Susana Gisbert. EPDA
Fase a fase hablamos de cosas que han quedado atrás y
otras que permanecerán ya por siempre. Y será o n será, pero si algo ha venido
para quedarse, al menos por una considerable temporada, son las mascarillas.
Recuerdo cuando empezamos con esta pesadilla y creíamos
- ¡qué incautos! - que cuando volvieran a abrirnos el mundo todo estaría como
lo dejamos, y podríamos hacer las mismas cosas que hacíamos. Nos reímos cuando
algún meme mostraba un bikini con un tapabocas a juego o una mascarilla de tejido
de fallera para que casara bien con nuestros vestidos. Era una broma, parecía
una broma, pero al final resultó ser mucho más que una broma.
Es verdad que al principio se minimizó su necesidad.
Incluso en los primeros momentos parecía una exageración llevarla. Y ahora
hasta nos pondrán una multa si no la llevamos. Un cambio estratosférico en
apenas unas semanas.
Ahora ya está asumido. ¿Toca llevarla? Pues se lleva,
y se hace lo mejor posible. Es el momento de exprimir la imaginación, y si hay
que llevar tapada media cara, que sea de un modo bonito. Que no digo yo que las
mascarillas quirúrgicas no tengan su aquel, pero cada vez veo modelos más variopintos.
Y es que, como en todo, para gustos hay colores. Hasta para las mascarillas.
Las he visto de maripositas, de anclas marineras, de
dibujos infantiles y hasta con símbolos y mensajes. De hecho, yo tengo una con sus
puntillas como las puñetas y con una balanza bordada que es la envidia de todo
el mundo. Que, con pandemia o sin ella, antes muerta que sencilla.
Eso sí. Debemos recordar que no son collares,
gargantillas, muñequeras, ni bolsos. Tampoco son diademas, tiaras ni boinas, ni
pendientes o pulseras. Sirven para lo que sirven y para eso hay que llevarlas.
Y si nunca llevaríamos un sombrero como collar o unas gafas de pendientes, a
ver por qué hemos de llevar las mascarillas en sitios diferentes del que toca. Si
no lo hacemos por motivos de salud pública, que deberíamos, hagámoslo por
estética.
Y, para quien quiera ver el lado bueno, que piense que
han traído consigo un placer nuevo. El gustazo de quitársela al llegar a casa.
Tanto como quitarse los zapatos, vaya. Así que no nos quejemos, que no hay mal
que por bien no venga.
Usemos las mascarillas y hagámoslo con
responsabilidad. Aunque sean un engorro, son un engorro necesario. Siempre
podemos consolarnos imaginando el fiestón que vamos a hacer el día en que se
pueda prescindir de ellas. Porque significará que este mal sueño ha acabado.
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