Francisco Adán. EPDA
Al final lo han conseguido. Hemos creado un Estado, un país,
totalmente infantilizado que rehúye de la responsabilidad personal y rebota la
propia en otro.
Eso es algo que se lleva macerando desde hace tiempo desde
sectores de la educación pública donde la exigencia de trabajo, de resultados
de esa cultura del esfuerzo que es la única que funciona para que salga algo
adelante se vio proscrita y perseguida por la mentalidad de “no me lo
traumatices”.
Al niño no se le puede reprender de ninguna manera, de
hecho, fue el gobierno de ZP quien ilegalizó que los padres pudieran reprender
a los hijos con una torta a tiempo, y no se le puede reprender porque tiene, el
niño, derechos. Por supuesto que los tiene, pero si educas a una persona en que
sólo tiene derechos y no tiene obligaciones, generas un Joffrey de Juego de
Tronos, un tirano caprichoso e inmaduro.
Cuando, desde hace un año el Gobierno desaparece de la faz
de la tierra, desplaza su responsabilidad a las Comunidades Autónomas; cuando
el ministro de Sanidad deja, en plena pandemia su puesto para otros fines
espurios, cuando el flamante vicepresidente del Gobierno usa la gestión de las
residencias para vanagloria suya y luego abandona su vicepresidencia por fines
partidistas, estamos viendo cómo ese tipo de persona infantil e irresponsable
gobierna nuestro país.
Eso de delegar en el Estado todo, absolutamente todo,
recuerda a ese capítulo de los Simpsons donde Homer se presentaba a las
elecciones donde su slogan era “¿Y eso no puede hacerlo otro?” un desastre
anunciado.
Con la caída del Estado de Alarma, el Gobierno ha hecho gala
de su infantilismo, de su negligencia, de su torpeza, de su mal hacer o no
hacer y ha trasladado al Tribunal Supremo la labor de tomar decisiones que le
debería competer a quien está cobrando por ello y esto es, tener un marco
jurídico adecuado para que las CCAA pudieran tomar ciertas medidas y con la
caída del Estado de Alarma, mucha gente se agolpó en la calle gritando
“Libertad” enturbiando esta palabra con un hedor alcohólico que la desfiguraba
de su verdadero significado. Igual si el PP no hubiera quitado la asignatura de
filosofía, sabrían que la libertad tiene un sentido mayor que el de ser usada
como coartada para salir a emborracharse de forma masiva cuando es sabido que
el virus sigue estando por la calle.
Que todos los jóvenes no hicieron eso es cierto, que hay de
todo en la viña del Señor es una obviedad como lo es que estamos criando y
hemos criado una o dos generaciones acomodadas en un nivel de vida altísimo
cuyo único precio que se pide es el vivir en este primer mundo con la humildad
de saber que somos una gota en un mundo donde millones de personas viven en la
pobreza y el agradecimiento a quienes dieron su sudor y su sangre por
conseguirlo.
Y esto conlleva no tener una actitud revisionista continua y
permanente de lo que se hizo en el pasado con la altivez de creer que nos
encontramos en una superioridad moral e intelectual con respecto a aquellos y
por otro lado, empezar a impregnar en la sociedad que la libertad personal que
algunos proponemos conlleva necesariamente la asunción de obligaciones y
responsabilidades de esa manera evitaremos ver lo que llevamos viendo durante
toda la pandemia, aglomeraciones festivas, electorales y reivindicativas porque
justo son éstas las que facilitan la transmisión de un virus que lleva más de
100.000 muertos en España.
La alternativa a la libertad individual, responsable con el
que te rodea y sabedora de responsabilidades es la alternativa real y no el
Estado paternalista, éste ha sido el que nos ha conducido a esta situación.
Que existe fatiga pandémica, es cierto, que la gente quiere
recuperar la vida que tenía antes, es cierto, que el equilibrio entre economía
y salud ha sido y es, muy complicado y que no es lo mismo salir a tomarse una
caña en una terraza con medidas de seguridad que tener comas etílicos que
saturen las urgencias.
Esta pandemia que ha consistido en quedarse en casa con
internet, plataformas de películas, ordenadores, móviles, etc… no es nada comparado
con el sacrificio de jóvenes de la misma edad tuvieron que hacer, años atrás,
por la Libertad.
La diferencia del grito desgarrador del joven de 23 años que,
en una tanqueta, salpicado por la sangre de su compañero y humedecido por el
agua de la playa de Omaha y del berrido brumoso y etílico del que está en el
botellón de turno es que el primero, voluntario u obligado, fue a luchar por
una Libertad de la que luego disfrutamos nosotros, el segundo llegará a duras
penas a entender que ha de ir a trabajar para ganar un salario.
Conviene redirigir desde los colegios, familias y Estado
para generar personas que, justo por disfrutar de una sociedad de libertad y
llena de comodidades, sea mucho más autoexigente consigo misma y con quien nos
Gobierna, de esa manera evitaremos escenas como las de este fin de semana donde
un chaval, ni corto ni perezoso, dijo, a un periodista de Tele 5 que sabía que
estaba mal el estar ahí, pero que estaba porque no estaba prohibido.
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