Susana Gisbert Cuando
yo iba al colegio, allá por el Pleistoceno, la Filosofía era una
asignatura obligatoria en nuestro BUP (actual Bachillerato). No
teníamos itinerarios, escogíamos entre Ciencias o Letras en los dos
últimos cursos, con gran alivio de quienes tenían atragantadas las
matemáticas o el latín, dependiendo de cuales fueran tus aptitudes
y tus gustos. Pero para quien aborreciera la Filosofía no había
remisión. A diferencia de lo que decían de las lentejas, que si
quieres las tomas y si no las dejas, la filosofía se tomaba sí o
sí. Y las lentejas del colegio, también, dijera lo que dijera el
refranero.
Llegada
a este punto, me veo obligada a hacer dos confesiones. La primera es
que no me he leído la enésima ley de educación, esa que, según lo
que cuentan y lo que me llega desde peticiones de change.es, ha
eliminado la filosofía de institutos y colegios. La segunda, todavía
más imperdonable, que nunca me gustó la Filosofía. Y, desde luego,
no era la única, por más que ahora todo el mundo se empeñe en
decir que aquello era poco menos que la octava maravilla del mundo.
Tal conforme me la enseñaban –o más bien, me obligaban a
aprenderla- era un rollo patatero. Y punto pelota. Y conste que no es
resentimiento porque me suspendieran, muy al contrario. La nota que
saqué en la asignatura en la Selectividad fue de las mejores de
aquel año y subió mi media hasta la estratosfera.
Por
aquel entonces yo debía estar en otra galaxia, porque ahora leo a
mucha gente afirmando que la Filosofía le enseñó a pensar. La
verdad es que, visto el contenido de algunos pensamientos, bien
podían habérsela ahorrado. Pero, aparte de eso, a mí no me enseñó
más que a aprender de memoria las biografías y el contenido de las
obras de unos pocos filósofos –todos ellos varones- escogidos por
no sé quién, y recitarlas como un papagayo. No me enseñaron a
pensar, al igual que en la asignatura de Literatura no me enseñaron
a escribir.
Que
nadie me malinterprete. No quiero que eliminen la Filosofía. Es más,
no solo quiero que la conserven, sino que todo el alumnado tenga la
posibilidad de aprender eso que yo no supe, al parecer. A pensar. Tal
vez el problema no era la Filosofía en sí, sino el contenido de la
asignatura y cómo se enseñaba. Quizás eso sea lo que haya firmado
esa sentencia de muerte que según cuentan, pesa sobre ella. Y no sé
si estamos a tiempo de evitarlo pero merece la pena el esfuerzo. El
saber no ocupa lugar, le pongan el nombre que le pongan.
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