Esto que van a leer tiene derechos de autor.
En concreto de un diputado andaluz de Ciudadanos, Fran Carrillo, que empezó de esta guisa, el día 10 de marzo, su discurso en el Parlamento andaluz. Bueno, en realidad, como el citó, fue obra de Estanislao Figueras , el primer presidente de la malograda primera república española, cuando ante una situación similar a la vivida la semana pasada con las mociones y demás, la verbalizo en una reunión con políticos de la época.
Y creo que resume muy bien lo que sentimos la mayoría del pueblo llano. Un hartazgo mayúsculo.
De órdago. Al que si lo aderezamos con la fatiga provocada por la pandemia, nos deja un panorama desalentador. Menos mal que nuestra capacidad de sorpresa está curada de espanto, aunque a la mayoría nos siga pareciendo sonrojante.
Como si aquí lo urgente y trascendente fuera contener el poder por muchos años, y no la necesidad de vacunar, de evitar muertes, contagios y subsanar penurias económicas y de volcarse SOLO en eso.
Es como si a quien tiene que abrir el bar o no puede hacerlo, o mantener la pirotecnia o su hotel rural necesitara esa juego de tronos ahora. Un capítulo más en esa conocida máxima, de que para ellos, para las maquinas políticas, lo importante es eso, el poder, que siempre es legitimo por cuanto es a lo que aspiran los partidos, para poner en marcha sus programas en beneficio de la ciudadania, del bien común.
Pero que se acaba pervirtiendo de tal manera, que ni aún con una pandemia se les va el hambre de perpetuarse en las altas esferas.
Como bien demostró Pedro Sánchez sacando a Illa del ministerio de Sanidad para mandarle a Cataluña.
La catadura moral de nuestros representantes en entredicho, más que nunca. Lo que ocurre es que no lo van a ‘pagar’ en las urnas.
A la hora de la verdad, cuando se pone a disposición de los ciudadanos la capacidad para decidir si castigar a unos o de premiar a otros, o de darles un escarmiento, a lo máximo que se llega es a la abstención.
Y ese daño que en grandes porcentajes, debería ser humillante, acaba perdiendo fuerza, porque siempre hay un ganador, y un perdedor. El problema es que el ‘loser’ solemos ser nosotros.