Un instante de la entrevista estre Rafa Escrig y el escritor y periodista, Ramón Palomar. / EPDAHemos quedado con Ramón Palomar para hacer una entrevista. Ya nos habíamos conocido personalmente en la reciente firma de libros que hizo en el Aula Magna de la Universidad de Valencia. El libro que presentaba era El novio de la muerte.
Hace años que le sigo en sus diarios artículos de Las Provincias. Reconozco que estoy enganchado a su página. Su manejo del léxico me parece extraordinario. Destacan la ironía y el humor y hace que su lectura me sepa a poco.
Ramón Palomar es lector antes que escritor. Lector de cultura acendrada, con el que me gustaría estar hablando toda la tarde de Pla, de Montaigne, de Poe, o de Dashiell Hammett y de su Halcón maltés, sin embargo tenemos sólo una media hora para lo nuestro.
Pasar del periodismo a la literatura parece un paso obligado. ¿Crees que el escritor se hace por el contacto con el medio?
Evidentemente, el trabajo en un periódico es campo de cultivo abonado para dedicarse a la literatura. Yo comencé bastante joven, tendría unos veinticinco años cuando me puse a escribir profesionalmente en prensa.
En la firma de libros en la Universidad, dijiste que no te sentías escritor. ¿Qué es para ti un escritor?
Efectivamente, lo dije, pero lo decía y lo digo, por el respeto que me causa el término. Cuando se habla de escritores tiende uno a pensar en grandes personajes de las letras. Esos escritores con mayúsculas que tenemos en la literatura universal. De ahí el respeto. Por lo demás, sí, soy escritor porque escribo y me dedico a ello.
"Trabajar sin que te marquen
una dirección ha sido un lujo y reconozco
que en ese sentido he tenido mucha suerte"
¿Para ti, escribir es placer o trabajo?
El placer, ha sido hacer en la profesión lo que he querido y me han dejado hacer. Trabajar sin que te marquen una dirección ha sido un lujo y reconozco que en ese sentido he tenido mucha suerte. Por otra parte, nunca he escrito por el placer de escribir. Me parece una manera de perder el tiempo. Soy práctico y entiendo que el de escritor, en lineas generales, es un oficio como cualquier otro. Algo con lo que uno se puede ganar la vida. Escribir es un oficio y uno escribe para ser leído, en eso radica su sentido.
¿Algún autor te inició en el gusto por la literatura?
Tuve el ejemplo en mi padre. Él me inició de alguna manera con el ejemplo. Desde niño siempre tuve un libro en las manos. De mayor me fui inclinando hacia la novela negra y policíaca, que es el género en el que me desenvuelvo ahora y donde suceden las mismas barbaridades que en el mundo real.
En tus trabajos empleas un lenguaje provocador y coloquial. Lleno de metáforas, incluso de cultismos. ¿Te encuentras cómodo con ese registro o fuerzas la expresión en busca de un estilo propio?
No, no fuerzo nada. Ese es mi estilo, totalmente espontáneo. Yo absorbo el lenguaje de la calle. No es que me identifique con él, pero me gusta mucho escuchar los diferentes registros, las expresiones más curiosas, esos «palabros» que mañana serán neologismos admitidos. Creo que todo eso enriquece el lenguaje y que por otra parte son tan necesarios para el estilo de mis novelas. Con ello se rebaja la gravedad de lo que escribo, pero lo que yo pretendo es causar una sorpresa en el lector. No quiero que nadie se me duerma. Quiero despertarlo con una sorpresa que le haga reaccionar y eso es cuando digo algo como comegambas, infecta cochambre, zampabollos, llorica o rastacueros.
La ironía con que retratas la actualidad en tus artículos, ¿es producto de tu pesimismo ante el presente?
Me considero pesimista y es porque soy realista. Las cosas son como las vemos diariamente, no es para estar contento con nada. El pesimismo va conmigo porque veo y me doy cuenta del presente. No obstante y a pesar de todo, soy optimista, he de serlo por mi bienestar. Si no nos vistiéramos cada día con la capa del optimismo, no saldríamos a la calle. Yo diría que soy pesimista porque soy consciente y optimista por necesidad.
Se dice que la enfermedad profesional del escritor es el reconocimiento. ¿Buscas el éxito en la profesión?
El reconocimiento es la razón primera por la que me dedico a esto. No tengo esa visión romántica de escribir para que luego se quede guardado en un cajón. Escribo para ser leído y para superarme y triunfar en la profesión, por qué no. La ambición está considerada casi como un pecado por las mentes pacatas. Está prostituida y malinterpretada. Creo que la ambición es un motor que nos ayuda a crecer y ser mejores en lo nuestro. Por eso pienso que sí, que busco ese reconocimiento como pago a mi trabajo y como acicate para superarme.
El Novio de la Muerte es ya tu tercera novela, ¿acaso piensas dejar el columnismo?
No. Nunca dejaré el columnismo. Es una cosa completamente compatible con la novela. La columna diaria es algo de la actualidad que has de pensar y llevar a cabo en un momento, necesitas decirlo ya, mañana sería tarde. Como te he dicho antes es un destello, una ráfaga, algo para hacerte pensar diariamente, que te despierta. La novela, por contra, te hace trabajar, hacer y deshacer el ovillo de la trama. Es una creación que partes casi de la nada y has de ir montando página a página.
¿Cómo nace esta novela?
La novela, que bien podría tratarse de una trilogía, con Sesenta kilos y La Gallera, nace por mi inclinación hacia la novela negra, sencillamente. Tuve la oportunidad de poder investigar de cerca el mundo de la delincuencia y el narcotráfico y de ahí nacieron estas historias. Puede que un día tengan continuidad, quién sabe.
Me consta que eres un buen lector. Dime que te sugieren estos autores: Umbral, Cela, W. Fernández Florez.
Francisco Umbral, fue merecedor de mucho más, el Nobel, por supuesto. Un gran escritor tanto en el artículo periodístico como en la novela. Magistral en Mortal y Rosa. Cela, otro monstruo de las letras, sobre todo con La Familia de Pascual Duarte. En cuanto a Wenceslao Fernández Flores, un escritor muy poco reconocido, que merecería ser revisado y puesto donde le corresponde por la calidad de sus obras. Lo mismo valdría para Jardiel Poncela o Miguel Mihura. Toda una generación de buenos escritores casi olvidados. La que se llama “La otra generación del 27” que se quedó en un segundo plano, quizás por valoraciones extraliterarias.
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