Una camarera atiende a unos clientes en una terraza. EFE/Kai Försterling/Archivo
Terraza de Los Lagos. EPDA. Caminando por las calles de Sagunto, es fácil encontrar bares y restaurantes cerrados a cal y canto, como si los meses de enero y febrero aún no hubiesen pasado para ellos. La desescalada lo ha sido tan solo para algunos negocios, mientras que otros, sin terraza o con unas mesas limitadas, siguen sin poder atender a los clientes. Un marzo que se funde a negro para muchos bolsillos de autónomos. Otra vez. “Algunos hosteleros no pueden ampliar la terraza y, para tener solo cinco mesas, no compensa”, explica Carmelo, propietario del restaurante Los Lagos en el Port de Sagunt. Cuenta lo difícil que está resultando para algunos locales no endeudarse más de la cuenta: “Hay bancos que obligan a usar como garantía tu casa si quieres otro préstamo, y así es muy difícil que no tengamos miedo de volver a abrir la persiana”.
El 1 de marzo la Generalitat Valenciana informaba sobre una flexibilización de las restricciones, y poco después el Gobierno central anunciaba a bombo y platillo más ayudas para los autónomos. Once mil millones de euros. “Las ayudas que nos han dado de momento han sido menos que un parche ―defiende Carmelo― no dan para pagar ni un mes de alquiler, ni la Seguridad Social de los trabajadores”. Según el propietario, que ha podido abrir su terraza en la desescalada, ha recibido un total de 700 euros, cuando sus gastos fijos se sitúan alrededor de los 12.000 euros mensuales. En su restaurante trabajan cinco personas, que se enfrentan a los vaivenes de las decisiones políticas cada poco tiempo: “Cuando te avisan de que tienes que cerrar, toda la comida se pierde. Si yo no compro género, el proveedor tiene que hacer ERTE. Esto es una rueda”.
Para Santi, del restaurante El Mirador, la única razón para encender la luz y seguir apilando las sillas de las terrazas terminado el día son sus clientes, con los que no quiere perder el contacto. “Es más por las ganas de trabajar que por el dinero, porque con lo que sacamos de estar abiertos no llegamos”, lamenta. Una lucha constante para que los clientes sigan pidiendo su café “de siempre”, ya que nunca se sabe si podrán volver al local al día siguiente. “Hemos abierto para dar servicio a la gente que ha confiado en nosotros. Abrimos como referencia a ellos”, matiza el propietario. Una confianza que en tiempos de pandemia se ha vuelto imprescindible para su supervivencia. “Cuando cesaron las restricciones nos llamaron preguntando cuándo volvíamos. A una clientela tan fiel, no puedes decirle que no te sale a cuentas”, afirma el hostelero.
Sin terraza y con todos los trabajadores en casa se encuentra el negocio de Mario, El Gat Negre, que teme el retorno a la barra: “Esto supone un desgaste para el restaurante, porque ya no tenemos presencia con la clientela”. Mario esperaba el cierre de la hostelería, por el aumento de casos que día tras día dejaba miles de contagios en la Comunitat Valenciana, en la que ha sido su peor ola desde hace un año. “Estamos en la misma situación que en el último cierre. Al menos, no tenemos ingresos, pero tampoco tenemos gastos”, admite. La situación no es del todo similar a la de hace un año, porque el sector de la restauración aún no se ha rehecho del rastro que ha dejado el virus al pasar por sus locales. La hostelería recortó en 2020 su facturación en un 50,1% y un 13,3% de la plantilla en todo el territorio nacional, según los datos del INE y el NPD Group.
Endeudamientos
Para los propietarios las principales quejas residen en la falta de ayudas directas y en el mantenimiento de los impuestos. Esto ha supuesto que muchos opten por otra de las vías que ofreció el Gobierno para el mantenimiento económico: el ICO, o Instituto de Crédito Oficial. Una línea de liquidez de hasta 140.000 millones de avales públicos que se podían devolver en un máximo de ocho años. Sin embargo, aunque esto ofrecía una solución a corto plazo, pasado un año para algunos hosteleros llega el momento de comenzar a pagarlo, cuando ni siquiera se han visto los brotes verdes entre las mesas. “El problema gordo va a venir ahora, porque la gente pidió liquidez en abril o mayo con un año de carencia, que termina ahora”, defiende Carmelo Quevedo.
“La gente los pedía para pagar la Seguridad Social, proveedores y alquileres”, dice el propietario de Los Lagos. El Mirador también pidió este tipo de crédito para mantener su actividad, que le sirvió para aguantar los contratiempos, aunque incide en que la mitad de lo que recibió ha servido para pagar impuestos. “Hemos aplazado los ICO al año que viene, por ser buenos clientes del banco, así que en lugar de pagarlo en cinco años lo pagaremos en seis”, subraya. Así, una de las secuelas del Covid-19 podría ser el extenso endeudamiento para los locales. “La hostelería para recuperarse va a necesitar varios años”, señala Carmelo.
Demasiadas restricciones
“Solo con la terraza o un tercio de aforo la facturación es insuficiente, así que estás tirando el dinero, pero más vale esto que nada. Tenemos esperanzas de que nos dejen abrir”, confiesa el propietario de El Gat Negre. Santi lamenta que, con un local tan grande como el suyo, no se permita la apertura del interior, y que las restricciones sean para todos los locales las mismas. “La gente en terrazas consume menos, y el hecho de cerrar a las seis hace que los clientes no se animen a pedir alguna copa porque se tienen que ir”, señala. “Con nueve clientes tienes que ocupar tres mesas con una misma cuenta. La gente va loca con las medidas”. La mitad de los trabajadores de El Mirador sigue en ERTE hasta que abran el interior.
Por otra parte, hay otros locales que sí han podido hacer frente a las restricciones, pero son aquellos con un gran espacio en exteriores, como Els Pins. Su propietario, Jose Ramón, cuenta con alrededor de cuarenta mesas. “De momento esta funcionando bien, la gente tiene ganas de estar sentada almorzando y charlando. De aquí un momento empezará a venir la gente”, comenta sobre esta primera semana de trabajo. “En nuestra terraza caben 600 sentados, así que aunque nos pongan un 30% no nos afecta casi”, añade. No obstante, el restaurante también se ha mantenido cerrado mucho tiempo, con unas pérdidas de alrededor de 140.000 euros. “Es una bestialidad”, dice el propietario. Critica la fijación que han tenido con la hostelería, y no con otros sectores económicos.
En la opinión de Santi de El Mirador, las instituciones deberían observar cada caso, y dar las ayudas solo a la gente que no pudiese cumplir las medidas de distancia o higiene. “A mí 800 euros no me sirven de nada, pero a otra persona sin terraza a lo mejor sí le vale, pues que les den mi ayuda. Yo no pido dinero, yo pido que me dejen trabajar”, comenta Santi. En su opinión, muchos hosteleros han invertido tiempo en preparar las medidas de seguridad necesarias, cosa que no se cumple en las casas privadas, en las que nadie vigila que se respete el aforo.
La vacunación avanza en la Comunitat Valenciana y, con ella, las esperanzas de retomar con normalidad muchas de las actividades asociadas al ocio, que ahora parecen formar parte de la historia. “Todo el sector turístico necesita ayuda, porque estamos en una situación extrema. Cuando los bancos han tenido problemas, han tenido ayuda del Estado, pedimos lo mismo”, considera Mario. Este verano es para el propietario una última oportunidad en la trayectoria de muchas empresas, que están viendo su futuro tambalearse sin opción de cambiar el rumbo. “Es fundamental llegar al verano en las mejores condiciones, porque es definitivo. Si no es un buen verano, muchísimos restaurantes no tienen asegurada la supervivencia”, concluye.
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