Calles y Chelva están en el interior de la provincia de Valencia; cualquier valenciano lo sabe. Pues en esos pueblos se halla, o más bien, se esconde una de las rutas más sorprendentes y atractivas de España: la Ruta del Agua. El paseo o recorrido es un viaje en el tiempo, en especial por el impresionante acueducto de Peña Cortada, una obra de ingeniería romana que, siglos después, sigue asombrando a quien lo visita.
Descubrí esa ruta casi de casualidad y desde un prisma sin duda muy especial. Durante mi breve etapa como teniente de complemento, y tras finalizar unas maniobras de transmisiones con mis soldados, recorrimos el sendero como parte de nuestra actividad final. El descubrimiento, sin duda, superó cualquier expectativa: los túneles excavados en la roca, los pasadizos imposibles entre formas calcáreas y, sobre todo, la monumentalidad del acueducto. Experiencia difícil de olvidar y cuyas fotos he conservado siempre como oro en paño.
El acueducto de Peña Cortada: una joya de la ingeniería romana
El acueducto de Peña Cortada es, sin duda, la joya de la Ruta del Agua y un testimonio del genio de los romanos. Se cree que fue construido en el siglo I d.C. para transportar agua desde la Sierra del Remedio, en Chelva, hasta las ciudades costeras, probablemente Sagunto. El acueducto de Peña Cortada es especial por su antigüedad y por la manera en que se integra perfectamente con el paisaje que lo rodea. A lo largo de sus 28 kilómetros, los romanos excavaron túneles en la roca, levantaron arcos que desafían al tiempo y atravesaron desfiladeros que inspiran admiración y un cierto vértigo. No es un espacio para melindrosos. Una de las imágenes más impactantes es pensar en cómo el agua discurría por un canal tallado directamente en la piedra, siguiendo un trazado tan preciso y funcional que parece haber sido realizado por la laboriosa y pertinaz naturaleza. Recorrer este tramo fue una experiencia increíble. Desde el inicio, el paisaje cambia constantemente, pero nada comparado con los esplendentes arcos del acueducto al cruzar el desfiladero. Pisar ese mismo camino por donde, siglos atrás, el agua abastecía a las ciudades, es como retroceder en el tiempo, rodeados de naturaleza.
La Ruta del Agua: naturaleza y patrimonio
La Ruta del Agua combina paisajes valencianos e historia viva. Supone andar entre las raíces y la esencia valencianas. Es un recorrido circular, de aproximadamente 9 kilómetros, que conecta los municipios de Calles y Chelva e invita al visitante o lugareño a sumergirse en el legado romano del acueducto de Peña Cortada mientras disfruta del entorno mediterráneo que lo rodea.
El recorrido comienza con caminos rurales y pinares. Existen, además, pequeños bancales conformados en la ladera de la montaña, como gradas de anfiteatro, que revelan un inexorable abandono. Tierras que un día fueron labradas por los mulos, aparecen ahora cubiertas de pinares, aliagas y otros yerbajos. Pero poco a poco el paisaje se transforma y el sendero te lleva a desfiladeros y a túneles excavados directamente en la roca, fruto del trabajo incansable de los romanos hace más de dos mil años. Cruzar esos túneles, oscuros y estrechos, es una experiencia que te obliga a encender una linterna y, al mismo tiempo, a imaginar el esfuerzo monumental que supuso construirlos. No puedes evitar sentir una profunda admiración por aquellas manos que, piedra a piedra, levantaron este legado.
Entre los muchos rincones inolvidables, destaca la Rambla de Alcotas. Es un lugar donde el agua, paciente e implacable, ha ido moldeando el paisaje con cascadas y pequeñas piscinas naturales que parecen sacadas de un cuadro. Aquí, el sonido constante del agua al fluir se mezcla con la frescura de la sombra de los árboles, creando un refugio perfecto. Es el tipo de sitio donde uno no puede evitar detenerse, cerrar los ojos por un momento y dejarse envolver por la calma que transmite.
Finalmente, la ruta culmina en el imponente acueducto de Peña Cortada. Sus arcos monumentales, desafiando el desfiladero, transmiten la grandeza de una obra que ha resistido siglos de historia. Caminar sobre ellos no es solo una prueba para quienes temen las alturas, es un privilegio que te regala unas vistas que, literalmente, te dejan sin palabras. Este es el tipo de lugar que logra que cualquier esfuerzo previo merezca la pena.
Durante nuestro paseo militar, este tramo logró dejarnos sin palabras. La mezcla de historia, agua y naturaleza era tan impactante que, por momentos, parecía que el cansancio acumulado de las maniobras desaparecía. Con cada paso, sentíamos una conexión más profunda con el pasado. No podíamos evitar imaginar cómo, hace siglos, el agua recorría esos túneles y el acueducto, llevando vida a los asentamientos romanos. Fue un instante que nos hizo reflexionar sobre la grandeza de lo que teníamos delante y el legado que ha resistido al tiempo.
El paseo militar como experiencia inolvidable
Hacer la Ruta del Agua ya es algo especial por sí mismo, pero vivirla en medio de un paseo militar, después de unas maniobras de transmisiones agotadoras, la convirtió en una experiencia única. Como teniente de complemento, tuve el privilegio de realizar esta caminata con mis soldados, y puedo decir sin exagerar que cada paso dejó un recuerdo que aún me acompaña.
El comienzo fue duro, no voy a negarlo. El calor del sol mediterráneo parecía intensificarse con el equipo a la espalda, y el cansancio acumulado se hacía sentir. Pero, poco a poco, la sombra de los pinares y el sonido del agua corriendo nos devolvieron algo de fuerzas. Fue como si el paisaje nos diera un respiro justo cuando más lo necesitábamos.
Avanzando por el sendero, nos encontramos con los primeros túneles romanos. Nos detuvimos unos segundos para intentar asimilar lo que teníamos delante. ¿Cómo pudieron, hace tantos siglos, excavar estos pasadizos a mano? Imaginar a los romanos trabajando en esa roca y el agua fluyendo por esos canales hizo que el grupo se quedara en silencio, casi por respeto.
De todo el recorrido, uno de los momentos más impactantes para mí fue cruzar los tramos más estrechos entre las rocas. Caminábamos en fila, ajustando cada paso, y la sensación de estar en un lugar tan antiguo, pero todavía vivo, era casi abrumadora. La conexión con la historia era tan fuerte que parecía que el tiempo se había detenido por completo.
Ver a mis soldados caminar en fila, con el acueducto al fondo, me hizo pensar en cómo la historia se une a las experiencias humanas: la conexión entre el pasado romano y nuestro presente era palpable.Cuando llegamos al acueducto de Peña Cortada, el cansancio se desvaneció ante la magnificencia de la obra. Nos detuvimos sobre sus arcos para contemplar el paisaje y tomar unas fotos que inmortalizaran el momento. Fue uno de esos momentos en los que todo cobra sentido: el esfuerzo físico, el entorno natural y el peso de la historia se combinan de una forma que deja una marca difícil de olvidar.
Al terminar el recorrido, la sensación era de satisfacción plena. No solo por haber superado el desafío que suponía la ruta bajo aquel calor de junio, sino por todo lo que habíamos descubierto a lo largo del camino. En esos kilómetros, comprendimos mejor el ingenio y el legado que los romanos dejaron en la tierra que hoy pisamos. También aprendimos a detenernos un poco más para apreciar la fuerza y la belleza de la naturaleza que nos rodeaba. Pero, por encima de todo, creo que lo más valioso fue sentir la camaradería que nos unía como equipo, algo que, con el paso del tiempo, se ha convertido en uno de los mejores recuerdos de aquella experiencia.
De igual modo, nos sentimos de algún modo depositarios, como militares, de las legiones romanas que nos dejaron su civilización y su impronta.
La recompensa final: historia, naturaleza y camaradería
Terminar la Ruta del Agua es mucho más que llegar al final de un sendero; es detenerse a contemplar todo lo que esta experiencia deja en uno mismo. Desde los primeros pasos entre pinares hasta la imponente visión del acueducto de Peña Cortada, cada tramo de este camino ofrece algo único: la conexión con un pasado remoto, la inmensidad de la naturaleza y el valor de las pequeñas victorias del presente.
En nuestro caso, esta ruta no solo fue un paseo, sino también una recompensa. Tras días de maniobras, con el cansancio acumulado y el equipo al hombro, llegar a ese paraje de calma, donde el agua aún parece susurrar historias de siglos pasados, fue revitalizante. Cada túnel, cada roca tallada y cada sombra bajo los árboles parecía decirnos que, pese al esfuerzo, siempre hay un rincón para la paz y la admiración.
Recuerdo que, al llegar al final, nos detuvimos en grupo para compartir una última mirada al paisaje. En ese momento, el acueducto se alzaba sobre nosotros como un puente entre dos tiempos: el de los romanos que lo construyeron con paciencia y destreza, y el nuestro, marcado por nuestras botas en la tierra y nuestras risas en el aire.
No todos los días uno tiene la oportunidad de combinar naturaleza, historia y camaradería en un solo lugar. La Ruta del Agua, con su mezcla de paisajes imponentes y secretos históricos, nos dejó más que buenos recuerdos; nos dejó la certeza de que, aunque el tiempo pase, hay lugares que seguirán uniendo a las personas, generación tras generación.
Así que, para quien lea estas líneas, mi recomendación es clara: visiten la Ruta del Agua. Ya sea con amigos, en familia o simplemente en busca de un momento de introspección, este sendero tiene algo especial reservado para cada visitante. Y quién sabe, quizá al cruzar los túneles o al contemplar el acueducto, también sientan, como lo hicimos nosotros, la magia de caminar entre dos mundos.