En la noche del jueves 9 al
viernes 10 de noviembre de 1989 se producía un acontecimiento que ha marcado el
devenir ideológico del socialismo en estos 25 años. Las secuelas de la II GM
alentadas por la Guerra Fría que los dos bloques impusieron al mundo, tenían su
máxima expresión en ese monumento a la intransigencia y a la anulación de la
voluntad del individuo por parte de un idealizado y omnipresente Estado. El
símbolo de la represión política, de la división de una ciudad por un trazado
de hormigón y alambre de espino, levantado con el pretexto de salvaguardar un
modelo de estado socialista que auguraba parabienes para todos sus ciudadanos.
Ciudadanos reconvertidos en camaradas a los que la tan esperada Dictadura del
Proletariado iba a liberar del yugo de la explotación y la sumisión del
capitalismo.
Estas fechas conmemoramos un
hecho histórico que permitió abrir los ojos a un mundo que desconocía todo
aquello que sucedía al otro lado del
Muro. La maquinaria propagandística socialista fue, y sigue siendo, el mejor
instrumento para alienar las mentes inocentes de aquellos que se dejan seducir
por sus cantos de sirena. Cantos que hoy en día siguen repitiéndose
aprovechando la crisis de valores de nuestra sociedad. Una sociedad socavada
por una desafección ciudadana perfectamente manipulada por una izquierda que ha
marcado claramente su objetivo y a la que no le duelen prendas a la hora de
utilizar cualquier medio a su alcance para alcanzar su fin: echar al PP, para
alcanzar el poder.
Con el debate ideológico perdido,
y este aniversario año tras año se encarga de recordarlo, la izquierda buscó reinventarse a través de una
marca blanca que les permitiera esconder el espíritu marxista que lastraba su
supuesta adaptación a los nuevos tiempos. Necesitaban distanciarse y recuperar
el espacio que la caída del comunismo en Europa del Este estaba generando y
frenar así el ímpetu del Liberalismo, el mismo que lideró las revoluciones
burguesas, y que establecía una asignación de funciones entre Estado y Sociedad
Civil, radicalmente opuestas a los principios marxistas.
De ahí el giro de la
socialdemocracia europea, que aun manteniendo la omnipresencia del Estado
dejaba un resquicio para el mercado y la propiedad, en un intento de romper el
anclaje de la IIª Internacional buscando un marxismo más ortodoxo. El SPD
alemán marcó la pauta de esa incipiente socialdemocracia europea tras el
Congreso de Bad Godesberg en 1959. Un nuevo modelo que dominó el espectro político
europeo tras la IIGM con la irrupción del Estado de Bienestar. Un modelo que el
paso de los años ha ido languideciendo por el fracaso de sus políticas y que
han llevado a los actuales referentes del socialismo europeo, como el
franco-español primer Ministro francés Manuel Valls a cuestionarse, cómo se ha
vuelto a desmoronar un proyecto realizado desde la superioridad moral de la
Izquierda.
Estamos en una época de cambios,
y el socialismo sigue perdido detrás de su ficticio Muro gracias a esa supuesta
superioridad que han querido imponer por la vía de la demagogia y el populismo
más rancio. Los analistas del progresismo se debaten sin tregua ante el envite
ideológico de aquellos que buscan anexionarlos en sus círculos. El problema no
está por la derecha, ahí el Partido popular sigue garantizando estabilidad y
coherencia institucional. El problema está en que la crispación ambiental de la
ciudadanía no se aproveche para una verdadera regeneración y aquellos que
sucumbieron ideológicamente bajo los cascotes de ese Muro vuelvan a levantarlo
otra vez, con la argamasa de la intolerancia, la exclusión y la intransigencia.
No nos lo podemos permitir.
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