Paula García Hoy me ha
llegado a mi email un correo muy alentador, pero con una imagen adjunta que me
ha impactado. Era un huevo, blanco, impoluto y aplastado en el suelo y hecho
añicos. Roto. Para siempre.
El mensaje
decía “Hay mucho en esta vida por lo cual
tenemos que sentirnos felices y agradecidos. No debemos permitir que ninguna
cosa acabe con nosotros”. Frase sencilla y llena de sabiduría.
En estos
tiempos del Covid-19 que todo lo inunda y que está arrasando allá por donde ha
podido campar a sus anchas es buena esta metáfora del huevo hecho añicos en el
suelo. Vivimos momentos de incertidumbre, de pandemia, de miedo, de
confinamiento en nuestras casas, con nuestras familias, aunque muchas personas
lo están viviendo desde la soledad más absoluta; me refiero a la soledad
física.
Las plataformas
digitales aportan ese “calor afectivo” que todos necesitamos en la vida real
más allá de las pantallas que ahora es lo que nos mantiene conectados los unos
con los otros más que nunca. Es lo único que tenemos para estar en contacto.
¿Es lo único? No. Primero, nos tenemos a cada uno de nosotros. Esto permite
momentos de introspección que antes de que toda esta situación dramática se
diera, puede que no hubiera permitido darnos cuenta. Tú eres tu propio bastión.
Tu propio tronco con su raíces amarrado al suelo de tu realidad. Tu propio
barco. Tu propio castillo.
Segundo:
tenemos a los demás. En la distancia física, sí, pero ahí están: una llamada
telefónica, un mensaje escrito, un escueto o amplio mensaje de audio. ¡O una
videoconferencia gracias a la Internet! ¿Qué lujo, verdad? Poder ver las caras
de las personas que quieres; verlas sonreír o llorar, compartir con ellas cosas
que tal vez no habías compartido por motivos varios pero que ahora quieres que
sepan. Quieres que sepan que les quieres, por ejemplo y que les echas de
menos. La felicidad de las pequeñas cosas, los destellos de luz ordinarios
pueden, de hecho son, tan valiosamente importantes como cada respiración que
hacemos sin ser conscientes de esta acción.
Hemos pasado de
la teoría a la práctica. De “te llamaré mañana” a buscar el momento adecuado
para poder charlar, por breve que sea la charla, con alguien querido. Tal vez
un familiar del cual te habías distanciado; puede que tu pareja, con quien
habías dejado de comunicarte de manera constructiva y te habías estancado; o
tus hijos que, ahora más que nunca, en su periodo de crecimiento, te das cuenta
de que te necesitan y que necesitan expresarse a su manera y tú necesitas
comunicarte con ellos.
En otras
ocasiones, hay llamadas a amigos de la infancia, o amores de la adolescencia, o
personas que pasaron por tu vida en su momento, pero con quien no tuviste una
amplia relación y ahora recuerdas que, ¿por qué no llamar para saber qué tal se
encuentra esa amiga de la infancia con quien tuviste tanta relación en el
pasado o ese amor de juventud que pasó, pero del cual conservas un cariño especial,
incluso, tal vez, o un amigo de cuando estabas estudiando en el Instituto o en
la carrera universitaria del cual habías perdido la pista pero te das cuenta de
que alguien sabe de él o ella y consigues su número de contacto?
Están
sucediendo cosas maravillosas. Pese a que el inicio de todo esto sea una
pandemia global que nos afecta a todos y que está generando tanto dolor,
enfermedad y muertes. El dolor, según dicen algunos estudios, sea real o
ficticio, genera la misma disfunción. Resultado: entristece igual.
Apuesto por la
lucha de quien cada día añade semillas de felicidad a su propia vida y a la
vida de los demás. No es fácil para muchos, pero estoy convencida de que merece
la pena. En los últimos meses he conocido a personas desesperadas por una
situación vital complicada. Muchos de ellos, a pesar de todo, y pese a quién
pese, están dispuestos a ver el lado brillante de la vida del que hablaba el
filme La vida de Brian. Y en ellos me inspiro para poder ser consciente de que
la felicidad como actitud vital es tan real como la sal del mar. Sólo depende
de cada uno.
Tenemos las
respiraciones contadas. Un día cualquiera, en un momento cualquiera, solos o
acompañados, dejaremos de respirar para siempre. Aprovecha ahora que respiras
para seguir dando sentido a cada hálito de vida de la que aún dispones.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia