Un antiguo almacén de naranjas abandonado de 1922 es donde Salvador Escrivá ha ubicado su empresa e intenta recuperar el legado Nolla /EPDA
Salvador Escribà. /EPDA Llegamos a Sumacàrcer un viernes de mañana. Allí nos espera Salvador Escrivá, con quien hemos quedado para hablar de él y de su trabajo en la recuperación del Mosaico Nolla.
Sumacàrcer es un pueblo de la Rivera Alta, de algo más de mil habitantes. Situado en la Vall Farta, entre naranjos y una dulce curva que forma el Xúquer antes de llegar al Assut d´Antella.
En un antiguo almacén de naranjas abandonado, preciosa muestra del modernismo industrial de nuestras tierras, fechado en 1922, es donde Salvador Escrivá ha ubicado su empresa e intenta recuperar el legado Nolla, consciente de que lo que hace es mucho más que un trabajo.
Salvador Escrivá se forma como especialista en vidrieras en la empresa familiar Vidriter, de Catarroja. Durante los años noventa, la firma Vidriter se ha encargado de la restauración de la cúpula acristalada del edificio de Correos, de Valencia, en 1999. En el 2005 se encargó de la restauración de las vidrieras del Mercado Central. Pero el trabajo en vidrieras es puntual y ya no estamos en su época de esplendor. Hay que hacer más cosas. La oportunidad aparece en 2002, cuando se está realizando la restauración del Palacio de la Exposición, en Valencia. Allí es donde Salvador conocerá el mosaico Nolla. El arquitecto especialista, Luis López Silgo, encargado de la restauración del Palacio y autor también de la restauración del Palacio Episcopal de Orihuela, ofrece al joven Salvador la oportunidad de montar de nuevo el mosaico del Salón Noble, formado por 86.000 piezas que estaban almacenadas en diferentes cajas. El desafío está a la altura del trabajo. Se trataba de componer un complicado puzle y componerlo bien. Hoy podemos admirar el resultado del impecable trabajo llevado a cabo en el Palacio de la Exposición. Una joya de nuestro patrimonio fabril, perfectamente recuperado. Tras el éxito de este trabajo, la empresa Vidriter se diversifica compartiendo el trabajo en vidrieras y la recuperación del mosaico Nolla que hay repartido por todo el mundo.
La fábrica de Mosaicos Nolla, data del año 1860. Su creador Miguel Nolla, funda la fábrica en Meliana y desde allí, comienza la fabricación del mosaico cerámico, cuyas excepcionales prestaciones y artísticos diseños, marcaron el periodo modernista en suelos y zócalos de los edificios más emblemáticos y singulares, tanto de España como de otros países. Iglesias, palacios y ricas casas señoriales lucen en sus suelos el mosaico Nolla. La ciudad de Barcelona con la efervescencia del modernismo y una burguesía adinerada, será la que conserve mayores y mejores muestras de este mosaico. Lo mismo que sucede en París, Madrid, Viena, La Habana o Buenos Aires. Hasta en el metro de Moscú se hizo una estación decorada con el mosaico Nolla. La moda valenciana en suelos cerámicos que ya rompió fronteras hace cien años. Todas las ciudades más pujantes querían tener un suelo de calidad y, más que eso, una obra de arte en sus edificios más importantes. En el Ayuntamiento de Valencia hay una extensa y singular muestra. Lo mismo en el Ayuntamiento de Meliana, restaurado recientemente.
Pero también al Mosaico Nolla le llegó el momento y, tras el paso del tiempo, los cambios, las nuevas tendencias y la competencia de la baldosa hidráulica y posteriormente del terrazo, marcaron el declive de la empresa. La fábrica cerró y aunque parezca mentira, se olvidó el mosaico.
Por fortuna, la historia y las personas como Salvador Escrivá, se han encargado de sacar de nuevo a la luz esta joya de la industria valenciana. El Ayuntamiento de Melina está haciendo una gran labor publicitaria sobre el pasado histórico del Mosaico Nolla. La Generalitat y los fondos europeos, se han encargado de recuperar el llamado Palauet de Nolla, verdadero showroom de la época donde se presentaba el producto a los clientes invitados, generalmente personalidades de la alta sociedad burguesa e incluso de las casas reales. Por otra parte, se está creando un mapa mundial que indica dónde existen muestras vivas de este mosaico. Mapa que se va incrementando con las noticias de cada nuevo descubrimiento que se hace.
Paralelamente, en lo que compete a la empresa Salvador Escrivá, llegan materiales rescatados de derribos al almacén de Sumacàrcer. Salvador compra, busca el material y va llenando cajas con teselas rotas y sucias. Allí las limpian, ordenan y componen nuevos mosaicos, siguiendo los dibujos y patrones originales. Con ello consiguen resucitar mosaicos que de otra forma se habrían perdido definitivamente.
En estos días dos equipos de mosaiqueros, que así se llaman los especialistas en la colocación del mosaico, están montando sendos trabajos en Milán y en la Casa Burés de Barcelona.
Salvador Escrivá es un empresario, un emprendedor y un romántico enamorado del Mosaico Nolla que está empeñado en revertir la situación de olvido en que había caído. Lo está consiguiendo con mucho esfuerzo y voluntad. Al mismo tiempo, está devolviendo el lustre a una parte de nuestro patrimonio industrial que una vez fue líder en el mundo.
La conversación con Salvador Escrivá llega a su fin. Ha sido una conversación distendida, amigable. Se nota en él, el amor al mosaico y mucha dedicación. Su implicación con el legado Nolla, llega a convertirlo en un auténtico coleccionista de recuerdos relacionados. Nos explica los pormenores de la fabricación original, cuando la temperatura del horno se regulaba con conos de cerámica, para saber la temperatura de la cocción. La perfecta geometría de las teselas. Los originales diseños formados a partir de un limitado número de piezas.
Nos muestra orgulloso pequeñas teselas recuperadas, como si se tratara de verdaderos hallazgos arqueológicos. Nos cuenta historias relacionadas con la familia Nolla, que en la actualidad serían portada en las revistas del corazón. Nos habla de las “cartas negras”, testigos de supuestas relaciones adulteras del mismísimo Miguel Nolla. Nos muestra fotografías de los trabajadores de la primera época y de la segunda, cuando la empresa pasó a manos de la familia Trenor que la llevó hasta su cierre definitivo, a finales de los años setenta del pasado siglo. Un final agridulce, como todos los finales gloriosos.
Si tengo que trasladar con una palabra mis impresiones, tras la visita al taller y la conversación con Salvador Escrivá, esa palabra sería: pasión. Pasión por un trabajo, consciente de la responsabilidad y la importancia histórica que tiene.
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