Juan Vicente Yago Ha terminado el ferión de los libros; el feriazo de
Viveros; la fiesta literaria de Valencia, con sus habituales presentaciones de
novedades; con sus casetas multicolores, llenas de volúmenes mejor o peor
encuadernados y de autores más o menos tímidos; con sus excursiones de chavales
admirados por la curiosidad que despiertan, entre la gente mayor, unos extraños
haces de hojas llenas de letras, unidos por el costado izquierdo y protegidos
con láminas de cartón.
Ha concluido la lonja de los libros nuevos y algo caros,
que complementa en el año al mercadillo de los libros viejos, más deleitosos y
—¿qué queréis que os diga? ¿Queréis que os mienta? ¡No puedo hacerlo! Me debo a
vuestra confianza y al respeto que me inspiráis— más asequibles, que tiene
lugar poco antes en una Gran Vía Marqués del Turia transformada en maravilloso
alcaná, en territorio mágico, intemporal y repleto de tesoros bibliográficos.
Y
entre un evento y otro, el balance de las librerías ha sido sumamente positivo,
aunque no me refiero a la parte crematística sino a la cuestión que preocupa de
verdad al sector, que no es otra que averiguar si hay o no motivos para el
optimismo en el ámbito de los libros impresos.
Más allá de las ventas, pues, ha
sido interesante observar el hojeo, el manoseo curioso de los visitantes, el
gusto por llevarse a casa un ejemplar con la rúbrica de puño y letra del
escritor, la satisfacción de incrementar, en dos o tres ladrillitos, la colección
de casa. Todavía existe la fruición de ir construyendo la biblioteca privada; y
más aún: esta fruición ha resistido el embate de los libros electrónicos. La
lectura sobre pantalla, que parecía el verdugo de la lectura sobre papel, se diluye
con rapidez en el marasmo del desengaño.
El público va comprobando que, lectura
por lectura, la del papel es mucho más gratificante. Los textos en una pantalla
están cubiertos por un cristal; son intocables, inasibles e inapropiables; no
son aptos para la sensación integral de la lectura, que surge de combinar
comprensión racional y aprehensión física. Porque hay un tacto neuronal y un
tacto visual, ocular, cuando se lee un texto estampado; un tacto más intenso en
los antiguos trabajos de molde y menos intenso en el offset moderno, pero tacto en todo caso.
Y además está el tacto del
papel, de los distintos papeles; y la emoción de ir consumiendo las páginas,
haciéndolas propias, pasándolas de lo desconocido a lo sabido, convirtiéndolas
en terreno explorado al pasarlas de una mano a la otra.
El montón de las leídas
y el montón que falta. El libro empezado, el libro demediado, el libro a buenas
noches y el libro terminado. Los libros de papel están ganando la batalla; se
imponen, por méritos propios, a los libros electrónicos. Hurra por los libros
coleccionables, apilables, olibles y acariciables; hurra por la experiencia
inagotable de agarrar un libro y degustarlo con las manos, los ojos, la nariz, el
cerebro y el espíritu.
*Puedes intercambiar impresiones con el autor escribiéndole al correo juviyama@hotmail.com
Comparte la noticia
Categorías de la noticia