Laurence Lemoine No me lo puedo creer..., llevo ya varios años con ésta crónica mensual y nunca nunca he mencionado o hablado de ¡la paella! He escrito una carta de amor al río Turia. He hablado de lo bien que se vive aquí. Del Valencia Fútbol Club. Del Valenciano. De las Fallas, por supuesto, y de mil otras cosas; pero nunca del plato estrella de mi ciudad adoptiva...
Es verdad que no soy muy cocinitas (una manera sutil de decir que no cocino nada y que ni me gusta, ni me interesa) y por eso quizás no me ha llamado el tema. Pero aún así, podría haber opinado algo cuando por fin le dedicaron un día especial para su celebración mundial, - el 20 de septiembre-, o un emoji propio... Para muchos fue todo un acontecimiento, y sobre todo, la prueba de un reconocimiento internacional ¡más que merecido! Huelga decir que sé perfectamente que aquí, la paella, es algo sagrado por lo que tocar el tema puede ser arriesgado, ¡sobre todo sí me sincero! porque en realidad, este plato nunca me ha perecido un gran…¡Ufff!, ya lo he confesado. ¡Pues sí! es así. Prefiero mil veces una empanadilla de pisto o una suculenta coca de verdura a un plato de paella. Dicho esto, debo reconocer mi fascinación por la paella y su destino increíble. Ha pasado de ser el plato de las amas de casa que no sabían que hacer el domingo con los restos de carne o verdura “de casa” y con el arroz que crecía alrededor, a ser un plato icónico internacional en proceso de lograr el titulo supremo de “Patrimonio Cultural Inmaterial” ¡Que camino ! ¡Que trayectoria !. Y eso para un puñado de arroz, tres judías verdes y unos trocitos de pollo y conejo, ¡Vaaaa! No me lapidéis ¡por favor! Es un sacrilegio lo que acabo de escribir, soy consciente de ello y os pido sinceramente perdón.
Ahora, para ser totalmente honesta (y evitar la lapidación inmediata) debo añadir que, por otro lado, pienso que no hay nada tan magnifico, grandioso y admirable, como una paella (sobre todo en un jardín o una terraza), con la familia y los amigos. Porque lo que importa de verdad no es si el arroz esta demasiado hecho o salado, si se ha sofrito la carne antes que la verdura o si debe llevar o no guisantes…, lo que importa es la fiesta que se monta con el pretexto de ¡hacer una paella! La paella en ese sentido, tiene un papel social y cultural muy arraigado que la hace única. Debajo del arroz (con o sin socarrat), está la hospitalidad, la amistad y el compartir…, y eso sí que tiene muy muy ¡buen sabor!
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