Michel Montaner. EPDA El primer arreón legislativo de la Generalitat de derecha+ultra presidida por Mazón está siendo revelador. Nace sólo del odio, la inquina, a lo aprobado anteriormente. Hagamos una ley de supuesta concordia para seguir cercenando el derecho a la reparación de las víctimas de una atroz dictadura; liquidemos los avances lingüísticos, no vaya a ser que siendo más valencianos que nadie no entendamos a nuestros hijos si se expresan en valenciano; devolvamos el tufo político a la redacción de la radiotelevisión pública como en los peores tiempos de Canal 9; y desdibujemos las herramientas contra el fraude o en favor de la transparencia y el buen gobierno antes que se vuelvan en nuestra contra.
El ideario de Mazón, al margen de la ingesta de despropósitos extremos que le sirve el socio de gobierno, quedó claro al reivindicar el legado de su mentor político, Eduardo Zaplana. Ese señor, que ahora pena en los juzgados entre abandonos y deslealtades, siempre podrá decir que el president Mazón lo defendió como a un padre. Quizá el tiempo nos aclare la verdadera razón del encomio. Legislar para romper lo que otros hicieron es un acto regresivo que ni pide ni merece la sociedad a la que sirves.
¿Acaso fueron esas urgencias legislativas las que centraron el programa electoral del PP? Ni mucho menos. Su realidad es tan triste como peligrosa: sucumben al discurso ultra para vergüenza de todo un continente, y lo legitiman distorsionando la labor de los gobiernos anteriores o reescribiendo la mismísima historia de España.
No soy dado a utilizar las mayorías contra las minorías. Ciertamente, en la Comunitat Valenciana el bloque progresista perdió las elecciones; se asume y a seguir trabajando por el interés general en el lugar que te señalan las urnas. Pero cuidado con los tics autoritarios, porque esos desmanes no fueron contemplados por el elector al depositar su voto. Se puede evolucionar de muchas maneras.
Se puede evolucionar a derechas y a izquierdas, cada cual con su tono y prioridades. Todo cabe en una democracia moderna. Lo que no cabe es concebirte a ti mismo como típex o azote corrector de lo avanzado en el trecho que te precedió, pues corres el riesgo de caer en la prepotencia y el caciquismo. Y eso se llama involución.
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