Chelo Poveda Mi vínculo y amor por la huerta viene de lejos. Mi
primera infancia transcurrió rodeada de campos en la huerta de Vera. Y es que mi
casa estaba ubicada junto a la estación de La Carrasca del viejo trenet que discurría
de manera regular en un ir y venir entre los cultivos, conectándonos en sentido
este con el Cabañal, la playas de las Arenas y Malvarrosa y en sentido oeste con
Benimaclet y el centro de la ciudad.
Eran los años 60, en este entorno rural
la vida y los juegos de los niños transcurrían entre las acequias, las
alquerías, alguna barraca y los campos entonces todavía cultivados por los
labradores con ayuda de arados y tracción animal, donde los agricultores cosechaban
los típicos productos de nuestra tierra, de manera tradicional y nos abastecían
de toda clase de vegetales y tubérculos.
Lo recuerdo con un cariño especial,
porque hasta esa fecha podríamos decir que el desarrollo urbanístico tuvo criterios
moderadamente sostenibles y así se notaba, porque éramos totalmente libres para
jugar entre los campos.
El crecimiento de Valencia tenía
entonces el sentido de procurar vivienda a las personas que emigraban de las
zonas rurales, pero después esto se perdió con el boom de los años 70.
Concretamente en 1969 se aprobó el desastre ecológico y medioambiental de la
construcción de las instalaciones de la Universidad Politécnica de Valencia.
Posteriormente entre 1991 al 2011 se comenzó
a desarrollar un urbanismo totalmente especulativo y depredador, creando una
burbuja inmobiliaria que ha generado graves consecuencias en el entorno de nuestra
Comunitat, en nuestra ciudad y en L’horta de València.
Paralelamente al crecimiento
urbanístico expansivo se han asociado algunos proyectos desafortunados que han
continuado provocando pérdida de nuestro patrimonio milenario como son el caso
sangrante de la ZAL y la huerta de la Punta, la ampliación de la V21, las
expropiaciones de la Alquería de Benicalap en los terrenos del nuevo estadio del
Valencia club CF, zona de Benimàmet o la zona de Campanar.
Según estudios realizados en los
últimos 50 años se han perdido el 60% de la huerta de València, una estructura
histórica de hace siglos que por suerte para nosotros todavía sigue viva de
milagro. En ella coexiste un sistema agrícola agrodiverso en cultivos
mediterráneos con un sistema de riego desde la dominación árabe que partiendo del
río Túria y por un sistema de acequias fluye por gravedad y en la parte sur
desembocando en la Albufera.
Este regadío histórico de la huerta
ha sido declarado por la FAO como SIPAM (Sistema Importante de Patrimonio
Agrícola Mundial) que busca el impulso de las regiones con un desarrollo
sostenible económico, social y medioambiental. Cabe destacar que el agua en la
huerta valenciana se rige por reglas milenarias y gobernadas por instituciones
como la Real Acequia de Moncada y el Tribunal de las Aguas, la más antigua
institución de Justicia existente en Europa.
Por todo eso y mucho más, l'Horta de
València es uno de los paisajes de huerta mediterránea más relevantes de Europa,
pero está continuamente amenazada, los diferentes PAI previstos en nuestra
ciudad así lo atestiguan el futuro proyecto del PSOE o Compromís en el PAI de
Benimaclet o el PAI de Alboraya.
Es necesaria su protección no solo
por su valor patrimonial, histórico y cultural sino por su valor económico y medioambiental,
de soberanía alimentaria y aporte de salud ya que realiza función de pulmón
verde para la ciudad de Valencia, actúa de dique de contención de ese urbanismo
expansivo y depredador, nos protege de las inundaciones, nos aporta alimentos
frescos, saludables y nos ofrece comercio de proximidad.
Sin su huerta la ciudad de València
se aleja de sus raíces, esta estructura tan anclada en el pasado es ejemplo de resiliencia
durante miles de años a la vez que encarna un gran proyecto de FUTURO.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia