La plaza de la Virgen, un lugar frecuentado e incónico en Valencia, /EPDAEste Curioseando Valencia no recorrerá un barrio completo ni responderá a las reflexiones y redacción del libre fluir de mente y pasos del caminante. Cambia de lo habitual porque la ocasión lo requiere. Se centra en el distrito de Ciutat Vella, lo hace en compañía y orientado a un producto que forma parte de la historia de la humanidad en general y de la Valencia en particular: el vino.
Comienza frente a las Torres de Serranos. Desde allí, tal como explica la guía Celia Peris, que hará de cicerone en esta ruta, basta cruzar el puente para adentrarse en el barrio de la Saidia, el cogollo de las plantaciones vitivinícolas del pasado romano próximas a las antiguas murallas. Desde ese punto se puede enfilar perfectamente hacia la calle Sagunto y, si se planificiara una larga etapa, caminar hasta la Serranía de la provincia de Valencia. Aunque eso ya sería otro recorrido diferente.
Por cierto, la singularidad de esta ruta resulta doble: por una parte, su búsqueda del legado vinculado al vino de Valencia y, por otra, que nació como una iniciativa de Proava, la entidad focalizada en promover una alimentación de calidad en la Comunitat Valenciana. Y esa idea se gestó con la intención de que la recaudación de las visitas de grupos por ese itinerario se destinaría a ayudar a la recuperación de un local del mercado municipal de Paiporta asolado por la dana del 29 de octubre de 2024.
Volvemos frente a las grandiosas torres, aunque esta vez –después de imaginarnos campos de cultivo de uva donde ahora se arraciman viviendas- para pasar por su arco bajo ellas y encaminarnos hacia la Almoina. Andamos por calle Náquera, plaza Cisneros y plaza Nules, junto al Palau dels Català de Valeriola, y nos adentramos en la plaza de la Virgen para situarnos ante la fuente que antropomorfiza el río Turia, con sus ocho acequias que repartían el agua por los campos de cultivo. Entre ellos, los de uva.
El discurrir por la Almoina se abrevia. Basta contemplar fugazmente los restos romanos de la ciudad en su subsuelo para recuperar el uso de vasijas por parte de los imperiales fundadores de Valencia, los romanos. Y en esos recipientes de un solo uso trasladaban aceite, su célebre salsa (garum) o vino.
Continúa la ruta. Quizás resulta algo acelerada, aunque la excepción de este Curioseando Valencia permite ciertas licencias. De la calle Barcella, con su llamativo arco transportador, pasamos a la puerta de la Catedral que orilla con la plaza de la Reina. Frente a ella evocamos el Santo Cáliz, custodiado en la capilla del mismo nombre de la seo valenciana, y su uso para consumo de vino.
Esa tradición se recrea en cada misa con un caldo especial, más dulzón y menos fuerte, que también sale a colación en este paseo de regusto vinícola catador de historias seculares.
Proseguimos por la citada plaza de la Reina para llegar junto a la iglesia de Santa Calina y mirar de reojo hacia su izquierda, a la calle La Paz, donde emergía la potente judería de Valencia. Otra cita, nuevo salto mental al pasado para subrayar la capacidad comercial del pueblo judío con diferentes artículos, como el vino, y para mostrar imágenes digitales de la variante halal de esta elaboración que focaliza el trayecto.
Nos encaminamos hacia la plaza Lope de Vega en un trasiego que nos adentra ya en el barrio del Mercat para dejar atrás ese linde entre los de la Seu y la Xerea que hemos ido bordeando.
Callejeamos por Martín Mengod hacia Doctor Collado hasta aparecer ante el imponente Mercado Central, consolidado como uno de los grandes emblemas de la ciudad y, desde luego, espacio donde se vende y se degusta vino.
No obstante, retornando al objetivo de la ruta, lo que interesa no se halla dentro del modernista recinto mercantil, sino frente a él. Se trata de la placa que luce en el lateral izquierdo –si nos situamos ante ella- del portón principal, la dedicada a José Romeu y Parras.
Su apellido ya induce a pensar a qué se dedicó. Su familia exportaba vino desde el Grau Vell de Sagunto, un espacio digno -y muy recomendable- de recorrer paseando desde el marjal del Moro, que parte de Puzol, en el extremo de la comarca de L’Horta Nord.
En cualquier caso, el apellido de José ha pasado a la posterioridad junto al sustantivo héroe, por combatir con denuedo contra la invasión francesa y acabar ajusticiado en la misma plaza donde se exhibe su placa para encumbrarse como mártir de la resistencia española ante las tropas napoleónicas.
En Sagunto tiene escultura y plaza, como recuerda Celia Peris. En Valencia, calle limítrofe con el antiguo Mercado de Abastos, desde hace años reconvertido en instituto, comisaría, pabellón deportivo, local de asociación de vecinal, biblioteca y alguna actividad más que seguro que será interesante descubrir.
Torcemos por calle Cordellats, junto a la citada e icónica Lonja, una vía urbana cuyo nombre, por cierto, data de los estertores de la Edad Media. Aquí las gárgolas del histórico edificio que fue el epicentro de la vida financiera de Valencia hacen que se aluda a los numerosos marineros que llegaban con los buques que transportaban la famosa seda autóctonona en el floreciente, siglos atrás, barrio de Velluters. Y a su afición por utilizar las tabernas y el vino como espacios y producto de distensión y esparcimiento.
Atravesamos la calle Caballeros para enfilar Conde de Buñol, pasar bajo el tan discreto como precioso portal de la Valldigna y empalmar con la calle Baja hasta el celler medieval del siglo XIII. Los vestigios de su estructura se contemplan desde el cristal que lo separa de la sala de catas, sobre él.
Allí aguarda la parte más nutritiva del recorrido. Mientras se paladea el vino actual nuestra mente puede disiparse, inspirada por una mirada de reojo, a los vericuetos de la elaboración de este caldo en la Valencia medieval. Y así, con esa inspiración entre dionisiaca y onírica, terminamos este singular Curioseando por las reminiscencias de la urbe vinícola.
Un rótulo en la Lonja recuerdo al héroe Romeu, de famiia de bodegueros. /EPDA
El precioso portal de Valldigna. /EPDA
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