María Ribas. EPDA.La edad de una persona marca los tiempos y los momentos en la vida. Es una camino o proceso que viene marcado por los años, cuando una persona supera la barrera de muchos años, corre el peligro de que su vida se vaya apagando como una vela que consume la cera y la mecha.
Así le ha pasado a Doña Mari, María, o Maruja, la que fue nuestra profesora de Francés o de Historia, en los años que estuvimos en el I.N.B de Llíria. María fue siempre esa profesora, que era más madre que maestra; fue esa mujer dulce que sin poner azúcar en sus actos, los convertía en un auténtico almíbar; María fue esa mujer que supo escucharnos a todos, comprendernos en años difíciles, haciendo en cada acto y cada lección, un ejemplo de bondad, cultura y sabiduría.
Muchos de sus alumnos, hemos tenido la suerte de no perder el contacto con ella, gracias a la vecindad, a la amistad con sus hijos, y hasta en coincidir en actos culturales que a todos nos unieron a lo largo de los años.
En la tarde del veintiuno de julio de este año, María nos ha dado su última lección, cargada de serenidad, de silencio, de discreción, como a ella le gustaba hacer las cosas, esbozando una sencilla sonrisa y rodeada de los suyos, cerró sus ojos a este mundo para traspasar el umbral que llega hasta la eternidad.
Sin decir nada, la vela se apagó. El silencio envolvió el ambiente y María Ribas nos dejó ese sabor agridulce que pone la muerte cuando inesperadamente nos visita. Decía Rabindranath Tagore: “Como un mar, alrededor de la soleada isla de la vida, la muerte canta noche y día su canción sin fin.” Así fue la vida en la soleada isla de María, luz que brilló en las clases, fiel compañera y amiga de profesores y profesoras; comprensiva, agradable, simpática y cariñosa con los alumnos, y por encima de todo un buena persona.
Cuando el mundo abre los brazos para despedir a los grandes, siempre queda esa estela de una vida. María, la que fue “Maestra de Liria” se ha ido, durante su vida ha recibido muchos homenajes, pero siempre resuenan en nuestra mente sus lúcidas palabras recordando que “Si volviera a nacer volvería a dedicarme a la enseñanza”… ¡Cuánto nos has dado sin merecerlo! ¡Cuántos momentos desfilan por nuestra mente porque los hemos pasado a tu lado!
No es una despedida, es un momento de gratitud, de valorar a una mujer que dio muchas horas de su vida, de su tiempo por sus alumnos. Doña Mari, marcha en paz, sigue enseñando en el más allá, nunca olvidaremos que la mejor lección que nos diste fuiste tú, fue conocerte como eras y quererte por tenerte junto a nosotros.
Los alumnos y profesores de los cursos 1973-1976 queremos dar ese abrazo a tu familia, especialmente a tu hijo, nuestro compañero Miguel Bañuls Rivas, y con estas palabras testimoniar un poco del amor que dejaste en nuestros corazones.
Doña Mari, hasta la eternidad.
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