Corría la tarde del jueves
12 de marzo de 1953
cuando, sin sospecharlo, un grupo de estudiantes del Instituto Rey Don Jaime de Alzira iba a ser testigo de un hallazgo que marcaría un antes y un después en la historia religiosa y patrimonial de la ciudad. Acompañados por su profesor de dibujo, Emilio Ferrero, los alumnos realizaban una práctica sobre arquitectura rural en el huerto de 'les madrilenyes', en la partida de Xixerà. Lo que encontraron allí, sin embargo, trascendía lo académico: un espléndido plafón cerámico de doce azulejos fechado en 1786 representaba a
Nuestra Señora de la Murta
, símbolo olvidado pero aún latente en la memoria alzireña.
Aquel hallazgo supuso el germen de un
renacimiento espiritual y cultural
. Aunque muchos conocían la existencia del retablo, fue a partir de ese momento cuando la figura de la Virgen de la Murta volvió a ocupar un lugar en el corazón de Alzira. El claustro de profesores del Instituto Laboral se convirtió en motor de una inquietud que trascendió lo académico y se instaló en la conciencia ciudadana.
De la revista Murta al movimiento devocional
El Instituto, dirigido por Antonio Tormo García, comenzó ese mismo año a editar la revista Murta, "
ventanal de la cultura ribereña
". Esta publicación se convirtió en una plataforma de difusión de la historia y espiritualidad vinculada al desaparecido Monasterio Jerónimo del Valle de la Murta y a su titular mariana. Inspirados por el contenido de la revista, un grupo de jóvenes católicos de las parroquias de San Juan y Santa Catalina decidió, en el verano de 1953, rescatar del olvido la devoción a Nuestra Señora de la Murta.
Reunidos en el local de Acción Católica de la Plaza Mayor, nombres como Juan Bautista Blasco Ferrer, Enrique Núñez Tello, Enrique Marzal Boluda, Salvador Ausina Sanz y José Boscá Guillem, entre otros, iniciaron una
intensa labor de investigación, documentación y difusión
. Pronto se les unieron reconocidas personalidades de la ciudad como el doctor Manuel Just Aparicio, el escritor Eduardo Soler y Estruch, el historiador Rafael Sifre Pla y el propio alcalde, Bernardo Andrés Bono.
El sueño de una imagen reconstruida
La
fiesta de la Candelaria de 1954
fue el momento decisivo. Movidos por una profunda fe y un fuerte arraigo al pasado, los jóvenes decidieron reconstruir la imagen de la Virgen. Contaron con el beneplácito del arcipreste de Santa Catalina, Antonio Sanchis Castellanos, y el respaldo espiritual del obispo auxiliar de Valencia, Jacinto Argaya, quien aprobó unas oraciones dedicadas a la Virgen compuestas por Blasco Ferrer.
Ese mismo mes de abril, la devoción tomó cuerpo con la donación de una
antigua corona de plata de la Virgen
, salvada del incendio de 1936, por parte de Bernardo Rosell Magraner. La pieza llevaba grabada la inscripción: "Obsequio a Nuestra Señora de la Murta. Manuela Galvañón Solanich, año 1893", año en que
fue proclamada oficialmente Patrona de Alzira
. A raíz de este hallazgo, la familia Galvañón no solo restauró la corona, sino que financió una nueva para el "Jesuset".
El arte al servicio de la fe
El
encargo de la nueva imagen
fue encomendado al taller de los escultores Gaspar y Pérez de Valencia. La confección del manto fue tarea de la renombrada "Casa Burillo", especializada en ornamentos litúrgicos. La escultura, de 77 centímetros, fue realizada en madera policromada con oro fino, basada en una fotografía conservada por Salvador Enguix España. El coste total ascendió a 5.400 pesetas.
Durante meses, los viajes a Valencia se multiplicaron. Enrique Núñez Tello supervisaba los trabajos, escogía telas y ajustaba medidas. Al mismo tiempo, la
recaudación de fondos
se intensificó con cartas a personalidades como el procurador en Cortes Eugenio Martí Sanchis y la propietaria del valle de la Murta, Enriqueta Sainz de Carlos, quien contribuyó con 500 pesetas. Incluso se escribió al arzobispo de Tarragona en busca de referencias históricas.
El 24 de julio: una fecha para la historia
El 13 de julio de 1954 se solicitó la
aprobación y bendición de la imagen
a la Comisión Diocesana de Arte Sacro, que autorizó su consagración para el 24 de julio, justo después de la festividad de los Santos Patronos Bernardo, María y Gracia. Ese día, las ruinas del antiguo monasterio acogieron una ceremonia de gran esplendor. Presidida por el sacerdote Bernardo Mascarell, reunió a autoridades eclesiásticas, municipales y civiles, y marcó el inicio de una nueva etapa para la devoción alzireña.
La imagen fue trasladada a la
Iglesia de Santa Catalina
, y el 30 de octubre se propuso ubicarla en su antigua capilla lateral, vacía desde la Guerra Civil. La Junta Directiva, con Blasco como presidente, también promovió la creación de una nueva cofradía: la Hermandad de Caballeros de Nuestra Señora de la Murta, aprobada por el arzobispo de Valencia Marcelino Olaechea el 17 de noviembre de 1954. A ella se sumaron la Asociación Femenina de Nuestra Señora de la Murta y una Congregación Infantil dedicada al "Jesuset".
Hoy, décadas después, la Real Cofradía de Nuestra Señora de la Murta continúa honrando una
devoción profundamente enraizada en la identidad alzireña
. La restauración de la imagen no fue solo un ejercicio de artesanía o piedad, sino el reflejo de una comunidad capaz de recuperar su memoria, reconstruir sus símbolos y transmitirlos a las futuras generaciones.