Susana Gisbert Grifo. EPDA En estos días extraños me acuerdo del título de una película que vi hace muchos años, y de la idea que transmitía. Se llamaba “El día después” y nos situaba en la jornada postrera al estallido de una bomba nuclear. Tampoco es que fuera el argumento más original, pero en aquel momento de mi adolescencia me tuvo varias noches sin dormir. Entonces, y mucho tiempo después, parecía que lo peor que podría pasar a este mundo, lo que podría acabar con él, sería ese desastre nuclear del que no solo hablaba la película sino que fl otaba en los informativos día sí día también.
El tiempo ha pasado y, aunque el peligro nuclear siempre sigue ahí, la verdad es que lo que ha vuelto nuestro mundo del revés, nada tiene que ver con bombas, nucleares o no. Es algo tan pequeño que no se puede ver a simple vista. Aunque esto no sea excusa para decir que no se podía haber visto venir y tomar medidas antes. Pero de nada sirve mirar atrás ni lamentarse, más allá de llorar a los muertos. Hay que mirar adelante. Es más, hay que mirar más allá del horizonte del fi n de la pandemia, y que no nos pille desprevenidos, como nos pilló esta. Así que lo que propongo, parafraseando aquella película, es preparar el día antes. Porque hemos hablado mucho de lo que vamos a hacer cuando todo esto termine, pero no podemos dejar nuestra vida en pause como si fuera una grabación a la espera de ser reanudada.
Pensábamos que del confinamiento saldríamos mejores personas, pero el tiempo ha demostrado que no era así. Seguimos siendo tan cenutrios como siempre. Pero, ya que ese bicho se empeña en quedarse un tiempito, tenemos ese tiempito para tratar de hacer aquello que no conseguimos tras mucho cantar que resistiríamos y aplaudir en los balcones cada día. Que no es otra cosa que ser mejores personas. Pero esta vez de verdad. Para ello no es necesario plantearse grandes retos, montar una gran organización que dé comida a miles de personas o fundar una casa para acoger a otras tantas.
Eso está muy bien, pero no está al alcance de casi nadie. Pero sí están a nuestro alcance cosas tan sencillas como no olvidar las normas de seguridad para no contagiar a nadie, aguantar con paciencia las incomodidades que esta situación comporta o tratar de ayudar en la medida de nuestras posibilidades. Para acabar, no olvidemos sonreír. Porque, aunque no lo creamos, las sonrisas, si son sinceras, se adivinan bajo las mascarillas.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia