Laurence Lemoine Hay días que
pienso que sin darnos cuenta estamos viviendo ya una tercera guerra mundial. Empezó hace varios años, de manera discreta, y ahora parece que se haya
extendido a todos los continentes y clases sociales. No es una guerra
convencional con armadas, bombas y anexiones territoriales: esta guerra de
sexo es diferente pero divide y deja víctimas.
No sé quién y como empezó,
supongo que es un problema igual de antiguo que el mundo.Tampoco sé cual de los
dos bandos saldrá victorioso si es que alguien pueda ganar esta guerra. Lo que
me parece claro e inquietante es que, últimamente, las cosas se han
radicalizado: claramente hay un antes y un después del escándalo desatado por
las revelaciones sobre el famoso productor americano Weinstein.
Personalmente,
nunca me he preocupado mucho de esos temas de igualdad o incluso de violencia
de genero (¿o debo decir violencia machista ?). Es cultural, me imagino. Siempre
pensé que lo gordo del trabajo para obtener unos derechos más que normales
(nuestra famosa emancipación) se había hecho (en Francia en mi caso) antes de
nacer yo, con lo cual he crecido sin mucha preocupación y sin sentirme de menos
por ser mujer.
Supongo que también he cerrado los ojos aceptando con fatalidad
situaciones injustas pensando que era una batallita complicada y larga, por no
decir perdida de antemano.
En los años 90, al pertenecer a una asociación
valenciana de mujeres emprendedoras, me di cuenta de que aquí el tema del
feminismo era tomado muy muy en serio y que a lo mejor yo no tenia esa fibra
tan feminista, o si la tenía, la vivía de otra forma.
Me parece que hay 50
maneras de ser feminista, y que desde luego, el neofemenismo está haciendo mas daño que otra cosa: esa forma integrista y extremista de pensar
que el hombre es un depredador para la mujer, esa especie de sed de venganza
que roza el odio hacia el hombre (la misandría existe por lo visto) no lo
entiendo.
El neofemenismo niega una cosa importante: que somos diferentes y
que no se puede ni se podrá fingir que somos iguales por mucho que vayamos en
pantalones y tengamos puestos de alto cargo en las multinacionales.Tenemos los mismos derechos
pero ahora queremos ser iguales que ellos, ¿como si la cultura masculina fuera el
ideal a alcanzar ?
Y, si no, somos sumisas o retrogradas ¡no! No es así. ¡No
podemos negar nuestras diferencias! Es más: debemos reivindicar con orgullo
nuestras diferencias y el hecho de que pueden ser complementarias al del
hombre.
En poco tiempo hemos pasado de tener reivindicaciones legítimas y útiles a tener una nueva ideología victimista poco basada en la realidad
y tintado de fanatismo y de violencia no solo verbal.
Desde luego no me siento
nada representada con eso, lo que no significa que no quede mucho trabajo para
pacificar las relaciones entre hombres y mujeres.
*Directora de www.valencia-expat-services.com
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