Paula García. EPDA Septiembre. El verano se ha acabado. Nuevo curso. Arrancamos. Después del resacón del periodo estival que este año ha sido extraño por la situación pandemia que vivimos viene el otoño. No para todos es un arrancar. Muchas personas siguen estancadas en muchos aspectos tras un confinamiento necesario (desde mi punto de vista) e impuesto por el Gobierno de España.
Estancamiento laboral, estancamiento económico, parada “en seco” de trabajo y negocios de distinta índole que han marcado el profundo desplome de la economía española (como otras tantas de otros tantos países). Y lo que sus consecuencias conlleva. No sólo estamos peor que en la crisis económica de 2007-2008 (que seguíamos arrastrando a duras penas) y de la que mucha gente nunca se ha recuperado.
El varapalo llamado Covid-19 nos ha dejado estupefactos, aturdidos y con la necesidad imperiosa de adaptarnos a trompicones a esta nueva situación vital. Muchos han perdido su trabajo y, con ello, la economía familiar se ha ido al traste, vivas solo o en otro tipo de unidad familiar. Otros muchos no volverán a sus puestos de trabajo por falta del mismo: cierre de negocios, y establecimientos de toda índole.
Hemos perdido muchas personas por el camino de esta pandemia, que cada día que pasa azuza más a España y sus ciudadanos. Me refiero a todas las víctimas del Covid-19 que han fallecido por ello. Así como todas aquellas personas que han luchando contra el virus con mayor o peor fortuna. Lo que más me abruma y me apesadumbra es pensar en aquellas personas que murieron sin poder despedirse de sus familiares y amigos. La situación no lo permitía. Era demasiado peligroso. Es verdad. Es una realidad que todos conocemos. Dicen que “nacemos y morimos solos”. Pero morir solo cuando sabes que tu familia que está fuera de la habitación donde vas a respirar tu último aliento es demoledor. Para los enfermos y sus familias. También para el personal sanitario.
Desde mi punto de vista, no poder despedirte con dignidad de los tuyos es como andar a oscuras en un bosque frondoso de noche y sin linterna. Fueron muchos facultativos y personal sanitario las manos “desconocidas” que acariciaban a aquellos que iban a morir. Y no había otra. Pura realidad.
Como siempre, desde esta columna de opinión un eterno agradecimiento a todo el personal de los hospitales y residencias de ancianos que acompañaron hasta el final a tantos moribundos, mientras sus manos no daban a basto con otros tantos enfermos que entraban en los hospitales o estaban en residencias de mayores en condiciones vitales muy complicadas.
El aislamiento fue duro. Pero lo superamos. Lo que no implica que dicho confinamiento ha supuesto una situación emocionalmente precaria para muchos. Y, curiosamente, de esto no veo que se escriba demasiado. Las repercusiones emocionales de lo que estamos viviendo en esta pandemia desoladora.
Covid-19 está siendo una prueba de fuego para muchos en este sentido. Más allá de los datos económicos catastróficos, que puede que nos condenen a la ruina, los contagios que van en aumento tras el periodo estival y las muertes que nos quedan por llegar, están de igual modo las secuelas psicológicas, un tema que lo dejaré para otra columna de opinión.
No me siento engañada por el Gobierno de España. En todo caso estafada por sus artes manipulatorias en muchos aspectos. Pero eso ya lo sabía en cuanto aparecieron los primeros casos en Italia. Por aquel entonces China nos quedaba lejos. Desde lo ocurrido con la pandemia en Italia era sólo cuestión de tiempo que aquí pasara lo mismo con mayor o menos incidencia. Y los datos demuestran que la incidencia ha sido aplastante en todos los aspectos que afectan al pueblo español.
¿Cómo vamos a salir de ésta? Yo no soy político, ni especialista en nada más allá de escribir. Es mi oficio y más vale que pueda entenderse lo que expreso. Y regresando a la pregunta arriba formulada sólo y, de momento, se me ocurre una posible solución paliativa: tolerancia a la frustración por la situación dramática que estamos viviendo y seguir adelante, como sea y como se pueda.
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