Leer que tres personas de la misma familia mueren en un pueblo sevillano por ingerir alimentos caducados, como consecuencia de la crisis, me ha producido muchísima rabia e indignación. Acostumbrados a pensar que éramos un país rico y próspero, todavía no asimilamos la magnitud de la tragedia fruto del hundimiento de la economía en España.
Detrás de 5 millones de parados, de cientos de miles de personas que han perdido su hogar desahuciados por los bancos que recibieron ayudas para salvarse mientras expulsan a sus inquilinos, detrás de tantas y tantas personas que están pasándolo mal, hasta el punto de que se ha disparado la población que está por debajo del umbral de la pobreza extrema. Detrás de todos ellos hay personas con nombres y apellidos, personas de carne y hueso, personas con familia, personas de nuestros entornos, personas con amigos. Son personas. Con sentimientos. Con preocupaciones. Con angustias. Con depresiones. Y hoy, al leer la noticia y verla en los Telediarios de todas las cadenas de televisión, he sentido mucha rabia, indignación y también pena. Tres personas de la misma familia fallecen al ingerir alimentos caducados.
¿Qué más tenemos que ver para que esta sociedad reaccione? ¿A qué esperan los políticos para unirse y presentar un plan de choque radical que evite desahucios y casos como el de la familia sevillana mientras mejora la economía?
Asistimos, indignados, a un espectáculo dantesco: miles de personas desahuciadas, arruinadas, pasando hambre o muriendo por la crisis, mientras los bancos reciben dinero público para sanear sus cuentas y los corruptos reciben penas irrisorias por robar a manos llenas el dinero de los contribuyentes, dinero que ahora aliviaría a muchas de esas familias que tan mal lo están pasando. Los pobres se mueren de hambre y los corruptos se van de rositas. Vergüenza nacional.
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