Trabajos de limpieza en el Parque Natural del Turia en Vilamarxant. /JUDITH CELMA
Trabajos de limpieza en el Parque Natural del Turia en Vilamarxant. /JUDITH CELMAEl pasado 29 de octubre de 2024 el Parque Natural del Turia dejó de ser lo que era. Durante horas, el río, normalmente manso y canalizado, rugió con fuerza, desbordando sus márgenes y arrasando a su paso un ecosistema que ha tardado décadas en consolidarse. Aquel día, la naturaleza recordó a los valencianos que está viva.
Cinco meses después, el balance del paraje es rotundo: más de 21,5 millones de euros en daños, infraestructuras arrasadas, rutas intransitables, actividades suspendidas y un bosque de ribera herido. Pero también es tiempo de renacer. Las instituciones, los municipios, las universidades y la ciudadanía han comenzado a caminar —a veces con paso firme, otras con tropiezos burocráticos— hacia una reconstrucción que no solo debe reparar lo perdido, sino repensar el modelo de parque natural que la sociedad quiere, en un clima que ya no es el mismo.
Un paisaje transformado
El Parque Natural del Turia, que se extiende a lo largo de más de 4.600 hectáreas y conecta hasta nueve municipios de la provincia de Valencia, ha sido durante años ejemplo de renaturalización urbana y de recuperación de corredores verdes. Un espacio de valor ecológico, educativo, cultural y social que en los últimos tiempos había ganado notoriedad por su implicación en proyectos de sostenibilidad, educación ambiental y participación ciudadana.
Todo eso, sin embargo, quedó suspendido en un instante. Las aguas torrenciales de la dana borraron senderos, hundieron pasarelas, destruyeron áreas recreativas y arrasaron proyectos de restauración forestal que estaban en marcha. Cuatro de las seis rutas oficiales del parque —la roja (La Pea), la azul (El Palmeral), la verde (Ruta Fluvial) y la violeta (del Agua)— quedaron gravemente dañadas, algunas completamente impracticables .
El Centro de Visitantes, ubicado en Vilamarxant, resultó tan afectado que será derribado y reconstruido en una zona más elevada. En palabras del conseller de Medio Ambiente, Vicente Martínez Mus, “se intentará aprovechar parte de la madera original del edificio”, pero es evidente que hay un antes y un después.
Las imágenes del boletín técnico elaborado por el parque hablan por sí solas: infraestructuras desaparecidas, acumulaciones de gravas y cañas arrastradas por la corriente, y extensas superficies donde la vegetación autóctona ha sido barrida por la riada.
Naturaleza autóctona
Pese al golpe, la respuesta del ecosistema ofrece motivos para la esperanza. Las especies autóctonas del bosque de ribera —como los chopos, sauces, fresnos o juncos— han demostrado una capacidad asombrosa de resistencia y rebrote. Sus raíces profundas, su flexibilidad ante el empuje del agua y su capacidad de regeneración natural confirman lo que la ciencia lleva tiempo advirtiendo: la mejor defensa ante las avenidas fluviales está en la propia naturaleza.
“El bosque de ribera actúa como un verdadero escudo natural”, afirman los técnicos del parque. “No solo ofrece hábitat a centenares de especies, sino que regula la temperatura, estabiliza los márgenes, filtra contaminantes y fija carbono. Es un ecosistema con funciones ambientales irremplazables, y su restauración debe ser prioritaria”.
En contraposición, las especies invasoras como la caña común (Arundo donax), que proliferan en muchos tramos del río, han demostrado ser una amenaza añadida. Con raíces poco profundas, estas cañas fueron fácilmente arrancadas por el agua, creando atascos y multiplicando el impacto destructivo en infraestructuras e instalaciones recreativas.
Unidad ante la catástrofe
La riada no solo ha evidenciado la fragilidad del parque, sino también la lentitud y complejidad administrativa que rodea su gestión. “No vamos a llegar a Semana Santa”, advertía en enero el conseller Martínez Mus, tras visitar las obras de limpieza en Vilamarxant. La razón, argumenta el conseller: muchas de las actuaciones necesarias dependen de la Confederación Hidrográfica del Júcar (CHJ), que tiene competencia sobre el cauce del río.
En este sentido, el alcalde de Vilamarxant, Héctor Troyano, también era contundente: “La reconstrucción tardará décadas. Pero debemos empezar ya, y con una visión clara de futuro. Sabemos qué parque queremos, ahora falta que las administraciones trabajen juntas”.
En esa línea, la Asociación de Municipios del Parque ha constituido una mesa técnica con presencia de la Conselleria, Diputación, CHJ, universidades y técnicos locales. El objetivo: realizar un diagnóstico integral y aplicar soluciones basadas en conocimiento técnico, ambiental e hidráulico. Una apuesta por el rigor y la planificación a largo plazo.
Cambio climático
Lo que ocurrió en octubre no es un episodio aislado. Es el reflejo de un clima en transformación. Así lo expresó con crudeza la catedrática de Geografía María José Estrela en la primera sesión de la jornada itinerante 'El Parque Natural del Turia nació de sus cenizas, 30 años después renacerá del fango de la DANA': “Hace tiempo que el cambio climático está aquí. Y lo estamos viendo. Lo hemos visto con la dana. Solo con observar cómo se comporta el clima basta para dejar de ser negacionistas”.
La intensidad de la dana se ha vinculado directamente al calentamiento anómalo del Mediterráneo durante el verano de 2024. Y los expertos coinciden: este tipo de episodios serán cada vez más frecuentes. No se trata solo de recuperar lo dañado, sino de rediseñar los espacios naturales con criterios de adaptación y resiliencia.
El catedrático Javier Armengol fue claro: “El río es un ecosistema vivo. Se regenerará, pero hay que ayudarle. Y eso pasa por replantar las riberas, restaurar hábitats y controlar las especies invasoras”.
Educación ambiental
Más allá de lo físico, el parque ha perdido meses cruciales de actividad educativa. Talleres, visitas escolares, proyectos con asociaciones y actividades de fin de semana han tenido que cancelarse o posponerse. “Ahora, toca repensar cómo adaptar nuestras dinámicas al nuevo paisaje”, afirman desde el equipo técnico.
Pero ya se está trabajando de nuevo desde el pasado mes de enero, con un enfoque renovado. Las nuevas actividades incluirán no solo contenidos sobre biodiversidad o sostenibilidad, sino también sobre resiliencia, gestión del riesgo y cambio climático. El propio parque como aula viva de lo que está ocurriendo.
Solidaridad en acción
En medio del desastre, también ha brotado lo mejor de la sociedad. Voluntarios, asociaciones vecinales, escolares y empresas han colaborado en las tareas de limpieza, restauración y retirada de residuos. Iniciativas como 'Sábados de basuraleza', coordinadas por la Coordinadora en Defensa de los Bosques del Turia, han conseguido recuperar decenas de kilos de residuos de las zonas más afectadas .
Además, el personal del parque ha colaborado en la limpieza de otras áreas damnificadas como Paiporta, Catarroja o el Parque Natural de la Albufera, demostrando que la protección ambiental también es una forma de ayuda humanitaria.
Hacia la reconstrucción
En diciembre, la Junta Rectora del parque se reunió en Vilamarxant para trazar el futuro inmediato. Dos decisiones marcaron la sesión: la recuperación debe ser coordinada entre administraciones, y el foco debe estar en la restauración del bosque de ribera.
No se trata solo de reconstruir senderos o reabrir áreas de ocio. El verdadero reto es convertir el desastre en oportunidad: diseñar un parque más resistente, más biodiverso y más preparado ante futuras avenidas.
El Parque Natural del Turia nació hace 30 años, en 1995, como respuesta a un gran incendio. Hoy, cinco lustros después, vuelve a renacer desde el lodo de una dana histórica. Ahora, la naturaleza exige volver a empezar de nuevo.
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