Javier Mateo Hildago. /EPDA
Los compases del Fandango de Antonio Soler invitan a penetrar
en el antiguo Palacio de Goyeneche. Ante él, un carruaje dibujado en
el s. XVIII se mueve, gracias a la magia del cine, a veinticuatro
fotogramas por segundo. La cámara avanza ante la puerta, que se abre
de par en par dejando que lleguemos al interior del edificio mediante
un travelling imaginado. Allí dentro aguardan saltimbanquis
de Ribera oscilando como un péndulo en la cuerda, caprichos goyescos
que ansían volar como pájaros o estatuas de un tiempo clásico
traídas de Italia. Y afuera nieva copiosamente, bajo el filtro
artificioso de la “noche americana”. Todo esto lo vemos en la
película que, dirigida por Arantxa Aguirre, homenajea a la Real
Academia de Bellas Artes de San Fernando. Una institución creada a
raíz de una pesadilla de la reina Isabel de Farnesio, que soñó que
una de las estatuas de la cornisa del Palacio Real caía sobre ella,
segando su vida. Su hijo entonces ordenó bajar las estatuas a tierra
y ampliar su número, excusa con la que el escultor encargado, Juan
Domingo Olivieri (italiano natural de Carrara), fundaría la Academia
de escultura. Un paso decisivo para la creación de la futura
academia, que llevaría el nombre de Fernando no por el santo sino
por su patrocinador, el monarca Fernando VI.
El salón de actos de este noble edificio todavía conserva su
apariencia de antiguo oratorio, con su altar, sus dos filas de
asientos y su órgano atrás. Y no es para menos, pues las
celebraciones allí oficiadas conservan algo de los ritos sagrados,
como el que tuvo lugar el pasado domingo. Sonó La Flauta Mágica
tras la salida de los “sacerdotes” de la “sacristía”,
anunciando la entrada de la protagonista del acto. Custodiada por un
padrino (Manuel Gutiérrez Aragón) y una madrina (Josefina Molina),
Arantxa Aguirre pasaba de ser la encargada de reconocer
audiovisualmente a la academia, para que ésta la reconociese a ella
como académica.
El presidente de la mesa -el compositor Tomás Marco- refería a la
acertada elección de la música de Mozart por su carácter
simbólico: la primera pieza narraba las pruebas con las que Tamino
debía iniciarse para ser aceptado por Sarastro y sus sacerdotes,
mientras que la segunda era una loa a Tamino y una súplica para que
fuese acogido en el templo. Esta banda sonora venía a subrayar, por
tanto, la forma en que esta creadora había merecido con creces
entrar a formar parte del ámbito académico. Como bien apuntó José
Luis García del Busto en su contestación, el carácter polifacético
de Arantxa, abierto a las diferentes ramas del grueso árbol
artístico, le había llevado a realizar proyectos de gran riqueza en
contenido y temática: danza, música, literatura, pintura son sólo
algunos de los ingredientes de su receta creativa.
En su discurso, recordaba a los seis académicos que custodiaron la
medalla número 25 que ahora ella recibía. En concreto, posaba su
atención en dos: del paisajista Carlos de Haes, destacó un cuadro
cuyo título poseía un carácter simbólico: Sendero (Aránzazu).
“Como nunca había visto mi nombre en una obra de arte, me permito
interpretarlo como un misterioso saludo de uno de mis predecesores”,
afirmó. Arantxa llega en este punto de su propio camino vital con un
trecho recorrido compuesto de distintos hitos, pero tal vez habría
que comenzar esta andadura en el tiempo en que el retratista Álvaro
Delgado (el segundo de los predecesores escogidos) fue nombrado
académico. Era entonces Aguirre una niña madura que temía a la
muerte, pero que también estaba descubriendo lo que acabaría
convirtiéndose en su gran pasión: el cine. Mientras su madre (la
actriz Enriqueta Carballeira) le animaba augurándole una vida llena
de satisfacciones personales, su padre (el cineasta Javier Aguirre)
le llevaba al cine para enseñarle cómo Chaplin podía dar vida a
una bailarina con dos panes y dos tenedores, o cómo Gene Kelly
cantaba a la alegría con un paraguas bajo la lluvia. El temor al fin
de la vida parecía quedar sorteado de alguna forma por el arte,
porque según Arantxa “el arte es la manera de burlar a la muerte”,
y añadía: “es lo que hace Joaquín Soriano cuando interpreta un
nocturno de Chopin. Lo que hace Josefina Molina en ese juego de
espejos que es Función de noche. Lo que hace Ramón Masats
cuando fotografía al seminarista que detiene un balón en el aire.
Masats está salvando ese momento. Se lo está arrebatando al tiempo,
a la muerte”.
Si existe un nexo con el que poder aglutinar los trabajos de Arantxa
es precisamente el factor poético: un lenguaje presente en sus
piezas audiovisuales, sus textos e incluso el discurso pronunciado
durante el acto de investidura como académica. Sus palabras,
pronunciadas y transmitidas con un entusiasmo contagioso, causaron el
efecto de las de Sherezade en Las mil y una noches: hipnotizar
a un auditorio atento, sin perder una coma de todo cuando
escuchaba. El secreto lo tomaría prestado sin duda de los nueve
primeros “mandamientos” de su admirado Billy Wilder: “¡no
aburrirás!” El décimo (“tendrás derecho al montaje final”)
lo aplicará siempre en sus proyectos, siendo decisivo para imprimir
su estilo personal e inconfundible.
De la palabra a la imagen solo habrá un paso, pues el carácter
evocador del lenguaje en Aguirre queda demostrado en sus imágenes en
movimiento y en sus “palabras hacia la imagen”. Prueba de ello,
más allá de su capacidad retórica, la encontramos en su labor como
investigadora y escritora. Además de ser doctora en Filología, ha
publicado dos libros: Buñuel, lector de Galdós (con el que
obtuvo el Premio de Investigación Pérez Galdós en 2003) y 34
actores hablan de su oficio (publicado por Cátedra en 2008).
Su oportunidad de convertir el “verbo” en “carne” llegará
tras un periodo de aprendizaje primero en teatro -siendo ayudante de
José Carlos Plaza o Miguel Narros- y finalmente en cine -a las
órdenes de cineastas como Carlos Saura, Basilio Martínez Patino,
Pedro Almodóvar, Luis García Berlanga o Mario Camus. Y es que, como
dijo Picasso, “para saber desdibujar hay que saber primero
dibujar”. O, lo que es lo mismo, para hacer arte primero hay que
conocerlo. La casa por los cimientos.
Aprehendidas las herramientas del oficio, comienza a elaborar su
propio carácter como guionista (de nuevo, la palabra) en el
documental Un instante en la vida ajena (2003) -sobre
la fotógrafa y cineasta pionera Madronita Andreu-. De ahí dará el
paso como directora con Hécuba. Un sueño de pasión (2006).
Después filmará Geraldine Chaplin en España -en torno a la
actriz e hija de Charles Chaplin-. Más adelante llegarán otros
retratos fílmicos, como el de Nuria Espert, una mujer de teatro
(realizado en 2012 para la serie Imprescindibles de TVE).
Del cine dará el salto a la escena con La zarza de Moisés (en
torno a la compañía teatral Els Joglars, en 2017) y a la
danza, con una serie de filmes en torno al ballet Un ballet para
el siglo XXI (2008), Le coeur et le courage (2009), An
American Swan in Paris (2011), en relación con los trabajos
coreográficos testamentarios de Maurice Béjart. Entre los proyectos
de corte escénico-musical, destaca también la filmación de la
versión danzada de La flauta mágica, por el Ballet Béjart
Lausanne. La ópera de Mozart anteriormente referida aparece con esto
doblemente justificada como música escogida para el acto de la
académica electa. La música estará igualmente igualmente presente,
si bien para Arantxa fue lo primero: “... los largos veranos en
casa de los abuelos y la suite número 1 para violonchelo de Bach que
mi tía estudiaba en su habitación y yo escuchaba detrás de la
puerta”. Con ese cariño llegaron los documentales sobre Antonio
Soler (Una rosa para Soler, 2014) y Enrique Granados (El
amor y la muerte, 2018). Con su citado Fandango culminará
su repaso por las distintas artes en el referido documental sobre la
academia, titulado Bellas Artes, Kilómetro 0 y con su trabajo
Zurbarán y sus doce hijos (2020), en torno a la serie Jacob
y sus doce hijos del pintor barroco.
Aguirre se inclina por un cine que, más allá de la etiqueta
clásica de “documental”, construye sus propias ficciones. Su
libertad creativa siempre respeta el tema escogido, pero introduce
nuevas perspectivas o las amplía. Porque, además de enseñar,
aprende de lo que enseña, y este es un principio fundamental de
humildad en Arantxa, caracterizada a sí misma como hacedora: “El
ser se resuelve en el hacer y por eso le dice don Quijote a Sancho:
'nadie es más que otro si no hace más que otro'”. Así nos lo
demostró con su ejemplo y buen hacer aquella tarde de domingo a sus
amigos y allegados, haciendo que ese “kilómetro cero” próximo
de la Puerta del Sol, brillase de una forma especial en las últimas
pinceladas hacia la noche.
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