Uno de los rincones de La Torre. /EPDA
La Torre que da nombre al barrio. /EPDAEl Camí Real de Madrid atraviesa La Torre, una pedanía que ronda los cinco millares de pobladores y que debe su nombre, precisamente, a la torre que se difumina en su calle principal. Desde el cogollo de la ciudad de Valencia hace falta apurar la espigada San Vicente Mártir, atravesar Soto Micó y cruzar el puente sobre el nuevo cauce del río Túria para llegar.
Ya en esta barriada con rango pedáneo los enormes bloques de viviendas de la promoción Sociópolis contrastan con esqueletos de pisos y con casonas de pueblo en una llamativa mezcolanza.
Comienzo el recorrido en el extremo contrario, en el primer rótulo de Valencia desde la localidad de Alfafar, en la intersección entre la avenida Real de Madrid y la calle Manuel Iranzo. También junto a la carnicería Hussein y ante el desvío Alfafar-Centro Comercial. Una terracita al sol invita a tomar algo ante la panorámica de la casona del número 134 de la antes citada avenida y un expositor externo de vehículos de ocasión. Más tarde. Se trata ahora de pasear y curiosear.
Por cierto, el bar con las mesas exteriores, sin ánimo de hacer cuñas publicitarias y sí con el de resaltar cuestiones originales, tiene un nombre con fuerza de tradición o de serie de hace 50 años. Raíces se denomina, y ofrece “bocadillos sin imitación”.
“Gracias al poble per tot”, también leo escrito, en este caso en una enorme cristalera repleta de siluetas de manos manchadas de barro. Cerca, bajos de talleres de reparación automovilística, de un mayorista de máquinas de hostelería, de fotografía o de alquiler de trasteros. Todos enmarcados en ese reguero de lodo que recuerda el drama de la DANA o riada otoñal.
Ante este panorama me sorprende otro rótulo. ‘Casablanca’ luce como nombre una casona de color ocre en un tramo separado del resto de avenida, junto con otras dos construcciones similares. Frente a ellas un solar reconvertido en cementerio provisional de coches.
Entrada de Pinet
Rotonda de Real de Madrid con V-31, la que parte en sendas porciones La Torre. A la izquierda quedan los grandes bloques de Sociópolis; a la derecha, el acceso a la autovía. Entrada de Pinet -que no calle- señala un rótulo viario enfrentado a otro de circulación que comparten el topónimo La Torre y la arteria tan citada de avenida Real de Madrid.
Más solares frente a edificios en construcción. Parece el sino actual de esta pedanía de Valencia. Y todo tipo de enseres desvencijados y diluidos entre restos de fango resecado ante, más allá de la acera contraria, palets de ladrillos y azulejos a estrenar para los nuevos edificios. Otras antítesis de la vida.
Como la nave abandonada de herrajes para construcción junto a una segunda con morfología de castillo en la que aparece por dos veces el rótulo ´Obras públicas’ con el subtítulo de ´Talleres’. Unos pasos adelante, la base de autocares Capaz confrontada con la calle Ovidi Montllor que abre camino hacia el campo de fútbol.
Me desvío en dirección al aludido estadio para comprobar otro de los dramáticos vestigios de la riada: su reconversión en un enorme camposanto de vehículos dañados por el temporal. El usuario habitual del terreno, el equipo Discóbolo, cumplirá 100 años de historia en 2029. Ahora sufre un complicado presente con su espacio deportivo utilizado para unos menesteres muy alejados del deporte que derivan en una especie de mausoleo de la tragedia.
Tuerzo hacia la izquierda. Una secuencia de viviendas unifamiliares en la calle Ismael Blat rompe con el entorno. Regreso a avenida Real de Madrid después de atravesar Algar de Palancia y desembocar en Hellín para homenajear a las citadas localidades castellonense y albaceteña.
Retorna La Torre con su impronta de pueblo en el buen sentido, de ambiente tranquilo y residencias añejas, amplias y bajas. Un grupo de vecinos debate con cierto acaloramiento. Las palabras ´política’ y ´mentira’ se elevan sobre el resto. Continúo.
¿Dónde está la torre de La Torre? La respuesta la hallo al girar la vista hacia la derecha, entre la avenida que recorre la pedanía y la calle Barri Veterà, difuminada entre una retahíla de viviendas y junto al número 38 de Real de Madrid. Una vecina me explica que se observa mejor desde “el número 2 de barrio veterano”. Parecido, aunque basta para identificar el emblema de esta porción de Valencia.
Prosigo hacia el puente que enlaza con el meollo de la metrópolis, junto a la iglesia parroquial y el centro ocupacional. O el molino arrocero de La Torre, con fecha de 1910. Imponente la fachada del templo de Nuestra Señora de Gracia, con un precioso parque junto a su entrada y esa función intrínseca de servicio público con un rótulo que indica que el centro sanitario se sitúa en la alcaldía o con el bajo de Cáritas, entidad que abre para atención a la ciudadanía lunes, martes y jueves.
De pronto me gritan dos hombres. No entiendo al principio qué dicen. Descifro finalmente que me preguntan si soy taxista. Me señalan un vehículo de transporte público aparcado junto a la acera, con la protocolaria luz verde de estar libre encendida y sin conductor. Les respondo que no sin convencerles, ya que vuelven a lanzarme el mismo interrogante. Les contesto otra vez de manera negativa.
Soy más de andar, de curiosear a pie. Y aquí finaliza el recorrido a lo largo de La Torre mientras ascendemos por el puente que lleva hasta Soto Micó, el entorno del centro educativo Ciutat del Aprenent y, al fondo, la calle San Vicente.
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