Susana Gisbert./EPDA La sabiduría popular utiliza expresiones como “de higos a brevas” o “de Pascuas a Ramos” para referirse al paso del tiempo. Las fiestas religiosas o los productos agrícolas de cada época eran hitos suficientemente importantes para ello, y hoy todavía seguimos utilizándolos.
Pero en Valencia somos especiales. Cada año, nos encontramos con un período de tiempo absolutamente elástico, el que media entre Fallas y Pascuas. Que tan pronto puede comprender un mes entero, como unos días, e incluso solaparse. Este año la Semana Santa nos ha caído inmediatamente a continuación de la de San José. Cuando apenas nos habíamos desprendido del cansancio y la resaca fallera, tocaba prepararse para las Pascuas. Y eso que aquí también somos peculiares a la hora de celebrarlas y las vacaciones escolares, que determinan la vida de gran parte de la gente, se centran más en la semana siguiente que en propia Semana Santa.
Así que, como si estuviéramos participando en un Juego de la Oca imaginario, vayamos de Fallas a Pascua, de oca a oca, y tiro porque me toca. Es el momento de decidir entre irse o quedarse, entre playa o procesiones, entre calle o sofá. O de tratar de combinarlo todo de la mejor manera posible, meteorología mediante. Porque ya sabemos que, aunque aún no sea el mes de abril, en esto tampoco falla en refranero, con los de las aguas mil que siempre amenazan el disfrute de las fiestas.
En cualquier caso, y como me sucede cada vez que se acercan estos días, siempre le dejo un hueco a la nostalgia. O a los recuerdos, para ser exacta. Me acuerdo de aquellas vacaciones de Pascua de mi infancia, entre el franquismo tardío y el post franquismo, en las que los cines y los teatros cerraban y la única tele solo emitía películas religiosas que ya nos sabíamos de memoria. No había Pascuas sinQuo Vadis, La historia más grande jamás contada, La túnica SagradaoEl evangelio según San Mateo,por citar algunas. Algo que entonces vivía como algo tan normal como hoy me parece inconcebible. Y tampoco había Semana Santa sin potaje ni torrijas, que no se podía comer carne hasta el día de Resurrección.
Pero no todo era negativo. Todavía sonrío cuando recuerdo aquellas excursiones en bicicleta para comernos la mona de Pascua, o las tardes pasadasempinando el catxirulo, o sea, haciendo volar las cometas. Incluso recuerdo haberlas fabricado personalmente y tener una alegría enorme si aquella cometa casera conseguía volar, aunque fuera un minuto.
Así que allá vamos. Aprovechemos estas minivacaciones para hacer lo que más nos guste. Si es que podemos
Felices Pascuas
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