Francisco López Porcal. EPDA El origen del término gestor, más familiar para los que procedemos del mundo de las humanidades, tiene su raíz en el verbo latino gero geris gerere gessi gestum, que explica la idea de llevar, contener, emprender un asunto o encargarse de alguna misión. Por tanto, el imparisílabo gestor, gestoris hace referencia a la persona que conduce o administra algún asunto. Me he permitido recordar la etimología de esta palabra como observación acerca de los múltiples significados implícitos en las diversas variantes que invaden el lenguaje de nuestra vida diaria.
Entre las diferentes acepciones, gestor sería en un sentido privativo la persona que administra sus emociones y sus soledades, habilidades y torpezas, así como la relación con sus semejantes, todo un aprendizaje en el complicado bosque pedagógico de la educación, el gran motor de la evolución humana, como subraya José Antonio Marina, “un elemento social omnipresente, que afecta a la sociedad entera en todas sus dimensiones, culturales, políticas, económicas y éticas. Nuestro futuro depende de ella”. Y en ese camino, el ser humano va moldeando poco a poco su propio destino, aunque este último aspecto no se encuentre enteramente en sus manos, o mejor dicho, bajo nuestro control.
Por lo que se refiere a la gestión vinculada a la profesión de cada cual, y dada la situación tan delicada que vivimos a causa de la peste Covid que asola el mundo, y en particular a España, no deja de ser una ocasión para dejar al descubierto las carencias y la falta de preparación de determinados gestores incapacitados para su trabajo. Si hasta este momento la rutina había ocultado en cierto modo una falta de implicación y preparación en sus tareas habituales, ahora con mayor razón ante una situación acuciante, se ha podido comprobar que el cargo para el que fueron nombrados les viene grande, porque su talla intelectual en unos casos, la endeble formación, o su capacidad de organización y reacción en otras, han puesto de relieve errores que generan incluso terribles consecuencias. Una situación que afecta a todos los ámbitos profesionales, y no digamos al político, porque nuestros representantes, salvo excepciones, no brillan precisamente por su preparación intelectual a pesar de la amplia repercusión de su actividad en los destinos de este país. Por cierto, todavía no he escuchado ninguna autocrítica sobre su incapacidad de gestión, solo la confusión de continuos revoloteos de plumas y escandalosos cacareos gallináceos enmarañados por peleas entre ensoberbecidos gallos de corral. ¿Acaso es esta la noble función de servidores públicos para la que fueron elegidos? No es de extrañar, dado el caso, que determinados políticos, tal vez demasiados, posean una paupérrima hoja de servicios, desde graduados sociales unos, másteres de escaso empeño otros, doctorados puestos en duda, incluso figuras en puestos clave sin estudios reconocidos. Ignoro si encima es tan difícil conseguir que cada uno ejerza de lo suyo, donde pueda ser más eficaz. Pero el curriculum va por un lado y los favores y lealtades por otro.
La gestión incapaz no solo alcanza al mundo de la política, mucho más visible, también a la educación. En ciertos profesores, la ausencia de implicación es palmaria, como lo es la falta de motivación de tantos estudiantes. Así, junto a grandes profesionales de la enseñanza, conviven otros que cumplen una actividad meramente funcionarial. La comodidad de un salario asegurado, la rutina y la convicción de que la mediocridad de su trabajo no será revisada por ninguna autoridad, son aspectos decisivos para que determinados alumnos no reciban de esos docentes el plus necesario que están solicitando a gritos. Incluso voy más lejos, afecto y consideración que conduzca su tortuosa trayectoria en aras de consolidar su autoestima, bien en edades tempranas por la desestructuración de sus familias de origen, o también en la pubertad por la falta de implicación de sus padres, entre otros muchos motivos. Aunque todo ello dependa en mayor o menor grado del estatus social de la zona.
No hablemos ya de la sanidad pública, un colectivo que en general está dando el doscientos por cien en estos tiempos difíciles con un encomiable trabajo. Pero al margen de esta situación puntual se observa que no todos los sanitarios o incluso médicos, viven su vocación con la misma intensidad. Cuando la salud está de por medio es cuando el paciente más necesita de esa consideración y de ese capital humano que todo facultativo debiera poseer, porque en situaciones adversas la empatía con el enfermo constituye en muchos casos la medicación más efectiva. Ni que decir tiene que ciertos doctores, aunque no tengan el doctorado, parecen elevarse a un arrogante Olimpo que les aleja del paciente y de sus familiares. Curiosamente puede darse la circunstancia de que sea al revés, es decir, que el enfermo sea el doctor y el facultativo lo sea solo por apelativo. Las preguntas hacia esos doctores o doctoras, las justas, y las respuestas al enfermo cuanto más ininteligibles, como prueba de su sapiencia, mejor. Y si algo no queda claro, en el informe viene indicado. No sé cómo reaccionarían estos doctores en su visita a una oficina bancaria cuando un gestor les informara sobre el Euríbor y el diferencial a aplicar a su propuesta de hipoteca, así como la conveniencia de elegir un tipo variable en virtud de la evolución gráfica del tipo europeo de oferta interbancaria. Por no hablar de los productos de ahorro basados en una estructura sobre el Eurostoxx 50, con pago de cupón trimestral si el índice europeo no bajara más allá del 75% del valor registrado en el inicio de la vida del producto. Si esto no fuera entendible, que sería lo más lógico, imaginen que el gestor les remitiera sin más al tríptico informativo. Probablemente lo amenazaran con marcharse a otra entidad que tuviera más tacto y consideración con el cliente, algo que el paciente no puede elegir en la sanidad pública, claro.
Decía al principio que cada uno es gestor y al mismo tiempo rehén de sus propios actos. Por ello, no se puede obviar en estos difíciles momentos de devastación vírica la falta de responsabilidad de muchos colectivos de jóvenes que arriesgan no solo sus vidas, sino las de los demás. Su inexplicable comportamiento se entiende menos cuando la insensatez, más propia de un adolescente, procede de ciertos sectores del ámbito universitario. Sí, de aquellos templos abiertos a la cultura en cuyas arcadas docentes habita, o al menos debiera residir el prestigio de la sabiduría. En este punto Umbral lo tenía muy claro cuando escribía en Las ninfas que un adolescente es un proyecto de adulto que fracasa todos los días para volver a empezar al día siguiente. Probablemente hoy haya muchos, quizá demasiados gestores incapaces vestidos de adolescentes.
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