Héctor González
Benimàmet. EPDA
El
escritor Francisco López Porcal ha publicado la novela Atrapados en
el umbral. Teóricamente el protagonismo recae en un profesor francés
que descubre Valencia (la auténtica protagonista de la obra en
realidad). A lo largo de las páginas, el autor desmenuza espacios
céntricos de la ciudad y deleita al lector con la historia que
atesoran, a la vez que cita libros ambientados en la capital
valenciana. López Porcal define Valencia como “poliédrica”, con
múltiples caras.
Uno de esos rostros urbanos lo constituyen las pedanías (no me canso de
escribir de ellas) y, en concreto, la más populosa, Benimàmet, que
no se expande como una conurbación urbana más, sino que está
separada del núcleo central de la ciudad por un ramillete de
carreteras y huertos. Han transcurrido 19 años desde que un grupo de
vecinos comenzó a movilizarse para reivindicar mayor independencia,
siguiendo el ejemplo cercano en tiempo y ubicación de San Antonio de
Benagéber respecto a Paterna, de la que logró segregarse.
Todo
quedó en agua de borrajas. No obstante, al igual que la citada
hortaliza aragonesa, la borraja, Benimàmet tiene muchas propiedades
poco conocidas. Entre ellas, la perseverancia. Y ahora ha enfilado el
camino para convertirse en entidad local menor, un rango intermedio
entre pedanía y municipio que espera alcanzar este año con el apoyo
del Ayuntamiento de Valencia. Le da más autonomía, pero sin
perderla.
Esa
independencia, aunque como barrio, defiende José Aledón para
Canyamelar. Apelando a la fértil historia de esta barriada marinera
quiere que deje de ser considerada como una coletilla que siempre
acompaña a el Cabanyal. Como Castellar-Oliveral, el topónimo en
dueto de otra bonita pedanía autóctona.
Aledón,
coordinador de Canyamelar en Marxa, hace años que inició una
carrera burocrática de fondo para convencer al Consistorio de que,
simplemente, separe en su nomenclatura Cabanyal de Canyamelar y
conceda a cada cual su espacio. Un reciente informe del Síndic de
Greuges da un tirón de orejas al Ayuntamiento por negar una
respuesta a los numerosos escritos presentados en este sentido.
Canyamelar
y Benimàmet representan simplemente dos ejemplos de la Valencia
poliédrica, de las múltiples caras, a la que se refiere López
Porcal, cuyo libro, por cierto, ha editado una empresa centrada en
potenciar la literatura autóctona, Sargantana. El apelativo de
poliédrica me parece preciso, aunque me ha llegado más el corazón
aquel con el que me describió la pasada semana Valencia un turista
uruguayo tras preguntarme por una dirección. Con una sonrisa y el
acento que da fe de su origen, me comentó: “es muy linda
Valencia”. Para qué más adjetivos.
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