Uno de los monumentos del recorrido. EPDAMenéndez Pidal, Cronista Rivelles, Zaidía, Trinitat… una de las dudas que me surgen de Valencia es cómo explicar, sin equivocarme de calle, donde está la sede de la Escuela Oficial de Idiomas, la estación de autobuses o el inicio de la avenida de la Constitución, por ejemplo. Desde el lado contrario del Jardín del Túria, el de las Torres de Serranos, utilizas el nombre de Paseo de la Petxina y probablemente no te equivocarás. Pero desde el lateral de Viveros, cada tramo tiene su propio rótulo.
Así que he decidido solventar esas dudas recorriendo el lado izquierdo del antiguo cauce del Túria mirando hacia Mislata. Empiezo en la esquina entre Pla del Real y la calle San Pío V, donde termina la plaza de la Legión. Desde allí me voy dejando sorprender por los árboles de todo tipo que emergen de la valla de Viveros, como saludando. Paso junto a las puertas del parque, que coindicen en el cartel de que la última que cerrará es la que da a Blasco Ibáñez.
Ya estoy bajo el primer torreón del museo San Pío V, con su imponente fachada sonrosada y sus enrejados y enormes ventanales. Dos grandes rótulos anuncian las exposiciones Més Museu, con las últimas adquisiciones de esta prestigiosa pinacoteca, y El Mestre de Perea.
Imponente este tramo: Viveros, museo de Bellas Artes, el monasterio de la Santísima Trinidad…y, en medio, un rastro-tienda, en la esquina de la curiosa Volta del Rossinyol, una vía urbana muy singular de recomendable recorrido. No digo más. Sí, atravieso la calle Alboraia y empiezo la de la Trinitat –primer cambio de nombre-, con su emblemático convento que limita con una sala de exposiciones y un enorme estudio de arquitectura y de construcción.
Y, entre tanta creatividad, choque de realidad del siglo XXI al darme casi de bruces con la entrada a la Dirección Provincial en Valencia del Servicio Público de Empleo Estatal. Un local de seguros, otro de cigarrillos electrónicos, un tercero de patinetes y un bar le acompañan en este tramo de calle hasta el cruce con Santa Amalia. Y ahí llego a un nuevo edificio singular, la antigua Estación de Madera, hoy sede de la policía autonómica valenciana. Entre la citada Santa Amalia y otra calle con nombre santo y también de alcaldesa, Santa Rita.
Paso ya a Cronista Rivelles (tercera denominación de este lateral del río desde Viveros), donde me sorprende Bodegas Paquito con su tonel de vino en plena calle.
Y de allí a la iglesia de Santa Mónica, junto a la que se ubica la casa asilo de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, cuya labor de ayuda a personas mayores sin recursos y con escasa movilidad resulta muy loable.
Atravieso la calle Sagunto –en la que me explayé en otro Curioseando Valencia- y entro en un nuevo cambio de rótulo. Ahora voy por Guadalaviar, con poco más que destacar que el colorido toldo de El Pollastre Valencià que parece ser el anuncio para entrar en la calle perpendicular peatonal.
Llega un cruce un tanto estrambótico, con la torreta de Tendetes, la replaceta de Monmeneu y la calle Visitació. Y otro nombre más (el quinto) para el repertorio, porque paso de Guadalaviar a Pla de la Saidia, con la gasolinera La Torreta, una de las pocas incrustadas en el casco urbano y adaptadas a la fisonomía de su entorno, con un inmensa claraboya de techado.
Me paro frente a la fuente y al busto, esculpido de perfil, de la ilustre cantante Concha Piquer. Paso por la tienda de tartas situada junto a la de objetos de beisbol. Cruce con Doctor Olóriz y ya frente a la sede principal de la Escuela Oficial de Idiomas, uno de esos edificios de aspecto tristón y cochambroso por cuyas aulas hemos transitado diferentes generaciones de valencianos. Demasiados debido a la poca oferta pública existente para formarse en lenguas foráneas. No me trae gratos recuerdos, me paro a pensar.
Cruce con la avenida de Burjassot –recorrida también en un Curioseando Valencia anterior-, junto al hito (no deja de sorprenderme ver estas señales de carretera en plena ciudad) de kilómetro 0 de la c-234. Y, dejando atrás igualmente la calle Vall de Laguar, me adentro en el siguiente tramo, el sexto con nombre propio desde que he comenzado, el de Mauro Guillén.
Todas las persianas de locales comerciales están bajadas. Son las 14,15 horas y nos hallamos en plena crisis pandémica. Paso Padre Ferris y vamos ya con el séptimo tramo, en el que la calle se convierte en avenida, la de Menéndez Pidal. Tiene más animación, con sus supermercados rumano y ruso y la cola para entrar en el horno. Dejo atrás la callejuela Degà Ramón Arnau y empieza ya el ambiente de la estación de autobuses, otro de los edificios grises, incluso tenebroso, de estos tramos.
Hemos pasado de las monumentales sedes del Museo de Bellas Artes y de las trinitarias a los cenicientos bloques de la escuela oficial de idiomas o la estación de autobuses. Dos caras de la misma realidad de Valencia.
Agencia de viajes en autocar, bar, farmacia, un mochilero disfrutando del sol del mediodía en un banco, uno de los dos enormes edificios hoteleros que emergen, cual torres, en cada lateral de la estación, pasajeros que van y vienen mientras los taxistas esperan que alguno suba a sus vehículos…
La tienda de empeños, el kebab, la anchísima escalinata… todo sazonado con esa imagen de decadencia y abandono que acompaña a muchas estaciones principales de autobuses, algo que no ocurre tan a menudo con las de trenes.
Cruzo profesor Beltrán Báguena y me planto junto a una mole todavía superior, la de El Corte Inglés de Nuevo Centro, con su parte trasera –un amplio solar- reconvertida en ‘trastero’ de desechos, con colchones o sillas sobre la gravilla. Hasta el cartel donde indica Beltrán Báguena ha perdido todo su color en esta replaceta de inmundicia.
La Valencia gris, que coincide con el tono de algunos de los últimos edificios de este recorrido. Porque hasta aquí he llegado.
Me planto en el cruce con la avenida Pío XII con la sensación de haber resumido los contrastes de Valencia en un mismo recorrido que tiene hasta siete nombres diferentes.
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