Pere Ferrer. EPDA. Una vez parido el titular, bien podría servir para traducir las siglas de un otrora ilustre, o quizá nunca lo fue: PP. Pero vamos, esta reseña crítica no cargará solo contra ellos, pese a que un gallito de medio pelo nos salga a decir ufano: ‘Murcia no se vende’, mientras por detrás ellos compran tres míseros votos. O suban a los altares, conviertan en musa y báculo de la regeneración del partido gaviota (el señor nos pille confesados) a Isabelita.
Pero es que si me voy al espacio naranja, que ya no es un espacio como tal y de naranja sería más bien la variedad sanguina, por aquello de la sangre derramada, el despropósito es de proporciones bíblicas. Entre casi todos se han ajusticiado en plaza pública y ya solo quedan las plañideras. Pero cómo se puede haber gestionado tan rematadamente mal una causa que apuntaba a digna ¡Romper el yugo corrupto y sectario del bipartidismo! Y acabar devorado por divismo y ceguera de sus guías (Rivera y Arrimadas) por un Saturno que según el día tiene un carné, uno de socialisto y otro de pepero.
Rivera creyó tocar el cielo y se estampó en el suelo, Arrimadas gana en Catalunya y se calla, mientras las bases comienzan el éxodo en continua desfilada y el pelotazo final, presentan una auto moción (esto es de traca) de censura en Murcia pero sus propios diputados se rajan y la desbaratan. A partir de ahí, Ayuso entra en pánico y se acoge a sagrado, aunque es más bien Casado el que lo fía todo a ella. Y cuando ya creíamos que el asunto no podía ser más berlanguiano, Iglesias, el morado, realiza un doble mortal con tirabuzón coletero para buscar una poltrona que no lleve el título de ‘vice’, que no le va ser telonero y se autoproclama candidato para los Madriles, dejando e Errejón ojiplático, a Sánchez ‘descansao’ y a VOX frotándose las manos.
Y cómo no podía ser de otra forma, Cantó se nos despide ¿con un continuará? Y en todo este circo no he hablado de los que mueven los hilos en la sombra, de manera torticera, esos señores de rojo de Ferraz, aferrados ahora a la Moncloa. Pues eso, patética política.
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