Susana Gisbert. EPDA
Aunque parezca mentira, estamos en
agosto. Un agosto sin verbenas, sin canción del verano y sin muchísimas cosas
que considerábamos inseparables del mes de veraneo por antonomasia. El mundo se
ha dado la vuelta como un calcetín y solo nos queda rogar porque, algún día, el
calcetín vuelva a su sitio y no acabe en ese agujero negro de los calcetines
donde fueron a parar tantos otros cuando solo pretendían ser lavados en la
lavadora.
Ya hace tiempo que nos hemos
percatado de que nada es como pensábamos. Todavía están pendientes los abrazos,
los besos, las fiestas y todo lo que quedó congelado con el confinamiento. Y ni
siquiera los más de cuarenta grados de un agosto tórrido puede descongelarlos.
Tampoco hay fecha de caducidad, ni siquiera de consumo preferente
El virus no da descanso. No podemos
bajar la guardia porque acecha en cualquier rincón para encaramarse a lomos de
cualquier incauto y de ahí pasar a los de todos sus contactos.
Pero no podemos amargarnos Estas
son las cartas que nos han tocado y nos corresponde jugarlas de la mejor manera
posible. Y no porque no nos quede otra, que también, sino porque a todo se le
puede sacar la parte buena. O intentarlo al menos.
Confieso que odio a los profetas.
Es algo que siempre dije y que ahora es aplicable más que nunca. Me repatean el
hígado esas personas que hacen cualquier cosa no tanto por el propósito de
disfrutarlas sino porque aseguran que no volverán a hacer porque “nos volverán
a encerrar”. Me recuerda a quienes compran lotería con los compañeros de
trabajo no por compartir la alegría si toca, sino por no tragar bilis si les
toca a los demás y a ellos no.
¿Qué tal si nos planteamos hacer algo
por el mero gozo de hacerlo, sin más? ¿Por qué no disfrutamos de todas esas
cosas que hacíamos sin siquiera ser conscientes de ello? Pasear por la playa o
la montaña en vez de correr, leer o escribir en lugar de acumular información,
o, simplemente, conversar más y discutir menos. Recomiendo muy encarecidamente
el arte de escuchar. Nos sorprenderíamos de las cosas que las otras personas
tienen que contarnos.
La vida con mascarilla es
engorrosa, pero no deja de ser vida. Solo hay que saber vivirla. Y, quien
pueda, aprovechar el descanso veraniego, que, aunque sea distinto, no tiene por
qué ser peor, aunque a primera vista pudiera parecerlo.
Un esfuercito más. El calcetín está
cada día más cerca de salir del abismo.
SUSANA GISBERT GRIFO
Fiscal y escritora (Twitter
@gisb_sus)
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