequia de Moncada que ha conmemorado los 750 años, con un Tribunal de las Aguas que se sigue reuniendo cada semana desde hace siglos”, resalta Mampell. “Perder la huerta implica perder nuestra identidad. Lo que todos entendemos como parte intrínseca de la identidad del pueblo valenciano radica en parte en los valores que transmite la tradición agrícola sobre la que los valencianos hemos sostenido la industrialización de toda España. Eso sí, sin caer en el tópico”, remarca este vecino de Alboraya, para quien queda “no cabe duda de que hay una valoración altísima por parte de la ciudadanía valenciana de la huerta. Lo dicen incluso las encuestas que se realizaron para preparar el plan de protección de 2008. Casi el 100% de los valencianos considera que la huerta debe protegerse”.
Tanto el secretario general de la Unió como el geógrafo Víctor Soriano apuntan directamente a la falta de rentabilidad como causante de este abandono del sector primario por parte de los jóvenes. “La huerta no es un espacio natural. Es una industria verde, un espacio radicalmente antropizado. Es importante reiterarlo para no olvidar nunca que la huerta sin agricultores, desaparece. Por lo tanto, no puede simplemente protegerse, hay que preservarla: tiene que haber rentabilidad”, sostiene el geógrafo de Alboraya. “Tenemos que facilitar a los jóvenes líneas de ayuda que hagan viable que se instalen en una explotación, líneas de alquiler de tierrras... Nadie se va a arriesgar a hacer una explotación si luego no es rentable. Para eso tenemos que establecer mecanismos, tenemos que se competitivos. Hace falta innovación, formación, visibilización de los productos, marcar prioridades para dar a conocer nuestra marca”, asevera Mampell, quien añade que “empiezan a haber ideas a nivel local, pero al final lo importante es llegar al gran mercado”.
Desde el sindicato AVA-Asaja apuntan también a esa falta de rentabilidad: “Los agricultores reciben los mismos precios de hace 30 años mientras los costes no dejan de aumentar: gasóleo, electricidad, mano de obra… La cadena alimentaria está desequilibrada, la gran distribución comete prácticas abusivas y los productores son el eslabón más débil. La UE firma acuerdos comerciales con terceros países que fomentan la competencia desleal y deja a los países solos para abrir nuevos mercados”. A esto le añaden la “desatención” de los poderes público que agrava aún más la situación. “Las administraciones consideran estratégico el sector agrario pero luego no le destinan suficiente presupuesto y se equivocan de prioridades. La PAC discrimina la agricultura mediterránea y, dentro de España, la Comunitat Valenciana apenas recibe el 3% de las ayudas. No hay voluntad política para poner en marcha un Plan Nacional del Agua que interconecte todas las cuencas, como sucede con el gas”, señalan desde la organización sindical.
En esta coyuntura, en febrero de este año se aprobó en Les Corts la ley que recoge el Plan de Acción Territorial de la Huerta de València (PATH). Esta norma legal ve la luz 17 años después de que la plataforma Per l’Horta presentara la primera Iniciativa Legislativa Popular (ILP) en el parlamento valenciano con el apoyo de 118.000 firmas.
La normativa sobre la huerta valenciana pretende su “preservación y recuperación como espacio de reconocidos valores agrarios, ambientales, paisajísticos, culturales, e históricos, determinantes para el progreso económico, la calidad de vida de la ciudadanía y la gestión sostenible del área metropolitana”.
Para ello, la norma contempla la creación del Consell de l’Horta como ente gestor adscrito a la Conselleria con competencias en materia de agricultura que se encargará de garantizar la pervivencia y promover la dinamización de las actividades agrarias en la huerta. Además, se desarrollará a través del Plan de Acción Territorial que será un instrumento de ordenación supramunicipal que contendrá, la definición y caracterización de la infraestructura verde de la huerta, la regulación de los usos y las actividades a desarrollar en cada uno de los grados de protección de la huerta o los criterios de integración de las infraestructuras, entre otras cuestiones.
El secretario general de La Unió de Llauradors considera que esta ley es importante para dar una protección a la huerta y evitar nuevas burbujas inmobiliarias la devoren. Sostiene que “es un buen punto de partida” siempre que se consiga hacer rentable el trabajo del agricultor. Ahora, desde la organización agraria están pendientes de que se concreten el Plan Agrario y el Plan de Acción Territorial, que se presentarán conjuntamente y sobre los que ya se está trabajando.
Respecto a esta ley, Soriano se muestra escéptico. “No aporta nada positivo. Es un atraso. Nos lleva décadas atrás, a los tiempos del ‘Levante feliz’. No tiene en cuenta que la huerta es un paisaje cultural cuya pervivencia depende de la rentabilidad de los cultivos y de la integración de usos terciarios y se limita a regular de forma ingenua e inmanejable un espacio enorme y muy complicado como si fuese un jardín”. Añade que la ley “no sirve para nada sin una verdadera implicación de los poderes públicos en la preservación de la huerta. No me malinterprete, no pido que se riegue de subvenciones a los propietarios. Lo que pretendo es que se hagan viables las explotaciones y se adapte un espacio en constante cambio a las necesidades del siglo XXI. Hay que integrar los usos terciarios. Esto es determinante para que la conozcan las próximas generaciones”.
Ava-Asaja, por su parte, alude a las “políticas agrarias equivocadas”. En el sindicato aseguran estar “preocupados y decepcionados por el rumbo tomado. El Consell empezó la casa por el tejado, primero el Plan Territorial a espaldas de Agricultura y ahora el Plan Agrario sin apenas participación. Se convertirá en papel mojado si no se asigna un presupuesto suficiente: 37 millones y hasta 50 en función de las limitaciones impuestas”. “Las alarmas suenan -añaden- pero las administraciones no quieren oírlas”. “El abandono de tierras de cultivo asciende ya a 164.000 hectáreas. La Comunitat es líder en superficie agraria abandonada. La edad media de los agricultores ronda los 63 años. Los agricultores menores de 30 años sólo suponen el 2%”, son las alarmas a las que consideran que hay que escuchar.
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