Como todos los años desde 1999, noviembre trae una fecha destacada en
el calendario: el día 25, Día Internacional por la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Como todas las fechas
destacadas este año, desde marzo, se plantea
de una forma especial, como especial ha sido
el año. 2020 ha sido un año difícil, en diferente medida, para todos los ciudadanos, pero ha
supuesto, para las mujeres víctimas de violencia, un agravante más en su situación, ya que
medidas adoptadas para frenar la expansión
de la COVID-19, han entregado a todas estas
mujeres a las manos de sus maltratadores las
24 horas del día.
Las mujeres víctimas de violencia de género, a pesar de las inesperadas nuevas preocupaciones de la sociedad este 2020, deben
permanecer en la agenda pública, ya que su
problema no entiende, por desgracia, de circunstancias sociales, económicas ni políticas.
Todo esfuerzo que se escatime en paliar esta lacra, es un paso más hacia la impunidad
con la que se creen los maltratadores. Y para
combatir todas estas conductas, la cercanía
con las víctimas, el conocimiento de sus entornos, la inspiración de confianza hacia todas esas diferentes mujeres, juegan un papel
importantísimo.
Todas estas actitudes las encarna a la perfección la administración local; los ayuntamientos, como administración más cercana,
son los encargados de prestar esa primera
asistencia a la mujer maltratada, junto a sus
hijos, a través de equipos especializados en
atención a la víctima. De esta forma se hace
necesaria una simbiosis perfecta entre servicios sociales y cuerpos de seguridad, que me
consta así es, para trasmitir la confianza necesaria a la mujer maltratada en la salida de
su calvario. Además, la atención ha de ser directa, fácil y eficaz, por lo que lo deseable es
integrar en un mismo espacio la atención integral a la víctima de violencia de género, evitando vueltas y trámites innecesarios para poner en conocimiento su situación.
Como sociedad, tanto entes privados, como
entes públicos y ciudadanos, hemos de conseguir revertir ese miedo que hace a una mujer
que está padeciendo violencia de género, no
confiar en el sistema de protección que tiene
a su alcance quedándose en casa, ocultando
su caso y perpetuando su sufrimiento. Una
mujer que, en el mejor de los casos, quedará
marcada de por vida por esos abusos cometidos impunemente contra ella. La denuncia
es fundamental, sin ella, todo el sistema queda obsoleto y el esfuerzo contra la violencia
de género queda reducido a la nada.
Y buena parte de ello está ligado a la educación, a poner en su sitio a víctimas y maltratadores, es decir, en el centro de atención
a la víctima y en la más absoluta persecución
al maltratador. Arrinconar al maltratador, demostrarle que, si mantiene su comportamiento, su cabida en la sociedad es imposible.
Cada mujer víctima, cada hijo o hija afectado o que queda huérfano es un fracaso de
nuestra sociedad. Por eso, nuestro único objetivo a perseguir sin descanso: poder eliminar
este día, porque supondrá el fin de esta lacra
social, la igualdad real de mujeres y hombres,
el fin a la época en que un puñado de hombres
se creían dueños de la vida de las mujeres.
No me queda más que recordar a todas
aquellas mujeres, además de sus hijos e hijas,
que han sufrido esta lacra, así como a las que,
a día de hoy, por desgracia, siguen sufriéndola, ya sean visibles o no, y mi esperanza en
que su pesadilla llegue pronto a un final de
forma inmediata.