Edificio de Generali, en la plaza del Ayuntamiento./EPDA
Torres de Santa Catalina y San Martín
Torre de los Santos Juanes. /EPDATorres de Serranos, torres de Quart, torres campanario… Las posibilidades de contemplar la ciudad desde la cima de sus seculares baluartes fortificados se multiplican. Pero también se disfruta observándola desde su base, con esa panorámica que ofrece otra lectura del paisaje urbano. Y eso es lo que haremos en este nuevo paseo de Curioseando Valencia.
Si hace un mes cambiamos el recorrido limitado por barrios por uno centrado en el pasado vinícola de la ciudad, en esta ocasión lo enfocamos en sus principales torres, ya sean religiosas o laicas. Lo haremos con moderación, porque la metrópoli cuenta con decenas de campanarios. Caminaremos junto a los más céntricos y dejaremos para el final uno que, pese a ser imponente, tiende a pasar desapercibido.
La tentación de comenzar por la iglesia de San Agustín, en la plaza homónima, es fuerte. Su campanario, aunque reciente —acaba de cumplir cien años—, llama la atención por su estilo indefinible, casi sacado de una película fantástica, más que de un templo tradicional.
Desde allí, nos dirigimos por la calle Pau hasta la plaza del Ayuntamiento. Paseamos junto a la casa consistorial y alzamos la mirada hacia su torre, que destaca especialmente por el reloj. Por encima de este se alza la campana, cual cúpula, aunque no se encuentra dentro de una hornacina, como suele ser habitual.
Giramos hacia la avenida del Oeste con la intención de acercarnos a la torre-campanario de los Santos Juanes, junto a una fachada marcada por su gigantesco óculo. Tal vez sea la menos conocida, pero su configuración clásica —rectangular y con una campana en cada lateral— resulta familiar en Valencia. En otras ciudades llamaría más la atención.
Retrocedemos hacia la calle Linterna y pasamos junto a la casona del Consell Valencià de la Joventut. Me detengo buscando algún cartel informativo que revele su historia, pero, como tantas veces en Valencia, me quedo con las ganas. Solo encuentro un azulejo con la palabra “manzana” y los números “414”.
Mi siguiente objetivo es el emblemático edificio de Generali, de 1931, en la esquina entre las calles San Vicente, María Cristina y la plaza del Ayuntamiento. Imponente, de grandes ventanales, y sin entrada directa visible —ahora ocupada por un kebab—, su fachada aún luce el letrero original de Assicurazioni Generali. En la puerta, varios papeles indican el teléfono del conserje.
A escasos diez metros, a la derecha, se alza la sobria torre de la iglesia de San Martín. Desde esta perspectiva no me llama tanto la atención, pero prefiero la vista panorámica que ofrece la plaza de la Reina. Desde allí se divisan tres torres: la de San Martín, la de Santa Catalina y, por supuesto, el célebre Miguelete.
Compararlas es inevitable. El Miguelete, con su recargada cima, su espadaña con veleta y la cruz sobre el campanario, ofrece un aire señorial. Más estilizada y, para mi gusto, con un aire frágil pero resistente, se levanta la torre de Santa Catalina. Su templete hexagonal, las ventanas tapiadas y las ‘saeteras’ la hacen inconfundible, pese a estar encajonada entre edificios que limitan su visibilidad, aunque también refuerzan su altura.
Sigo por la calle Miguelete, plaza de la Virgen y me deslizo por la calle Bailía para llegar hasta la torre de San Bartolomé, tras la sede de la Diputación en la plaza de Manises. Allí destaca su gran rótulo ornamentado que recuerda a la reputada localidad ceramista. La torre queda adosada al edificio del Servicio de Contratación de la Diputación. Un azulejo señala “manzana 373”, y otro rótulo indica “Concordia”, nombre de una pequeña calle. Un cartel de madera prohíbe fijar anuncios.
Un hombre bajo y sonriente se me acerca. Me cuenta que nació en la plaza de la Virgen y que ha visto reconstruir la parte superior de la torre. Me revela que se accede a este antiguo campanario por una escalera del edificio colindante. Al observar con detenimiento, distingo una poterna completamente sellada. Impresiona este antiguo campanario sin iglesia, ya que el templo fue demolido tras un incendio en el siglo XX.
Más aún impresionan las torres de Serranos. Estas sí, de carácter defensivo, siguen siendo uno de los emblemas medievales de la ciudad. Aunque ya las recorrimos en el anterior Curioseando dedicado a los vestigios vinícolas, hoy no nos detendremos allí.
Giro a la izquierda, regreso a la plaza de Manises, y desde allí me dirijo a la calle Caballeros, plaza del Tossal, calle Quart… Antes de llegar a las torres que dan nombre a esta vía, un hombre con aire fatalista grita “todos tenemos que morir” y, acto seguido, comienza a canturrear.
Intimidan y maravillan las Torres de Quart, con sus sobrepuertas en forma de media luna y su tramo de muralla por la calle Santa Úrsula. Allí, los detalles lo absorben todo: una puerta de apenas un metro treinta, silueteada en la base de la fortificación, y una ventana ya clausurada en la otra torre.
Paso bajo el inmenso pórtico y me detengo a contemplarlo. Desde la pequeñez que infunden sus muros, este paseo revela solo una parte del extenso muestrario de torres urbanas que vigilan, silenciosas, el centro de Valencia.
Torres de Quart. /EPDA
Torre de Sant Betomeu. /EPDA
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