En el Parque Natural de la Albufera, uno de los enclaves ecológicos más valiosos del Mediterráneo, conviven especies únicas, tradiciones milenarias y paisajes que han inspirado generaciones. Sin embargo, entre los verdes pinares, los arrozales infinitos y el brillo tenue del agua al atardecer, surge una visión discordante: una torre de alta tensión que irrumpe violentamente en la armonÃa natural del entorno de la ciudad de Valencia y sólo 10 minutos en coche de la Ciudad de las Artes y las Ciencias.
La imagen es clara. En medio de una reserva natural, donde deberÃa reinar el silencio y la contemplación del paisaje, una estructura metálica se alza vertical y agresiva, como una herida abierta. Un peligro, además, para los niños de la urbanización Gavines 1 y 3, donde está anclada en el pinar a escasos metros de la piscina infantil. Sus cables atraviesan el cielo como cicatrices, ajenas al ritmo de la naturaleza. Es una imagen que no solo duele a la vista, sino que cuestiona directamente el compromiso real con la conservación del medio ambiente.
¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI, en un espacio protegido desde 1986, se mantenga una infraestructura industrial de este tipo? Las torres de alta tensión no son meros elementos neutros: su impacto visual es brutal, pero el ambiental lo es aún más. Estas instalaciones representan una amenaza para la avifauna -especialmente las aves migratorias que encuentran en la Albufera un refugio estratégico- y fragmentan ecosistemas que deberÃan estar bajo protección estricta.
El ecologismo no puede ser solo un discurso, ni una bandera que ondeamos cuando conviene. Proteger los espacios naturales implica tomar decisiones valientes y coherentes, y eso incluye replantear, reducir o eliminar aquellas infraestructuras que contradicen los principios de conservación. Hay alternativas técnicas -como el soterramiento de lÃneas eléctricas o su reubicación en zonas de menor valor ambiental- que permiten compatibilizar el desarrollo energético con la preservación del patrimonio natural.
Resulta paradójico que, mientras se promueven campañas institucionales por la sostenibilidad y se impulsa el ecoturismo como motor económico, se permita al mismo tiempo que elementos tan disonantes convivan en un entorno natural que deberÃa estar blindado ante cualquier agresión visual o ambiental. La incoherencia es clamorosa.
Apelar al ecologismo hoy no es un lujo ideológico: es una necesidad urgente. Los efectos del cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la degradación de los ecosistemas ya están aquÃ. Y si no somos capaces de proteger espacios como la Albufera -que además de su valor ecológico, tiene una enorme importancia cultural, emocional y paisajÃstica-, ¿qué esperanza queda para los demás?
La ciudadanÃa, los colectivos ecologistas, las administraciones locales y autonómicas tienen la responsabilidad de actuar. No podemos seguir normalizando que la lógica industrial se imponga incluso en nuestros rincones más sagrados. La imagen de una torre de alta tensión recortando el cielo de la Albufera no solo es un error urbanÃstico: es un sÃmbolo del abandono, de la contradicción entre lo que decimos y lo que permitimos.
Este tipo de impactos contradice de forma flagrante la normativa vigente. El Parque Natural de la Albufera está amparado por la Ley 11/1994 de Espacios Naturales Protegidos de la Comunidad Valenciana, asà como por la Red Natura 2000 de la Unión Europea, que establece una protección especial para las zonas ZEPA (Zona de Especial Protección para las Aves) y LIC (Lugar de Interés Comunitario) que lo integran. Además, el propio Plan Rector de Uso y Gestión (PRUG) de la Albufera, en vigor, establece limitaciones estrictas a las infraestructuras que alteren el paisaje o supongan riesgos para la biodiversidad. La permanencia de una torre de alta tensión en pleno corazón del parque no solo representa una incoherencia ecológica y estética, sino una vulneración directa del marco legal de conservación. Urge, por tanto, una revisión crÃtica y valiente de estas instalaciones para que las normativas de protección no se conviertan en papel mojado, y para que la voluntad polÃtica esté, al fin, a la altura de la riqueza natural que pretendemos preservar.
Que esta fotografÃa sirva de denuncia. Que sea el inicio de una conversación pública sobre cómo queremos relacionarnos con nuestros espacios naturales. Porque el progreso no puede construirse a costa de la belleza, la vida y el equilibrio ecológico. Y porque, simplemente, la Albufera no se lo merece.