Chelo Poveda Valencia es una ciudad atravesada y rodeada por el agua: el Turia, el Mediterráneo y la Albufera han servido para forjar el carácter de nuestra ciudad y sirven como motor económico, social y ecológico. En las aguas mediterráneas nos bañamos y se ha bañado media Europa; las aguas del Turia riegan nuestros campos y nuestras huertas; la Albufera nos brinda su agua para cultivar nuestro arroz y a la vez nos regala un Parque Natural en el que la biodiversidad lo llena de vida y que, sin embargo, corre peligro.
Cuando pensamos en un Parque Natural nos vienen a la mente entornos naturales cuidados y en gran medida alejados y protegidos de la acción humana. En esos lugares la vida salvaje campa a sus anchas. La Albufera en este sentido es totalmente diferente. Nuestro humedal, pese a ser un Parque Natural, está sometido a una intensa actividad humana y sometido a numerosas presiones.
La modernización del regadío ha provocado una disminución del caudal de agua que le llega; la contaminación de las aguas hace que la vida se vea dificultada, tanto por los contaminantes, pesticidas y abonos que lleva el agua como por los plásticos y residuos que arrastra, a lo que hay que añadir los daños derivados de las fuertes tormentas y el agua contaminada que desbordan las depuradoras.
Por otro lado, la Albufera se enfrenta a tensiones urbanísticas al ser un Parque Natural rodeado por una población de más de un millón de personas. A todo esto hay que sumarle las presiones que ejercen las propias actividades industriales y sus vertidos así como las actividades agrícolas, especialmente la quema de la paja del arroz, subvencionada para que no se realice y que sin embargo continúa realizándose pese a ser altamente tóxica y contaminante.
Por último, hay que señalar también las presiones que llegan desde la costa. La regulación del nivel del agua, casi siempre favorable a los intereses agrícolas, hacen que las incursiones del agua salada en el humedal provocan la salinización. Sus consecuencias pueden ser devastadoras a medio plazo. Y desde el norte llega una nueva amenaza a la ya golpeada Albufera: la ampliación del Puerto de Valencia está provocando la pérdida de arena de las playas que sirven de cordón protector al humedal. El llamado efecto sombra impide la llegada de nuevos sedimentos a las playas del sur del puerto y los temporales arrastran la cada vez más fina línea de arena. Cada temporal es una herida salada en la Albufera. Por ello, y por otras muchas razones, es urgente seguir presionando para detener la ampliación del puerto.
Hay que cuidar y salvar nuestra querida Albufera. Más allá de argumentos conservacionistas del ecologismo primigenio, salvar la Albufera y nuestras playas tiene también un sentido social y económico que la modernidad debe saber aprovechar y que es la vanguardia del movimiento ecologista y feminista. Cuidados entre nosotras y respecto al medioambiente por encima del beneficio económico sin control para conseguir un beneficio económico y social perdurable y respetuoso. Las necesidades son muchas (mejorar los usos del agua, controlar el uso de fertilizantes y pesticidas, mejorar colectores y depuradoras, poner en marcha más tanques de tormenta...); las instituciones que son responsables también son muchas (Europa, Estado, Comunidad, Ayuntamientos y la Confederación Hidrográfica) y ello no debe servir para echarse unos a otros la pelota porque lo que da tanto trabajo, tanta producción, que tanta y tan necesaria vida sostiene y que es tan nuestro hay que cuidarlo para que siga dándonoslo. Nosotras, como ciudad y sociedad, simplemente tenemos que procurar que el estado de la Albufera sea el adecuado para compatibilizar el máximo cuidado a la naturaleza con las actividades humanas, industriales, turísticas y agrícolas. Nuestra ciudad es lo que es por el agua que nos baña y riega, y así queremos que siga siendo. En el equilibrio medioambiental encontraremos la virtud.
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