Patio de butacas
José Aledón Una de las grandes pasiones de los valencianos era y es el teatro, cultivado entre nosotros desde tiempo inmemorial – ahí están los restos del teatro romano de Sagunto. En el siglo XVIII sigue funcionando el viejo teatro de la Plaza de la Olivera, en el que se representaban sobre todo obras del teatro clásico español, pues no hay que olvidar que Valencia es ciudad marítima, con la población adventicia que suelen tener este tipo de ciudades, además de la gran cantidad de funcionarios castellanos que el Decreto de Nueva Planta, promulgado por Felipe V el 29 de junio de 1707, introdujo en todas las administraciones de los distintos reinos de España.
El celo incansable de un arzobispo, don Andrés Mayoral (1685-1769), consiguió que el legendario Corral de la Olivera, teatro en el que estrenaron obras Guillén de Castro, Tárrega, Artieda y el mismo Lope de Vega, fuera demolido tras haberse prohibido la representación de comedias en la ciudad de Valencia en 1748 a raíz del terremoto de Montesa, interpretado como castigo divino por la impiedad popular.
Las comedias se prohibieron como inmorales en la ciudad, pero como nada se especificó sobre los lugares fuera de ella, en 1783 se habilitó un teatro en el Grao que funcionó durante dos años hasta que se reabrió uno (realmente se trataba de un almacén) dentro de Valencia conocido como la Botiga de la Balda.
La semilla ya estaba echada y los veraneantes capitalinos celebraban veladas musicales y teatrales junto al mar cada vez con más frecuencia. José María Zacarés escribe en la revista El Fénix (12 y 19 de septiembre de 1847) que en una alquería junto a la acequia de los Ángeles (Cabanyal) a finales del siglo XVIII y durante varios veranos se dieron funciones en las que incluso llegó a actuar Rita Luna, famosa actriz de la época.
La llegada del ferrocarril desde Valencia al Grao en 1852 y una década después al Cabanyal generó tal cantidad de afluencia de veraneantes que el alquiler de una barraca - las alquerías las solían disfrutar sus dueños – durante una quincena llegó a costar un ojo de la cara.
El teatro no podía faltar en aquellas noches veraniegas, construyéndose en 1856 el de Las Delicias en la calle de la Reina (Canyamelar). Les pareció poco ese coliseo a los empingorotados capitalinos (también de Madrid) y, tras sufrir un incendio en 1864, se construyó en su solar, un año después, uno mucho más lujoso, local que tomó distintos nombres en función del ambiente político del momento, así fue Teatro de la Reina, de la Marina y de la Libertad. Se remodeló en 1890, tomando otra vez el nombre de Teatro de la Marina, hasta acabar siendo cine en la década de los cincuenta del siglo pasado. Fue devastado por un incendio en 1962.
Hubo un célebre teatro de verano en el Canyamelar: el Teatro Serrano, llamado así en honor al compositor valenciano José Serrano e inaugurado por él el 17 de junio de 1910.
Construido y regentado por dos buenos amigos suyos, Vicente Pallás Setembre, maestro de obras del Canyamelar y Eugenio Dasí, agente en el Grao de una compañía naviera italiana, estaba situado en la calle Gobernador Moreno (actualmente calle Meditarráneo) junto a la acequia de Gas, muy cerca del Balneario Las Arenas y era una verdadera maravilla de 3450 metros cuadrados en los que disfrutar de las artes escénicas junto al mar, con un aforo para unos tres mil espectadores, distribuidos entre veinticuatro palcos, quinientas butacas y entrada general. Contaba con un amplio jardín con abundante arbolado y macizos de flores. Había en él una fuente central con surtidor de mármol blanco (pez y figura humana) que vertía agua artesiana sobre un pequeño estanque. Disponía también de un elegante restaurante de 260 metros cuadrados.
En la función de inauguración se estrenó un “Homenaje a Serrano”, apropósito especialmente escrito para la ocasión por Maximiliano Thous, interpretándose a continuación las zarzuelas “El motete”, “Moros y Cristianos” y “Alma de Dios”, todas de Serrano.
La compañía la dirigían Patricio León, Maximiliano Thous (director artístico) y los maestros Vicente Peydró y Miguel Asensi, teniendo una especial actuación las tiples Julia Mesa y Carmen Domingo así como el mismo Patricio León. La orquesta estuvo compuesta por 35 profesores. El coro tenía 40 miembros y el cuerpo de baile lo componían 12 bailarinas, participando también la Banda del Patronato Musical de Pueblo Nuevo del Mar.
Una vez concluida la función se le ofreció un banquete al maestro Serrano al que asistió el entonces alcalde de Valencia Ernesto Ibáñez Rizo.
Desde su inauguración hasta la guerra civil (1936-1939) se dieron espectáculos muy variados, desde zarzuela hasta cine, pasando por “music-hall”, variedades y teatro de aficionados, amén de mítines políticos.
En el siglo XXI es también el Canyamelar el que mantiene el fuego sagrado de las artes escénicas profesionales en el Marítimo en su modernísimo Teatre El Musical (TEM).
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