Rafael Escrig. EPDA. Siempre ha habido dos Valencias y una sola ciudad. Valencia es como una ciudad duplicada. La urbe comercial e industrial, y la agrícola. Estas dos realidades, estas dos Valencias, con el río Turia como protagonista necesario, han marcado su perfil desde su fundación hasta nuestros días. Las raíces comerciales y agrícolas han permanecido tanto en la condición de sus gentes, como en el carácter de la ciudad. Valencia es ciudad y es huerta a la vez.
Es ciudad en el tráfico y el movimiento de sus calles y se transforma en huerta en el Mercado Central. Es ciudad en su expansión urbana y su decidida modernidad y se transforma en huerta en los barrios que la rodean y que aún conservan la esencia del pueblo que fueron: Benimaclet, Campanar, La Fonteta, Forn d´Alcedo, Benimamet... La huerta se incrusta en la ciudad en estos barrios, lame sus fachadas. No obstante, existe una pugna entre ambas realidades. Como si fuese un cuerpo bicéfalo en que cada parte forcejea hacia un lado distinto.
La ciudad de hierro y de cemento atropellando muchas veces, y el campo, sabedor de su importancia, plantando cara y resistiendo el embate. Pero ésta es una falsa imagen, casi un tópico cada vez más alejado de la realidad. Ahora más que nunca existe una conciencia ciudadana hacia el campo.
Se impulsan los recorridos por la huerta, se va hacia una cultura cada vez más ecológica, y la política, cada vez es más sensible con su sostenimiento. Una extensión que dobla la de la propia ciudad, se prolonga desde Burjassot hasta el mar y mucho mayor es la que rodea la ciudad por el Oeste y el Sur hasta el lago de La Albufera. Esta imagen es una imagen que no se repite en ninguna otra ciudad del mundo.
Un detalle fundamental para entender hasta qué punto la ciudad y la huerta comparten el espacio, es la red de acequias que continúa viva y corre por debajo de nuestras calles, reconvertida o confundida algunas veces con la red de saneamiento.
En muchas ciudades de todo el mundo, están surgiendo experiencias sobre la fusión entre ciudad y el campo. Los huertos urbanos, para una ciudad asfixiada por el cemento, son una necesidad vital y se imponen en las grandes ciudades. Valencia no precisa de esas experiencias; siempre ha sido así. Con todo esto, no hago ningún descubrimiento, todos lo sabemos.
La mirada de hoy la pongo en esa dualidad de nuestra ciudad. Una gran ciudad con un jardín a la puerta de casa. Un jardín que la ONU declaró Patrimonio Agrícola de la Humanidad.
Una huerta que siempre nos recordará lo que somos desde los tiempos de Roma y desde nuestro pasado musulmán: comerciantes y agricultores.
Comparte la noticia
Categorías de la noticia