Una obra de teatro. EPDA
Si hay
algo que me fascina del teatro es la transformación interior que consigue. Ver
a esa persona tímida creciéndose encima del escenario. Y cuando acaba el
espectáculo, alguien le dice: nunca te hubiese imaginado haciendo esto. El
teatro, por tanto, nos habla también de capacidades. “Aunque tengamos la
discapacidad, podemos hacer lo mismo que otra persona que no tiene la
discapacidad”, asegura Bea, una de las alumnas de teatro de Carmen Ríos.
De la
timidez no nacen solo actores, sino también profesoras como Carmen. Entre
árboles frutales, huertos y pinos, Carmen pasó su infancia en Argentina
inventando historias protagonizadas por muñecos y personajes imaginarios. La
escolarización supuso una experiencia muy negativa para ella, que se sentía más
a gusto en su mundo mágico. Pero había algo que la transformaba: los carnavales
y las fiestas, donde bailaba con los otros niños sin temores. “Ese fue ya el
primer indicio”, nos dice.
Y la
transformación de la que venimos hablando tiene mucho de terapéutica. A los 27
años, Carmen regresó a España, su madre patria, buscando nuevos horizontes.
Siempre que viajaba a València para hacer sus cursos de doctorado, se quedaba
investigando en las bibliotecas de las universidades sobre el aspecto
pedagógico del teatro. A los más pequeños, el teatro les ofrece las
herramientas para expresarse. A los adolescentes, para gestionar sus emociones.
“Muchas veces los niños salen de clase muy tristes o preocupados por la nota
que han sacado o porque los compañeros se burlan y ese día la clase de teatro
tiene que dejar apartada la programación”, opina Carmen. Los más mayores
encuentran en el teatro la oportunidad de hacer aquello que no han podido hacer
en sus vidas. A su edad, el teatro se convierte en medicina para superar
depresiones o la pérdida de un familiar. “Uno de mis abuelitos obligó al médico
a operarlo de la cadera porque él tenía que hacer de Rey Mago”.
El
musical Nuestro Rey León, interpretado por los alumnos de teatro de la
asociación alcireña La Nostra Veu per la Diversitat Funcional, fue acogido con
gran éxito en las tres poblaciones en las que se representó. Carmen es su
monitora. “Sobre todo busco la integración, porque me han dado con la puerta en
las narices tantas veces cuando los he llevado a tantos sitios donde no me
permitían su entrada...”.
Quizá el
lector se pregunte qué confianzas tengo yo con Carmen para llamarla por su
nombre de pila. Ella fue mi primera profesora de teatro. Ella fue quien nos
animó a seguir creciendo teatralmente una vez terminada su labor. Como el
personaje de la niñera mágica. “El teatro es la varita mágica con la que
podemos transformar a las personas”, ese es su lema. Quizá, con todo lo que
estamos viviendo, va siendo hora de darse cuenta de que sin las artes no
podemos vivir. Un sector que sin duda tendrá que reinventarse para seguir
llevando a cabo su labor transformadora.
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