Todo el mundo piensa que conoce cada rincón de su pueblo natal. Que se ha perdido y encontrado entre sus calles sin que nada extraño ocurriese en todo el trayecto, porque en algún momento entraba, aunque fuese tímidamente, la luz por las ventanas. Los autores Fran Lens, Paco Quiles y Carlos Sanmillán, sin embargo, tienen una visión un poco distinta, y es que con sus cámaras han conseguido captar aquello que pocos han visto, o que nadie ha visitado. Estos fotógrafos han dado forma durante años a los lugares más inhóspitos, que ahora recogen en el libro España abandonada, de la editorial Jonglez.
“La fotografía de sitios abandonados ha existido desde hace décadas, pero hace unos años se empezó a bautizar como urbex. Con las cámaras digitales este mundo se ha universalizado, y hay gente que visita estos sitios incluso con un móvil”, explica Paco Quiles. El autor cuenta que los tres se dedican desde hace años a fotografiar estos lugares y que son los encargados de gestionar la comunidad Abandoned Spain, que cuenta con más de 50.000 seguidores en Instagram. “Cuando Fran vino a vivir aquí contactó conmigo a partir de una fotografía que hice al pantalán de Sagunto”, relata Quiles. La editorial contactó entonces con ellos, que se pusieron manos a la obra aprovechando la pausa del confinamiento.
“Cuando entras a un lugar así se evocan muchas emociones, porque intentas averiguar lo que se vivió en ese sitio. Hay un lugar en la Comunitat Valenciana que era una imprenta, pero antes fue un campo de concentración civil. Estar allí te remite a su memoria histórica y a lo que debió vivir la gente que se encontraba allí”, cuenta. Para Quiles, lo más interesante es poder jugar con la luz, tanto natural como artificial, para destacar rincones concretos de cada lugar.
“En el urbex hay una serie de reglas que no están escritas, pero que todo el mundo respeta para preservar la actividad. La principal, la más importante, es no revelar la ubicación de los sitios, porque queremos preservar su integridad y que la gente lo encuentre de la misma forma que fue abandonado”, defiende el fotógrafo. Además, Quiles cuenta que, tras revelar algunas ubicaciones, muchos de esos lugares fueron saqueados, destrozando el patrimonio. Así, para encontrar estos recónditos espacios, los autores pasaban horas en Google Maps seleccionando zonas que parecían estar descuidadas.
Según Quiles, hay muchas causas que pueden provocar el abandono, como la construcción de embalses, la despoblación, los sectores que caen en el olvido o los lugares arrasados por la Guerra civil. “El urbex no es solo ir y publicarlo en redes sociales, lleva una preparación previa de búsqueda”, matiza. Sin embargo, afirma que puede existir una línea entre esta afición y la ilegalidad, aunque afirma que ellos siempre respetan la propiedad. “Nunca he entrado a un sitio que no estuviese abierto, hay señales que lo indican, como ventanas rotas o puertas abiertas. También preservamos la intimidad de los antiguos propietarios, por ejemplo, si hay fotografías en un lugar, intentando no captarlas con la cámara”, señala.
No obstante, el autor confiesa que muchas veces sí revelan la ubicación de las localizaciones con el objetivo de denunciar su “lamentable estado”, normalmente causado por la dejadez de las administraciones. “El libro cuenta con 40 localizaciones, donde hay siete del Camp de Morvedre y dos más relacionadas con la industria de aquí”, cuenta. Morvedre, según el autor, es uno de los protagonistas por su cantidad de lugares en abandono y la mala gestión de los mismos. “El ejemplo más claro es el almacén de repuestos siderúrgicos, que lo iban a convertir en un museo industrial, pero está sufriendo un doble abandono, porque nunca lo acaban de abrir”, sentencia.
Asimismo, también habla del Horno Alto del Puerto de Sagunto, el pantalán, la Gerencia del Puerto o el taller del Alemán. “Lo que existe es una falta de voluntad. Hay pueblos pequeños que ponen en valor lo poco que tienen, y a mí me avergüenza ver lo que han hecho en el Puerto de Sagunto con el patrimonio industrial”, añade. “
Su primer trabajo fue la fotografía de Belchite, un pueblo que no fue reconstruido tras la Guerra civil y escenario de múltiples saqueos. “Desde hace unos diez años el Ayuntamiento tomó cartas en el asunto y realizaban visitas turísticas, con las cuales financiaban la reforma de las fachadas e iglesias”, expone el autor, que defiende el caso como un ejemplo de buena gestión.
Cuenta que el gobierno del dictador lo dejó como un símbolo de la resistencia y de la barbarie del bando contrario, que con el paso de los años se convirtió en uno de los agujeros negros del desamparo. “La portada del libro es de allí, y fue la primera vía
láctea que hice. Esa noche me impactó estar en el pueblo de noche, porque transmite muchas sensaciones. Más allá de las míticas leyendas de fantasmas, en las que no creo, estos lugares son museos de la memoria y, en este caso, de lo que no tiene que volver a ocurrir”, concluye.