Otro fotograma del filme argentino.
Fotograma. EPDA
Se ha dicho de “El secreto de sus
ojos” (Juan José Campanella, 2009) que es una película destinada a ganar
premios, se mire por donde se mire. Siendo el título más célebre del reciente
cine argentino (¿quizá de la historia?), poco más puede decirse de un filme tan
rico en imágenes, de factura impecable y trama magistral. En una de sus
secuencias emblemáticas, el personaje de Espósito (Ricardo Darín) se ve forzado
a exiliarse de Buenos Aires durante diez años. Justo cuando el tren parte de la
estación, su amada Irene (Soledad Villamil), en un arrebato desesperado, corre llorando
tras él. Desde el andén, durante apenas unos segundos, consigue alcanzar el
vagón de Espósito y dejarnos la imagen eterna del film: las manos de ambos
tocándose a través del cristal, melancólicamente.
Tal entristecedora escena la habrán
experimentado los miles de argentinos obligados a dejar su tierra de origen en
busca de mejores condiciones y oportunidades. En la década de los 70-80,
diferentes golpes de Estado y el establecimiento de dictaduras en Chile,
Brasil, Argentina… dieron lugar al llamado cine latinoamericano del exilio, retrato
desgarrador de dicha realidad. Sería un error clasificar a “El secreto de sus
ojos” en tal grupo, cuando se trata de un thriller policíaco de tintes clásicos
donde, además, Espósito se refugia en la Provincia de Jujuy, por lo que no
llega a emigrar del país. No obstante, hemos de apuntar que el film conecta el
presente con la dictadura argentina de 1976, tras la cual más de 30.000
argentinos tuvieron que emigrar. Así, un tono nostálgico recorre toda la trama.
La emigración argentina no es,
sin embargo, cosa del pasado. En 2019, más de un millón de argentinos emigraron
del país, constituyendo un 2,27% de la población total de Argentina. La crisis,
la falta de empleo y la alta inflación son algunas de las causas que fuerzan la
partida de estos grupos. En otro film argentino previo al de Campanella:
“Martín Hache” (Adolfo Aristarain, 1997), historia de un
adusto director de cine argentino que vive en Madrid y detesta su país natal, el
personaje de Federico Luppi afirma: “(Argentina) es un país donde no se puede
ni se debe vivir […] Es un país sin futuro, saqueado, depredado, y no va a
cambiar”. Por suerte, su hijo Hache (Juan Diego Botto), no tiene una visión tan
pesimista de su tierra y acabará regresando.
En otras películas recientes
argentinas como la cómica “El ciudadano ilustre” (Mariano Cohn y Gastón Duprat,
2016) también puede reconocerse cierta idea amarga de la emigración, sosteniendo
aquello de que nadie es profeta en su
tierra. Por todo ello, puede afirmarse que el exilio y la emigración son
constantes que los cineastas argentinos no han podido obviar en su filmografía.
No obstante, más allá de todos los adioses, queda soñar y esperar un posible reencuentro
con los orígenes y la tierra anhelada, tal como planteaba Hache. Y si no lo
creen, revisen el espléndido final de “El secreto de sus ojos”, a la altura del
más bello de los finales.
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