Valencia ha sido escenario de crÃmenes que han dejado una profunda huella en su historia. Bajo la apariencia tranquila de sus calles y edificios, hoy transitados por turistas, se esconden episodios que forman parte de la crónica negra de la ciudad desde hace varios siglos.
Este reportaje recorre los escenarios reales donde se fraguaron algunos de los sucesos más perturbadores, desvelando el rostro más sombrÃo de la capital del Turia.
El asesinato del Palacio de los Valeriola
Iniciamos este recorrido de la crónica negra valenciana en el número 31 de la calle del Mar, en pleno corazón de Valencia. Aquà se encontraba el Palacio de los Valeriola, que en la actualidad alberga el Centro de Arte Hortensia Herrero, y que en el siglo XVI fue escenario del terrible asesinato de Don Jerónimo de Valeriola, ocurrido la noche del 20 de octubre de 1606.
El crimen del aristócrata Valeriola conmocionó a la capital del Turia, no solo por la brutalidad del asesinato, sino también por las extrañas circunstancias que rodearon la investigación. El aristócrata fue encontrado ahorcado en su despacho, y pronto los jueces comenzaron a sospechar que el autor del crimen no era otro que su propio hijo: Don Cristóbal de Valeriola, en complicidad con Don Luis de Sosa.
Ambos fueron arrestados, interrogados y sometidos a tortura. Don Luis de Sosa, conocido por sus vÃnculos con bandoleros y personajes de dudosa reputación, fue señalado como el autor material del homicidio.
Una semana después del crimen, y pese a proclamar su inocencia con vehemencia, fue obligado a someterse a una práctica supersticiosa común del siglo XVI: lo condujeron ante el cadáver de Don Jerónimo y lo forzaron a estrecharlo entre sus brazos. Se creÃa entonces que, si el culpable tocaba el cuerpo de la vÃctima, este reaccionarÃa y revelarÃa la verdad. Pero nada ocurrió. Ante la ausencia de pruebas concluyentes, la Real Audiencia de Valencia no tuvo más remedio que ordenar su liberación. Años más tarde, sin embargo, Don Luis de Sosa fue ejecutado en el garrote vil por otros crÃmenes cometidos.
Condenado a garrote vil
Por su parte, don Cristóbal Valeriola fue detenido, sometido a interrogatorio, procesado y finalmente declarado culpable de parricidio, a pesar de la ausencia de pruebas que lo vincularan directamente con la escena del crimen. Fue condenado a muerte y ejecutado por garrote vil, en un fallo que dejó más preguntas que certezas.
La ejecución se llevó a cabo en la plaza del Mercado de Valencia, el 28 de mayo de 1607. Antes de morir, el hijo de Jerónimo de Valeriola fue torturado con el fin de arrancarle los nombres de posibles cómplices. Con la tortura, Cristóbal acabó pronunciando justamente los dos apellidos que el fiscal deseaba escuchar: Crespà y Figuerola.
Sin embargo, y a pesar de esta confesión forzada por la tortura, don Cristóbal proclamó, momentos antes de su ejecución, la inocencia de aquellos a quienes habÃa acusado. Con sus últimas palabras, desbarató los planes de la Audiencia, que buscaba implicar a más nombres en el crimen. Crespà y Figuerola fueron finalmente exculpados. Poco después, el joven Valeriola fue ejecutado públicamente ante una multitud que abarrotaba la plaza.
Un giro inesperado de la historia
No fue hasta trece años después, el 17 de febrero de 1620, cuando el verdadero autor del crimen confesó su culpa, casi en su lecho de muerte, como acto de arrepentimiento y para aliviar su conciencia. Se trataba de Miguel de Pertusa, tal como declaró en su confesión, un antiguo jurado del Consell de Valencia.
Según relató, durante la madrugada del 20 de octubre de 1606, entró en la residencia de la familia Valeriola acompañado por dos matones catalanes y asesinó a Don Jerónimo, primero asestándole una cuchillada en el cuello y luego ahorcándolo.
Pertusa, sin embargo, no actuó por iniciativa propia, sino que el crimen fue ordenado por D. Crisóstomo Ruiz de Lihory, enemigo acérrimo del patriarca de los Valeriola. Pese a la confesión del asesinato, ni D. Miguel de Pertusa ni D. Crisóstomo llegaron jamás a ser juzgados: ambos fallecieron de muerte natural al poco tiempo de conocerse la verdad.
La casa del último verdugo de Valencia
Continuamos nuestro recorrido por el casco antiguo de la ciudad de Valencia, muy cerca de la Catedral, hasta detenernos en el número 3 de la calle Angosta de la CompañÃa, donde en plena II República se utilizó este edificio como sede del Archivo General. Además, Pascual Ten Molina, conocido como el último verdugo público de Valencia, también vivÃa aquÃ. Fue él quien, en 1896, ejecutó a Josefa Gómez -conocida como 'la Perla Murciana'- la última mujer ejecutada con el garrote vil en España.
'La Perla Murciana' fue condenada por el asesinato de su esposo y su destino quedó en manos de Pascual Ten Molina, quien se vio conmovido por la belleza y tragedia de Josefa. Contra todo protocolo, Pascual solicitó clemencia para ella, un acto de rebeldÃa que marcó su destino como verdugo.
Este lugar, que alguna vez albergó el "Archivo General" durante la II República, se convirtió en el hogar de Pascual y en el escenario de una de las últimas ejecuciones públicas de España.
El crimen del cine Oriente
Cerramos este recorrido por el lado más oscuro de Valencia trasladándonos al año 1950, al corazón del barrio de Ruzafa. En el número 22 de la calle Sueca se encontraba el Cine Oriente, un pequeño cine de barrio que servÃa como punto de encuentro habitual para los vecinos de la zona. Lo que parecÃa un sencillo lugar de ocio acabarÃa marcado por uno de los crÃmenes más espeluznantes del siglo XX: el
asesinato del cine Oriente
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Un descubrimiento macabro
Era el 30 de junio de 1950. En las inmediaciones de la estación de trenes que iban a Barcelona -donde hoy se ubica la Avenida de Filipinas- un empleado ferroviario observó un bulto sospechoso en una acequia. Al inspeccionarlo, descubrió restos humanos metidos en un cesto de paja y en avanzado estado de descomposición debido al contacto con el agua. Se trataba de las extremidades superiores e inferiores de un cuerpo que, a simple vista, parecÃan pertenecer a una mujer, ya que estaban depiladas y con las uñas pintadas.
La ComisarÃa de PolicÃa de Ruzafa asumió de inmediato la investigación. Tres dÃas después, apareció una gran caja abandonada en un solar de la calle Sueca, en la esquina con Denia, oculta tras un quiosco. En su interior habÃa dos sacos atados con cuerdas, y dentro de cada uno, la mitad del torso de un cuerpo humano, seccionado a la altura de la cintura y también en avanzado estado de putrefacción.
Fue el sereno del barrio de Ruzafa quien encontró la caja. Según declaró a la policÃa, momentos antes habÃa estado conversando con la esposa del conserje del Cine Oriente. Después charló con un vecino y, al regresar, se topó con la misteriosa caja en la esquina y avisó de inmediato a las autoridades.
Un olor que despertó sospechas
Tras el último hallazgo, la policÃa centró su investigación en los alrededores de las calles Denia y Sueca. Los agentes estaban convencidos que los restos habÃan sido abandonados por alguien que residÃa en la zona. Esta hipótesis cobró fuerza cuando los vecinos del edificio donde se ubicaba el Cine Oriente denunciaron un hedor insoportable, que el propietario del local atribuyó a ratas muertas por el veneno.
Sin embargo, esta explicación no convenció a los investigadores. La policÃa relacionó el fuerte olor con los restos humanos encontrados y redirigió su atención hacia el cine y su personal.
La coartada del telegrama
El primero en ser interrogado fue Salvador Rovira, conserje del Cine Oriente. Su pareja, MarÃa López Ducos -encargada además de la limpieza del local-, declaró que Salvador se habÃa marchado precipitadamente hacia Barcelona tras recibir un telegrama la noche anterior. Ambos residÃan en una vivienda contigua al cine, cedida por el propietario del establecimiento. Sin embargo, esta versión pronto comenzó a desmoronarse: el sereno del barrio aseguró no haber entregado ningún telegrama esa noche. Además, una sobrina del conserje reveló que su tÃo se habÃa marchado sin maleta, tan solo con lo puesto.
Los agentes de la ComisarÃa de Ruzafa también descubrieron que MarÃa no estaba legalmente casada con Salvador, quien tenÃa antecedentes penales y una esposa legÃtima a la que pagaba una pensión tras su separación. Rovira convivÃa con MarÃa, una mujer de carácter fuerte y bien conocida en el barrio. Él, por su parte, tenÃa fama de bebedor y mujeriego. La policÃa ya tenÃa constancia de las frecuentes peleas entre la pareja.
Un gesto delator
Tras varios interrogatorios, la policÃa decidió dejar en libertad a MarÃa López Ducos, aunque continuaron vigilándola de cerca. Apenas regresó al domicilio, la mujer comenzó a quemar espliego, lo que despertó aún más sospechas. En un nuevo registro, los agentes descubrieron un acceso desde la vivienda a la parte trasera del cine. AllÃ, en un trastero, encontraron papeles idénticos a los que envolvÃan los restos humanos, una barra de hierro manchada de sangre y cabellos, una sierra, un cuchillo de carnicero y, bajo una viga, oculta en una caja de galletas cubierta de tierra y estiércol, la cabeza del cadáver.
Una pelea que terminó en tragedia
Con todas las pruebas en su contra, la pareja de Salvador Rovira confesó. Relató que la mañana del 27 de junio discutió con Salvador, quien habÃa llegado ebrio. La pelea se desató porque ella habÃa empeñado algunas pertenencias en el Monte de Piedad para poder sobrevivir. Salvador amenazó a la limpiadora y la intentó estrangular. En su intento de huida, MarÃa le dio un empujón. Él cayó de espaldas y se golpeó la cabeza contra una viga, muriendo en el acto. Pensando que solo se habÃa desmayado, lo acostó en la cama y durmió junto a él sin saber que ya estaba muerto.
El plan para deshacerse del cuerpo
Desesperada, sin testigos y sin saber qué hacer, la limpiadora del
cine de Valencia
decidió deshacerse del cadáver de su pareja. Con una sierra de arco y un cuchillo de carnicero, lo seccionó en tres partes: las extremidades fueron arrojadas a la acequia, el tronco fue abandonado en la calle y la cabeza, escondida tras la pantalla de proyección del Cine Oriente de Ruzafa.
MarÃa López Ducos fue condenada a seis años de prisión por homicidio involuntario y a seis meses adicionales por inhumación ilegal. Al salir de prisión, se trasladó al barrio del Carmen, cerca de las Torres de Quart, para huir de su pasado.