Juan Vicente Yago
Juan Vicente Yago Engáñales. Recúbreles la belleza del aprendizaje con el
afeite del juego. Escóndeles la verdadera fruición del conocimiento. Llévales
al precipicio en que se despeñarán cuando, acabado el paripé de la secundaria,
ese jardín de las delicias en que se ha convertido la enseñanza media, entren
de lleno en el espeso bosque del bachillerato. Allí serán los llantos y los
rechinares de sus neuronas, incapaces aún de disfrutar como es debido la
maravilla del saber.
El juego debe reservarse para la calle, para el asueto,
para los amigos; tiene su gozo intrínseco, su vivencia particular, que no debe suplantar
al gozo y a la vivencia propios de la instrucción académica. Pero tú les educas
con el juego, se lo haces todo visual y palpable, y no descubrirán jamás que la
delicia del intelecto está en el instante de la comprensión, en el puro
descifrar el mensaje abstracto, en el acto de aprehender la palabra sola, el
compuesto lingüístico que flota un segundo en el aire portando en sí la clave y
la idea, la sustancia y el matiz.
Tú no reparas en estas verdades; no te
interesan, en realidad: a ti sólo te interesa estar «a la última», que vale tanto,
en esta contraenseñanza que caracteriza nuestro tiempo, como seguir ciegamente
las modas que vayan surgiendo, no perder comba en la comparación con otros colegios
y hacer lo que sea para pescar algún alumno en el caladero agonizante de la
demografía.
Con tanto Powerpoint, con
tanto vídeo y con tanta recompensa confitada los vas a dejar sin las papilas
gustativas de la mente; vas a fabricar universitarios torpes, muy hábiles para
los procedimientos electrónicos, muy eficaces en la búsqueda y en el
tratamiento de la información, pero nulos en ese plano, más elevado, en que se
gesta y se nutre la vocación al estudio, el regocijo del descubrimiento, la
curiosidad especulativa, la concepción, siempre trascendente, del propio
esfuerzo como servicio a los otros, como entrega de sí, como aportación humilde
y como ilusión de utilidad.
Sigue con tu gregarismo; sigue con tu miopía; sigue
con ese corporativismo estrafalario que practicas, buscando el calor del
claustro, mendigando que te acepten los compañeros, tendiendo la mano, como
simio suplicante, a los líderes del grupo, implorando que te integren, que te
aprueben, que te den el espaldarazo moderno de la palmadita en la espalda o el
aplausito en el Whatsapp, fingiendo
una motivación desmesurada, un deseo irrefrenable de trabajar gratis, una
histeria educadora, un amor incondicional a la docencia, un delirio publicitario
y un ansia desesperada por extender tu instinto paternal a los mastuerzos que
te han asignado —y más que hubiera—; sigue dando la barrila con lo de ser todos
una piña, alimentando el sentimiento de grupo, esa cohesión e igualamiento en
la mediocridad, en la impersonalidad, que tanto se lleva.
Sigue con la obsesión
por mantener el empleo, poniendo en el centro del colegio al propio colegio, en
lugar de a los alumnos. Conseguirás un hermoso ramillete de blandengues, un manojo
de utilitaristas, de caraduras, de perezosos y de ignorantes, bachilleres en
petulancia y maestros de la insolencia, pero con la mejor parte del cerebro en
barbecho.
*Puedes comentar el artículo escribiendo a su autor a la dirección juviyama@hotmail.com
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