Calle Francisco Cubells con el tranvía que lleva al puerto. /EPDA
Imagen de la Marina de Valencia /EPDAAl pensar y vivir los meses de verano, la mente —para quien habita cerca del mar, o incluso para quien lo añora desde lejos— evoca playas. Y Valencia tiene playas amplias y arenosas. Su litoral se extiende desde la pedanía de El Perellonet, pasando por Pinedo y El Saler, hasta llegar al límite entre la Malvarrosa y la Patacona alborayense. Sin embargo, el corazón de la actividad marina y de gran parte del ocio y negocio se encuentra en la Marina, la dársena histórica. Hacia allí nos dirigimos en este recorrido de Curioseando Valencia.
El punto de partida es la estación de Marítim, que conecta el metro desde el aeropuerto de Manises con el tranvía hacia la playa. Su diseño en forma de barco, con la proa orientada hacia el centro urbano, ya anticipa su carácter simbólico en el trayecto hacia el mar.
Desde el subsuelo emerge la Línea 8, con final en Neptuno, enclave de la restauración y punto de inicio de la expansión playera que se prolonga hacia el puerto. En la cristalera que deja entrever el primer tramo de vía, se sitúa un grupo de personas tan voluntariosas como discretas, que se limitan a ofrecer un expositor de folletos con el mensaje: “Clases de Biblia gratis”.
Seguimos al tranvía por la calle Jeroni de Montsoriu, zigzagueamos por Serrería y giramos hacia Francisco Cubells, atravesando terrazas llenas durante la hora del almuerzo, ese concepto tan amplio como el apetito —y el bolsillo— de quien lo disfruta. Mientras observo unas sartenes individuales repletas de huevos, patatas y jamón, reflexiono sobre ello.
Pasamos junto a la calle Consol, cuyo nombre no sé si alude a una persona o a un sentimiento. Como tantas veces, echo en falta más información en la señalética urbana.
Continuamos caminando en busca de sombra. Un cartel de helados estimula las papilas gustativas, pero lo dejamos atrás. Llegamos a la calle Virgen del Puig, y enseguida a otra sin salida, donde hay un club de boxeo, con nombre de barrio: Sant Cristóbal. Luego nos desviamos hacia el mercado del Grao, y más adelante encontramos otra calle con nombre de santo: Sant Josep de la Vega.
Avanzamos junto a la parada de tranvía llamada Francesc Cubells, justo frente a la de Ernesto Anastasio. En el cruce con la calle Baldomar —apellido que parece de vino, aunque en realidad honra a un maestro de obra del siglo XV—, retomamos el recorrido. Pasamos por Sant Pasqual, bordeamos el callejón de Museros, y llegamos a la estilizada Escalante y a la icónica Doctor JJ Dómine, conocida por sus soportales y por ofrecer vistas del puerto y de la plaza de la Semana Santa Marinera. Esta plaza, por cierto, logró su nombre gracias al empeño del vecindario y figuras como Francisco Celdrán y José Aledón.
Nos separamos de las vías para girar a la derecha y orientarnos hacia la Marina, destino final de este paseo. La primera imagen que nos recibe es la de un grupo de adolescentes aprendiendo piragüismo, guiados por pacientes monitores, y la escultura monumental La Pamela de Manolo Valdés, que, según la pequeña placa que la acompaña, pesa 4.150 kilogramos.
A pocos metros, junto al edificio de Edem, se mantiene erguida una vieja grúa metálica, sin función práctica, pero convertida en símbolo del pasado industrial y marítimo del lugar. Ahora convive con empresas de innovación, en un entorno que hace unos años parecería salido de una película futurista.
Muy cerca, otra transformación: el Tinglado 2, adaptado para eventos, ferias y muestras. Cuando está libre, sirve de espacio para actividades espontáneas como la clase de taichí que se desarrolla mientras lo contemplamos. Su alargada sombra —que invita tanto a la acción como a la quietud— permite imaginar y disfrutar sin necesidad de moverse más.
Aun así, continuamos. Nos encontramos con otro emblema del puerto: la simbólica Torre del Reloj, con más de un siglo de historia. Frente a ella, una caseta vende pasajes en catamarán por 18 euros, que pueden incluir visitas a viveros de clóchinas. Un poco más allá, tras bloques de edificios, se vislumbra la comisaría del Cuerpo Nacional de Policía. Y más adelante, las naves dedicadas a la innovación, con nombres internacionales como The Terminal, King Marine o Sesame.
Decidimos volver sobre nuestros pasos para disfrutar, aunque sea por unos segundos, de la sombra del Tinglado 2. En la panorámica se alinean grúas de contenedores, un crucero, camiones que no cesan, el edificio Veles e Vents, la tranquila lengua de mar, el varadero público, el edificio de aduanas, antiguos almacenes o docks… Todo ello envuelto en una atmósfera marinera, embriagadora y relajante, que incluso amortigua el ruido de las obras o los gritos de los jóvenes que han cambiado la piragua por el surf.
Mantenerse en pie sobre la tabla, aunque las olas sean suaves, no es tarea fácil. Hay caídas, chapuzones involuntarios, risas. Pero el entusiasmo no decae, al contrario: se aviva con el frescor del agua.
Y en este punto, en este rincón casi bucólico que convierte en privilegiados a quienes lo transitan —sea por trabajo, por deporte, por retiro o simplemente por placer—, ¿para qué seguir más? Es momento de detenerse y contemplar. De disfrutar del litoral valenciano, al que hemos llegado en este paseo, desde la estación de metro, a través de este Curioseando.
. Otra panorámica de la Marina, la Pamela de Manolo Valdés y el Tinglado 2 / EPDA
El tranvía de la línea 8. /EPDA
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