Sacañet. / Archivo JSMS
Entrega del Paquete de Peladillas./ Archivo JSMS Hace
frio, es invierno, la Covid 19, sigue viva, sigue azotando el mundo.
Los confinamientos perimetrales y las restricciones afectan a la
ciudadanía. Los que tenemos la suerte de vivir en el mundo rural,
gozamos del privilegio de abrazar la naturaleza, podemos ver como los
fríos días del invierno deja paso a una suave benignidad de días más
soleados, temperaturas que suben y bajan, contemplando los amaneceres y
los atardeceres como se prolongan cada día.
Ya
estamos a mitad de febrero, el camino hacia marzo es imparable, la
primavera ya se asoma por la ventana para contemplar los vistosos campos
engalanados por la flor del almendro que escalonadamente inunda el
horizonte.
Hay
destinos escondidos para los hombres, hay rutas desconocidas de la
naturaleza, hay rincones olvidados en el tiempo. La brújula del silencio
me encamina por la carretera que une Casinos, con Alcublas, hasta
llegar a la balsa que se enclava en un pequeño cruce de caminos: Los
Molinos del Siglo XVIII, la Cueva Santa, frente a otra dirección que te
dirige a Sacañet y Canales.
Dos
pequeños municipios, que en realidad forman una unidad, adornando la
vertiente sur de la Sierra del Toro, y coronando el pico montañoso
bautizado con el nombre del Puerto de la Bellida que tiene
aproximadamente una elevación de mil doscientos sesenta y cinco metros
sobre el nivel del mar. Es un alto emplazamiento, en cuyas faldas muere
la monumental Sierra Calderona, y donde la altura reinante en ambos
núcleos de población es de unos mil cien metros sobre el nivel del mar.
Vas
subiendo, adentrándote en la tierra, llegas en primer lugar a Sacañet,
después a Canales; encuentras un verde paisaje repleto de infinitas
variedades de vegetación propia del monte bajo, al igual que altos pinos
y carrascas, que adornan las montañas que recorres. Detectas el rugir
de intrépidos motoristas que conocen bien el entorno, que disfrutan
recorriendo la calzada con sus modernas y veloces máquinas de dos
espectaculares ruedas.
Los
campos están bien cultivados, se nota la mano del hombre agricultor que
conoce bien los secretos de la tierra. Los almendros son el complemento
perfecto, tanto por el color impregnado del blanco rosáceo de su flor,
como por el aroma dulzón que le dan al paisaje. Las juguetonas
abejas, dejan oír su zumbido, danzando desde los aromáticos romeros,
hasta las más altas cumbres del almendro. Las amarillentas flores de las
ramificadas y espinas aligas, ponen una nota diferente a ambos lados
del camino, marcando esa ruta que te lleva entre piedras grisáceas y
ocres de los ribazos, altas cumbres coronadas por blancas nubes, o
caminos de tierra y piedra que te muestran el esplendor de antiguas
ventas situadas en aquellos derroteros donde se construyeron los
corrales de ganado y alquerías, cuyas piedras quedaron suspendidas en
el espacio.
Al
parar y contemplar estas ruinas, vuelves la vista atrás, descubres la
dureza de la vida de hace muchos años, que combinada con la felicidad y
la paz de aquellos supervivientes, desvelan el contraste del ayer al
hoy. Ganados paciendo por aquellos pastos, pastores cuyas horas las
marcaba el sol; alimentos naturales, tan simples y sencillos, que sin
neveras ni frigoríficos, ni conservantes, eran consumidos de una forma
repleta de beneficios, por ir directamente del productor al consumidor.
Eran
las “delicias” de otros tiempos, donde la comunicación se oía a viva
voz, los correos electrónicos, se servían en la mano provenientes de la
saca de un cartero, que a pie, en carro o bicicleta recorría, aquellos
lugares en busca del destinatario, y los diálogos transcurrían cara a
cara, mirando a los ojos del interlocutor que atendía serenamente los
avatares del tiempo.
SACAÑET:
Piedras mudas, paredes blancas. Sacañet te recibe con una trilladora,
que a la entrada del pueblo te recuerda cómo se separaba el trigo de la
paja. Allí están silenciosas las zarandas o cribas que ayudaron a
aquellos hombres y mujeres a sustituir la dura hoz de segar, por la
moderna máquina que llegaría a mediados del siglo XX.
Sus
rectas y blancas calles, te conducen hasta una vieja era, me sorprende
que se haya hecho caso omiso a la regla de ortografía sobre el uso de la
“H”, donde se da buena cuenta de las palabras que se escriben con esta
letra y las excepciones, recordando lo que de pequeño aprendí, tres
palabras que empiezan por <er> : Ernesto, Era, y Ermita, no
llevaban la H como primera letra. Allí encontré la calle de la Hera con
la propia era, destrozada por el paso de los años, con los rojos
descoloridos ladrillos también irreconocibles. Es otro diálogo con el
tiempo, con las duras horas de labor vividas por los agricultores en
aquel lugar, que hoy se combinan con el silencio del olvido. Ya lo
cantaba Imperio Argentina, en la canción “La Segadora Y El Carretero”:
<Asómate a la ventana. Cuando vuelvas de la siega, asómate a la
ventana, que a un segador no le importa, qué le dé el sol cara a cara….
¡Cuando vuelvas de la siega!>
De
Sacañet aprendí que la leña sigue calentando los hogares, que con la
leña se cocina, que el silencio envuelve el tiempo que al compás del
frio mece tu frente. Una fuente con aljibe me despide, y sigo camino de
Canales.
CANALES:
La farola de la Plaza del Horno, con unos azulejos alusivos al
“Ventisquero de los Frailes año 1769”, al viejo olmo, o al Escudo del
pueblo, nos recibe y nos indica que la altura sobre el nivel del mar es
de 1170, en un corto paseo llegas a la Fuente de Santa Bárbara, que
está junto a la pequeña iglesia, donde se venera por patrona, junto a
San José. Calle Andilla, Calle Horno, Calle Santa Bárbara, Calle Mayor,
Calle la Bombonera… jardines bien arreglados, casas limpias,
horizontes despejados y silencio ambiental.
Produce
alegría encontrarte a algún vecino, que no dudan ni atenderte ni en
explicarte cualquier detalle sobre el transcurrir de la vida en tan
tranquilo paraje. Dos ciclistas, sentados al sol de un banco, contemplan
sobre la farola sus bicicletas compañeras de viaje, mientras alimentan
sus estómagos y reponen las quemadas fuerzas. Pido por favor, que me
abran la iglesia, y me dirigen a una casa, donde sus moradores de forma
generosa y hospitalaria, me acompañan a descubrir otros rincones de
Canales.
Abren
la puerta de la Iglesia, y admiro en el techo una pintura con el escudo
del pueblo con el árbol coronado, la imagen pintada de Santa Bárbara y
el rayo que pone fin a la vida de su padre Dióscoro, y en el centro la
blanca paloma, que representa el Espíritu Santo. Preside la parte
derecha del presbiterio, un guión de tela roja datado en el año 1955
con la imagen de la patrona; todos los detalles de la iglesia muy bien
cuidados, colocados con gusto, puntillas hechas a mano, cuadros de
santos e imágenes, con un pequeño recordatorio homenaje a Pepe
Milvaques, Elvira Pérez y Luis Lleó, por su obra “Los Gozos a Santa
Bárbara.”
Acabo
la visita entregando un pequeño paquete de peladillas de Casinos, a tan
amables anfitriones, que dedicaron su tiempo a demostrar el amor que
tienen por su tierra. Ese amor del día de San Valentín, que es mezcla
de diálogos con el viento, compartir secretos con las piedras, vivir
entre la naturaleza, gozar de la presencia de la historia, abrazar la
vida con otros ojos, dejarte seducir por la “otra” paz, que te ofrece el
mundo, la paz del silencio, de la meditación, de convivir con la
tierra, y contemplar un horizonte repleto de caminos abiertos a la
esperanza de la vida.
Solo
el viento y las piedras son capaces de no murmurar, de no increpar, de
respetar y de reservar en su memoria los grandes secretos de la
historia, para devolvérnoslos con el exquisito nombre conocido por
naturaleza.
Feliz y buena semana de febrero.
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